La pesca es el principal medio de subsistencia de los habitantes de los pueblos palafíticos. Foto: Guillermo Torres

INFORME ESPECIAL

Pobreza, falta de agua y otros males que azotan la Ciénaga Grande de Santa Marta

Esta es la realidad social y ambiental de la región donde ocurrió ayer la tragedia por la explosión de un camión cisterna. Una zona en la que habitan cerca de 30.000 personas y donde la falta de gobernabilidad volvió crónicos sus problemas.

Angélica Raigoso Rubio
5 de mayo de 2020

"A la ciénaga se la está comiendo el sedimento". Gustavo Martínez, de 77 años, resume con esta frase la realidad del complejo de humedales al que el cambio climático le está pasando una costosa factura. La laguna costera más grande del país, y una de las más importantes del planeta, podría desaparecer por ausencia de acciones contundentes que permitan encontrarle salida a los problemas que hoy la invaden.

Martínez nació y ha vivido siempre en Nueva Venecia, uno de los tres pueblos palafíticos ubicados en medio de la inmensa Ciénaga Grande de Santa Marta. A sus 7 años empezó a entender y a valorar las riquezas de este ecosistema, al ver que, en una jornada de pesca, su padre podía conseguir unos 100 kilos de róbalo, lebranche, mojarra, mero, pargo. Veían grandes cantidades de manatíes. 

Actualmente pescan un número diez veces menor y en su mayoría de la especie lisa. Hace unos 20 años extraían de la ciénaga cerca de 25.000 toneladas de pescado al año; hoy apenas logran pescar unas 4.000.

Gustavo Martínez, tiene 77 años y es habitante del corregimiento de Nueva Venecia, pueblo palafítico de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Foto: Guillermo Torres

Hace siete décadas los manglares eran verdes y el agua fluía normalmente. Hoy de eso queda muy poco. Miles de hectáreas de manglares muertos, pueblos en riesgo de desaparecer, contaminación, pobreza, sed, especies extinguidas y costa erosionada conforman una problemática que ahoga las ciénagas de este humedal Ramsar, así como a sus habitantes.

Gustavo lo tiene claro. El olvido, sumado a las malas decisiones de las autoridades territoriales y ambientales, lo tiene hoy en esta situación. El cambio climático se ha encargado de acentuar los problemas que por años lo han acompañado. 

Teme que el pueblo en el que nació desaparezca por cuenta de la sedimentación. Cuando era niño, esta gran laguna superaba los 3 metros de profundidad. Hoy, en algunas zonas no alcanza los 2. Todo porque nadie mantiene los ríos y caños que llevan y traen el agua.

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No quiere que Nueva Venecia corra la misma suerte que Trojas de Cataca, también conocido como Bocas de Aracataca, un pueblo otrora palafítico que ya está sobre tierra. Allí viven unas 25 familias que se resisten a dejar sus casas y lo poco que tienen, pues si bien muchas de ellas eran dueñas de terrenos que quedan cerca del pueblo, grandes inversionistas y terratenientes se están quedando con estas áreas para sembrar banano, palma y arroz.

La casa de Gustavo Martínez, como todas las de la ciénaga, está construida con mangle. La mayoría de habitantes de los pueblos palafíticos viven en condiciones muy humildes. Abuelos, hijos y nietos conviven en una misma casa. 

Amed Gutiérrez, líder social y ambiental de Nueva Venecia, refuerza las preocupaciones de Gustavo. Dice que la sedimentación en los caños por los que ingresa agua del río Magdalena cada vez se acerca más a los corregimientos de Nueva Venecia y Buenavista, y terminará desplazándolos.

Lo propio opina Walberto Samper, pescador y líder ambiental de Buenavista. Según él, además del riesgo de desplazamiento ocasionado por el sedimento, el alimento se está acabando. Por eso hoy pescan de manera ilícita, es decir, atrapan peces demasiado pequeños. Pero los pescadores no tienen alternativa, porque solo así pueden dar de comer a sus hijos.

Los habitantes de estos corregimientos se niegan a aceptar que deben salir de su hábitat anfibio, ya que ahí nacieron, tienen sus familias y quieren morir. Gustavo forma parte de las 3.000 personas que habitan allí. En Nueva Venecia viven unas 2.200, más de la mitad, niños. En Buenavista el número se acerca a los 1.000.

Tomando agua contaminada

Los dos pueblos comparten las mismas preocupaciones. Una de las más graves: la falta de agua potable. Las personas no tienen más opción que consumir la contaminada del río Magdalena. Algunos acuden a Boca Caño Aguas para recoger el líquido, que luego almacenan en grandes tanques de unas pocas casas en los que, de manera rudimentaria, tratan el agua  con cloro, para posteriormente venderla a los habitantes del pueblo.

