El terremoto del Océano Índico fue el tsunami más devastador de la historia al desplazar más de 30 kilómetros cúbicos de agua de mar. | Foto: Corvis

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El tsunami del sudeste asiático, diez años después

Tailandia fue uno de los países afectados por el terremoto del Océano Índico que terminó desencadenando uno de los fenómenos naturales más devastadores de las últimas décadas. En la memoria de las víctimas permanece el día en que la furia del mar se llevó todo.

Por María Camila Peña Bernal
21 de julio de 2014

Recordar lo que pasó en la mañana del 26 de diciembre de 2004 es doloroso. Hay quienes han decidido no volver a hablar del tema, como una manera de seguir con la vida y dejar ir el pasado. Otros, en cambio, recuerdan cada instante del día del tsunami y de los días siguientes. En Tailandia el saldo fue de 5.395 muertos, 2.932 desaparecidos y maas de 8.000 heridos.

Quienes estuvieron presentes dicen que antes de que aparecieran las olas, el mar se retiró inesperadamente de la costa. Esa fue la advertencia de la naturaleza para que buscaran refugio, pero tanto a los turistas como a los lugareños el fenómeno en vez de alertarlos llamó su interés, y para cuando llegó la ola, era demasiado tarde para correr. En la playa de Khao Lak se confronta de primera mano el peso del desastre. Entre los árboles aparecen algunos decorados con cintas de colores y flores de los que cuelgan los retratos de quienes no lo lograron. La mayoría son occidentales, familias enteras que se llevó el mar.

El tsunami fue originado por un terremoto que según los científicos australianos Phil Cummins y Jeremy Goldberg, es considerado el mayor evento sísmico de la Tierra en los últimos 40 años. “Tuvo su epicentro en la costa de Sumatra (Indonesia) y la energía liberada fue equivalente a una bomba de 100 gigatoneladas, 1.500 veces mayor que la bomba nuclear más grande jamás detonada”.
Las primeras olas golpearon la costa sur de Tailandia una hora y media después del sismo, hacia las 9:45 de la mañana y en algunas zonas pasaron inadvertidas. La segunda serie de olas, sin embargo, alcanzó hasta 16 metros de altura y se llevó todo a su paso en seis provincias a lo largo del mar de Andamán: Ranong, Phang Nga, Phuket, Trang, Satun y Krabi. En esta última, uno de los lugares más afectados fue la isla de Koh Phi Phi, donde en cuestión de minutos más de mil personas perdieron la vida.

Tero Kempas, hoy gerente de The Adventure Club, uno de los 12 centros de buceo de la isla, dice que ese día lo despertaron los gritos. “Las únicas palabras en thai que reconocí fue ‘agua’ y ‘vamos’. Cuando salí del cuarto, el agua me llegaba hasta los tobillos, y en cuestión de minutos me subía a los hombros. Era como nadar en una piscina con corrientes y objetos que te punzaban el cuerpo como armas letales”.

En lado norte de Koh Phi phi, en cambio, la ola llegó con todo su poder, alcanzó 10 metros de altura, pasó sobre la isla y arrasó. No quedó nada, ni árboles, ni restaurantes, ni bungalús. El lugar se convirtió en un desierto.

Para cuando la primera ola llegó a la isla, Kamron Sorsonboon, quien se hace llamar en inglés Champ, estaba con un grupo de turistas que querían hacer snorkel a unos 40 minutos al sur. Solo se percataron de una fuerte corriente, pero en el mar profundo nadie vio la ola. “Al regresar la bahía estaba cubierta de cosas que de lejos parecían lanchas. Pero cuando nos acercamos, lo que vimos fue puertas, techos, lavadoras, ventiladores, camas y cuerpos, muchos cuerpos en la playa. La gente lloraba, gritaba, se empujaba”.

Todos los sobrevivientes pasaron esa noche en el punto más alto de la montaña. “Había veces que mirábamos al horizonte y nos parecía que otra vez venía la ola”, dice Champ. Al día siguiente llegó la Armada Nacional con la orden de evacuarlos a todos y llevarlos a tierra firme, en donde pasaron varios días en albergues temporales. La isla era inhabitable, con la humedad y las altas temperaturas los cuerpos comenzaban a descomponerse, y el sistema de alcantarillado estaba colapsado. “La gente no tuvo más opción que dejar a sus muertos atrás”.

Según Naciones Unidas, tras el desastre más de 1.600 niños quedaron huérfanos en las seis provincias del sur y en los días siguientes otros 5.000 fueron diagnosticados con desórdenes de estrés. En el caso de Phi Phi, sus pobladores no querían regresar, tenían miedo. Muchos terminaron vendiendo sus tierras y los que aceptaron volver pusieron como condición que les construyeran sus nuevas casas en la montaña, donde no pudieran ver el mar. Así fue.

En el caso de los arrecifes el mayor impacto fue en las aguas menos profundas, donde se concentró la fuerza de las olas. Según estudios realizados después del Tsunami, los daños en los corales se dieron por tres causas: la acción de las olas, que terminó por quebrar las estructuras; la asfixia debido al exceso de sedimentación, y la contaminación de las aguas con desechos terrestres. Otros efectos en el medio ambiente fueron la contaminación de las fuentes de agua dulce con agua salda, así como de las aguas subterráneas; contaminación de las aguas marinas; erosión costera, y pérdida del ecosistema terrestre.

Gracias a las donaciones de personas de todo el mundo y al trabajo mancomunado de ONG y el gobierno tailandés, el país salió adelante. Las playas y las aguas se limpiaron, nuevos resorts fueron construidos y con el tiempo los turistas volvieron a llegar. En mayo de 2005 se creó el Centro Nacional de Advertencias de Desastres (NDWC) y para 2008 se puso en funcionamiento un sistema de alertas, que incluye 136 torres de advertencia y tres boyas de detección de tsunamis ubicadas en el mar de Andamán. Una vez el sistema detecta una ola anormal, las boyas envían vía satélite los datos al NDWC y luego de confirmarse la información, se activa el envío de mensajes de alerta a las torres de radio, los medios de comunicación y los poblados, donde comienzan a sonar las sirenas. El NDWC también ha realizado talleres con la población para que sepan cómo responder ante este tipo de situaciones y ha instalado señales de evacuación de tsunami en inglés y tailandés a lo largo de las provincias del sur.

Para Champ, como para muchos de los lugareños, la única explicación al desastre reside en lo que en el budismo se conoce como karma, la ley cósmica de causa y efecto: “Los seres humanos no nos preocupamos por la naturaleza, siempre le estamos quitando, y la naturaleza vino y se llevó todo”.