Los niños sufren por esta realidad. Nancy Gutiérrez, promotora de salud de Nueva Venecia, ha sido enfermera, partera y hasta consejera por más de 40 años. Ella asegura que las enfermedades cutáneas y estomacales afectan recurrentemente a estas poblaciones. En Nueva Venecia existe un solo puesto de salud, y el médico no atiende siempre. El de Buenavista apenas está en obra.

La pesca es el único medio de subsistencia de los habitantes de los pueblos palafíticos. Foto: Guillermo Torres

En el pasado, los habitantes recogían agua de la desembocadura del río Aracataca, sin embargo, por diversas razones este afluente ya no llega a la ciénaga. Las concesiones entregadas para el riego de cultivos reducen su caudal y evitan que llegue a su destino, con las obvias implicaciones para las poblaciones de la cuenca baja.

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Carlos Francisco Diazgranados, director de la Corporación Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag), explica que los ríos que bajan de la Sierra, Fundación, Sevilla y Aracataca generan 52 metros cúbicos de agua por segundo, de los cuales 26 metros cúbicos van para riego; el 80 por ciento, para cuatro distritos que otorgó el Estado hace muchos años, y el resto a empresarios que están sobre la ribera y capan el agua directamente.

Esta es la desembocadura del río Aracataca, un área completamente sedimentada debido a que ya el afluente no llega hasta allí. Detrás Trojas de Cataca, que ya dejó de ser un pueblo palafítico.  Foto: Guillermo Torres

Efraín Cepeda, senador por Atlántico, asegura que alguien interrumpió los flujos de agua dulce. “El Aracataca, que desembocaba en la ciénaga, hoy se queda en fincas de grandes terratenientes que hacen reservorios, desvían las aguas, algunos con concesiones legales y muchos otros, ilegalmente. Trojas de Cataca está a punto de convertirse en un pueblo fantasma”, manifiesta.

Cepeda ha liderado una serie de debates tendientes a encontrarle salidas a estas problemáticas. Dice que no es ético ser cómplice de la ilegalidad ni patrocinar trincheras y reservorios fuera de la ley. “No puede ser que unos pocos empresarios aumenten sus ingresos a costa del empobrecimiento de la gente”.

Ante esta situación, la Procuraduría Ambiental y Agraria del Magdalena ha solicitado informes de las actuaciones adelantadas por esta entidad en torno a captaciones ilegales de agua y ocupaciones ilegales de la ronda hídrica del río Aracataca. Las estarían realizando las fincas Palo Alto, El Gavilán y el Jayo, Suramérica, Australia, San Marcos y Leiva, sobre las cuales el ente de control recibió denuncias. El tema está en la mesa y los habitantes persisten en sus quejas.

Coliformes y mercurio

Ante el déficit de agua de los ríos que bajan de la Sierra, los pobladores consumen la del Magdalena y se enfrentan a otra situación adversa: los altos niveles de mercurio. Según datos de la Procuraduría, no se evidencian cambios drásticos desde 2014, cuando empezaron a hacer mediciones de este material. Pero sí es indudable y preocupa que las estaciones Rinconada, Ciénaga la Luna, Boca Caño Aguas Negras y Caño Clarín presentan mayor contenido del mismo, y son precisamente las que llevan el agua a la ciénaga.

Los habitantes de Nueva Venecia y Buenavista no tienen agua potable para consumir. Recolectan el líquido del río Magdalena, que a esa altura llega con altísimos niveles de contaminación. Foto: Guilllermo Torres

De acuerdo con los análisis, el mercurio se encuentra en especies como la lisa, que presenta niveles inferiores a los permitidos por el Ministerio de Salud, pero consumido en altas cantidades puede poner en riesgo la salud de los habitantes.

Gustavo no entiende mucho de esto, no obstante, tiene claro que no existe manera de acceder a agua potable, y que la contaminación permanece alrededor de sus casas, pues no hay ningún tipo de saneamiento de las aguas residuales.

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“Es prioritario intervenir esos municipios para mejorar la disposición de aguas, y de esta manera restablecer las condiciones de sus habitantes”, dice Cepeda.

A esto se suma que los volúmenes que ingresan del río Magdalena tampoco alcanzan para crear un flujo sistémico natural en la ciénaga, que en un 70 por ciento depende de este recurso hídrico. El 30 por ciento restante corresponde a los ríos que bajan de la Sierra.

En el corregimiento de Buenavista habitan unas 1.000 personas. Foto: Guillermo Torres

Amed Gutiérrez asegura que Corpamag ha destinado millonarios recursos para tratar de solucionar esta situación. Pero no han logrado los resultados esperados, y todos los años deben intervenir los caños y canales debido a que no tienen una canalización profunda que resuelva de manera definitiva el problema. Además, hacen los trabajos en época de lluvias, cuando los niveles de agua están altos, y no en verano, momento en que se evidencia la problemática.

En su concepto, de continuar trabajando así, los recursos que inviertan no serán suficientes y no podrán recuperar la ciénaga, ya que la sedimentación ha avanzado demasiado.

Historia de un ecocidio

Según Diazgranados, en los últimos años han invertido 114.000 millones de pesos y en este momento hay recursos asegurados por 83.000 millones de pesos. Todo con el fin de seguir recuperando los caños y canales que permiten la adecuada conexión del complejo cenaguero.
 
Argumenta que el trabajo realizado ha hecho posible recuperar miles de hectáreas de manglares. Actualmente, hay cerca de 32.000 hectáreas en buena condición. Sin embargo, esa cifra está lejos de alcanzar la de principios de la década de los cincuenta (más de 52.000), antes de que la troncal que conduce de Ciénaga a Barranquilla interrumpiera el ingreso de agua salada al complejo de humedales.

Mapas: Invemar

La carretera, terminada en 1956, significó el inicio de la odisea para miles de habitantes de este ecosistema, pues no tuvo en cuenta la dimensión ambiental, sino el “desarrollo económico”. Por esta obra de infraestructura, solo por el punto de Boca de la Barra, entra agua salada a la ciénaga.

En la década de los setenta, el Gobierno hizo lo mismo, pero esta vez en paralelo al río Magdalena. Levantó un inmenso terraplén para construir la vía de la Prosperidad, lo que impidió la entrada de agua dulce. Esto llevó a un proceso de progresiva pérdida de cobertura de manglar, cuyos resultados se hicieron evidentes unos 20 años después. La ciénaga pasó de tener 52.000 hectáreas de mangle en 1956 a menos de 18.000 en la década de los noventa.

Diazgranados manifiesta que para que haya pesca son fundamentales los mangles, y precisa que los servicios ecosistémicos de una hectárea de mangle equivalen a 600 millones de pesos al año, según un análisis realizado por el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar) en 2015. El mangle captura diez veces más CO2 que un bosque.

Los manglares se han visto afectados por las obras que impiden el normal flujo de agua dulce y salada en la Ciénaga. Foto: Guillermo Torres

Para Sandra Vilardy, una bióloga marina que por años ha estudiado la problemática de la ciénaga, las condiciones de los habitantes de la zona son cada vez más precarias y el cambio climático intensifica sus riesgos. En efecto, con la temporada seca los flujos de agua disminuyen, lo que incrementa la sedimentación porque los niveles bajan y la salinización aumenta.

A esto se añaden los cultivos de arroz en los humedales. En algunas áreas de la ciénaga han rellenado estos ecosistemas para hacer plantaciones del grano. Precisamente hace menos de dos años, luego de hacer una visita técnica ante las continuas quejas en torno al tema, el Ministerio de Ambiente ordenó suspender las obras adelantadas en un predio llamado San Antonio, en la parte rural del municipio de Sitio Nuevo. Sin embargo, no es el único caso. Los habitantes de la región hablan de miles de hectáreas utilizadas por muchos inversionistas con el mismo propósito. Este tipo de prácticas impide la normal circulación de agua entre el complejo de ciénagas que forman parte del humedal, declarado Ramsar en 1998.

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Según el informe del ministerio, compactar el suelo afecta su porosidad, así como la del subsuelo, que permite el intercambio hídrico de la zona. Esto impide los flujos verticales y horizontales. De esta forma afecta la prestación de los servicios ecosistémicos como la captura de CO2 e incrementa la salinización del suelo, lo que posteriormente genera resecamiento y afecta a especies de flora y fauna de la ecorregión. Para Sandra Vilardy es claro que los derechos de las personas que habitan en los pueblos palafitos se están incumpliendo por el deterioro ecosistémico de la ciénaga.



En su concepto, el Plan de Desarrollo de Magdalena debe incluir el primer proyecto de hábitat anfibio, pues no se puede sacar a estas personas de allí. “Los planes de desarrollo no incluyen a la ciénaga. Lo único que están viendo en este momento es la vulnerabilidad de la vía por erosión costera, y es una realidad que el cambio climático también está afectando a los palafitos”.

De acuerdo con Vilardy, desde 2012 los expertos vienen registrando emisiones de metano en esta ecorregión, otro problema grave. Los humedales son los ecosistemas que más pueden fijar carbono, son más eficientes que los bosques; sin embargo, también son muy sensibles a la conectividad hidrológica. Si el agua no fluye, pierde el oxígeno y los procesos biológicos pasan a la vía anaerobia, lo que produce metano, que tiene un efecto cuatro veces peor en la atmósfera que el CO2. La dificultad es mayor si se tiene en cuenta que el complejo está muy cerca de Barranquilla y no hay conciencia de la gravedad del tema.

La amenaza del cambio climático

No solo los pueblos palafíticos sufren los efectos de la temporada seca. Los habitantes de poblaciones ubicadas sobre la vía que conduce de Ciénaga a Barranquilla también tienen un alto grado de vulnerabilidad.

Vilardy dice que estas personas sí que son víctimas del cambio climático. Pueblo Viejo y sus corregimientos Isla del Rosario, Palmira, Nueva Frontera y Tasajeras, en donde habitan unas 30.000 personas, están en riesgo de ser desplazados, pues ya tienen el agua del mar muy cerca. Sus humildes viviendas, en muchos casos construidas sobre la basura, se enfrentan al ascenso del nivel del mar y a la erosión costera.

El agua dulce tiene niveles tan bajos que los habitantes pueden caminar sobre el lecho. Esto refleja la sedimentación que trae el río Magdalena a la altura de los municipios costeros.

Otoniel Barranco, concejal del municipio de Pueblo Viejo, cuenta que por lo menos 20 familias de Tasajeras debieron desplazarse porque el agua del mar literalmente les puso a nadar sus casas. Además no existe un plan de contingencia que permita hacerle frente a esta situación, ya que, según dice, los recursos del municipio no alcanzan para una contingencia de esta magnitud.

Las altas temperaturas y los largos periodos secos causan este problema, que se genera por el incremento en los niveles del mar. Eso pone en riesgo a poblaciones que en muchos casos ya habían sido desplazadas de otros lugares. Incluso algunas llegaron de Trojas de Cataca. 

Pobreza que duele

Mientras el mar invade a los pueblos que quedan al lado de la carretera, estos carecen casi totalmente de agua potable, pues llega cada tres o cuatro días, durante una o dos horas. Si los habitantes no la almacenan, deben comprarle a carrotanques. De esta manera, tienen que pagar servicio de acueducto y alcantarillado, y además comprar por galones.

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A esta problemática se suma la contaminación, que la luz llega por ratos, que no tienen empleo, ya que en un 80 por ciento dependen de la pesca en la ciénaga, que ha bajado a niveles históricos.

Los habitantes del corregimiento de Palmira, del municipio de Pueblo Viejo, sufren por la falta de agua potable y viven en condiciones muy vulnerables. Foto: Guillermo Torres.

“No hay proyectos para los pescadores, que, si bien se asocian, no reciben apoyo de entidades que les ayuden a sacar adelante sus iniciativas productivas. Esta falta de oportunidades ocasiona problemas mayores como el microtráfico, puesto que los jóvenes y niños no encuentran otro camino que perderse en malos pasos para sobrevivir”, dice el concejal Barranco.

Esto sin dejar de lado las dificultades de salud. Cuando una persona se enferma debe ir hasta el municipio de Pueblo Viejo porque en los corregimientos no hay puesto de salud, a excepción de Tasajeras.

Ante esta realidad, que afecta a la mayoría de los 14 municipios relacionados directamente con la ciénaga, los expertos coinciden en la urgencia de generar el Plan de Manejo  Integral. Así lo ha pedido también la misión Ramsar, que solicitó actualizar el control de sedimentos.

En los pueblos costeros el mar literalmente se está entrando en las humildes viviendas. Foto: Guillermo Torres

“Hay que saber cómo funcionan los sedimentos y los caudales para poder tomar decisiones sobre la gestión del agua y entender cómo funciona. También, hacer la modelación efectiva para tomar las decisiones indicadas”, manifiesta Sandra Vilardy. Para ella habría que ampliar las capacidades científicas y técnicas que apoyen la toma de decisiones en la ciénaga, pero eso ha sido imposible.

Las personas que conocen y padecen las problemáticas de la ciénaga coinciden en que el Estado no la ha asumido como un área de conservación, sino como un espacio para proyectos agrícolas y portuarios.

La Ciénaga Grande es uno de los complejos de humedales más importantes del planeta. Foto: Guillermo Torres