La empresa africana M-Pesa, a través de la banca móvil, le dio acceso a nueve millones de personas al sistema financiero. | Foto: LatinStock Colombia, Corbis

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Innovación social: el motor del futuro

La innovación social está solucionando las grandes problemáticas del mundo y nos propone analizarlo de una manera diferente.

María López y Ángela Constanza Jerez
26 de mayo de 2013

Nunca antes la tarea de encontrar una nueva manera de pensar había sido tan urgente en el mundo como lo es ahora. Desde la inestabilidad financiera que se ha vivido en los últimos años hasta la turbulencia política en naciones tan disímiles como Venezuela y Siria –por poner algunos ejemplos–, así como la crisis de recursos naturales que se avecina, los riesgos del cambio climático, las pandemias globales y la pobreza extrema; son pruebas de que las fórmulas tradicionales de abordar los problemas ya no bastan. El modelo actual, se podría decir, ha fracasado.

Por ende, ha llegado el momento de buscar alternativas que permitan llevar a cabo una profunda transformación económica, social y cultural. Un cambio de paradigma. Las antiguas tesis sobre la asistencia paternalista del Estado para abordar esta problemática hoy resultan inadecuadas y, francamente, insuficientes. Lo que el mundo pide a gritos, en cambio, son soluciones creativas e innovadoras que promuevan fuentes de ingreso, que garanticen un crecimiento sostenible de las naciones y que contribuyan a su competitividad en un mundo globalizado.

No son pocos los Gobiernos del mundo que hoy le están apostando a esto. En Estados Unidos, en 2009, el presidente Barack Obama estableció el Fondo de Innovación Social (SIF)  como parte de un acuerdo bipartidista que reconocía a los emprendedores y al sector social como actores claves para el desarrollo económico del país y, de hecho, en los últimos años este Fondo ha invertido sumas importantes en estos proyectos.

Otro ejemplo es el Gobierno de Japón, donde la innovación social juega un papel fundamental en las estrategias que se están diseñando para reconstruir las zonas afectadas por el tsunami de 2011 y el desastre nuclear del año pasado. El Gobierno de Dinamarca, por su parte, creó una unidad interministerial que involucra ciudadanos y empresas para plantear nuevas soluciones de política pública desde la base y no desde la cima. Su nombre es Mind Lab y, desde 2002, esta unidad se ha involucrado en el diseño de estrategias como el manejo de residuos de Copengaguen y la puesta en marcha de soluciones a las tensiones entre guardias y reos en las prisiones de Dinamarca. Otros países como el Reino Unido, Corea de Sur y prácticamente todos los de la Unión Europea, le están otorgando un tratamiento prioritario a dichos enfoques.

Colombia no se ha quedado atrás. Hace dos años, el Gobierno actual creó el primer Centro de Innovación Pública, el cual pretende ser un punto de encuentro de actores que generan soluciones sostenibles y a gran escala para mejorar la calidad de vida de la población colombiana en extrema pobreza.

Así, la innovación social ha propiciado conceptos tan importantes como el fair trade (o comercio justo), el aprendizaje abierto y a distancia, la banca móvil, la permacultura y
las construcciones de cero carbono, entre otros.
Curiosamente, estas innovaciones son tan sencillas como revolucionarias. Los economistas estiman que entre 50% y 80% del crecimiento económico del mundo proviene de la innovación y del nuevo conocimiento. En África, por ejemplo, una empresa llamada M-Pesa desarrolló un sistema de pagos móviles. Hoy, a través de este mecanismo de banca móvil, nueve millones de personas que antes estaban excluidas tienen acceso seguro al sistema financiero. Esta historia de éxito ha transformado el mercado regional, al mismo tiempo que ha empoderado a los usuarios locales que estaban excluidos de la banca debido a sus estrictas regulaciones.  

Sea cual sea la línea en la que se desarrollen esos nuevos productos o servicios para lograr cambios sociales y medioambientales positivos, lo importante es que se desarrollen. Como afirma Geoff Mulgan, CEO de Nesta –el más importante laboratorio de innovación– y gurú en estos temas: “No se tiene suficiente conocimiento sobre los aportes de la innovación social si se compara con el conocimiento que existe sobre la innovación en los negocios y en la ciencia, pero lo cierto es que esta se requiere para que haya transformaciones en las políticas públicas, así como en el desarrollo de las comunidades y de las ciudades porque brinda otra visión y aporta otros elementos al mundo”.

Por eso, en su concepto,  esta podría considerarse la ‘era dorada’ de la innovación social, ya que los retos de nuestro siglo requerirán fórmulas creativas para superar los inconvenientes en múltiples áreas que se han convertido en palos en la rueda del desarrollo sostenible. “Parece que los sectores claves de crecimiento de la economía del siglo XXI serán la salud, la educación, el medio ambiente y el cuidado, áreas que representan alrededor del 20 % al 30 % del PIB mundial. En todos ellos se requieren modelos de innovación social”, vaticina Mulgan.

Inversionistas en todo el mundo también están viendo esta nueva realidad. En los ojos de la economía de mercado, los riesgos planetarios se convierten en oportunidades de negocio. A través de la Inversión de Impacto, como se conocen los capitales invertidos en proyectos que generan un impacto social o ambiental, están apostándole a ganar, además de rendimientos financieros, beneficios para la sociedad o el planeta. Sobre esto JP Morgan estima que la oportunidad de inversión en los próximos 10 años puede estar entre USD 400 millones y USD 1 trillón.

De la misma manera, en diferentes partes del mundo se están creando las llamadas Empresas B, cuyo principal objetivo es solucionar las dificultades de la humanidad y del planeta. Entre tanto, en Suramérica ya existen 48 empresas certificadas, y en el resto del globo hay un total de 750.


Esperanza en las nuevas generaciones

Con toda seguridad este movimiento se irá acrecentando. Universidades tan prestigiosas como Oxford, Harvard y Stanford han creado centros de innovación y, por consiguiente, han destinado parte del tiempo de sus profesores y estudiantes a analizar las posibilidades de la innovación social. Igual ocurre en otras instituciones de Europa, como el Politécnico de Milano -abanderada en este tema- y también en nuestro continente, con el Art Center Collage of Design, de Estados Unidos, y la Universidad de Sao Paulo, en Brasil.

Colombia no se queda atrás: Eafit, Icesi, Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA), Universidad del Norte, Universidad de Antioquia, Universidad Nacional, Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Universidad de Los Andes, por ejemplo, tienen cursos destinados exclusivamente a esta nueva ciencia. En la mayoría de estos programas el fuerte es el impulso de proyectos relacionados con emprendimiento empresarial enfocado a producir bienes y servicios para la base de la pirámide.
 
“Buscamos que los estudiantes entiendan la realidad del país para que puedan encontrar un proceso innovador. Además, que comprendan cómo funciona el mercado, qué está pasando, cuáles son los actores, cómo se relacionan y cuáles son las necesidades para que encuentren la manera de satisfacerlas”, explica Andrés Felipe Otero, director del Start-Up Café del Icesi de Cali.
 
De igual forma, algunos centros educativos colombianos están realizando alianzas con el sector privado e incluso con organizaciones internacionales para que el conocimiento de alto nivel de sus investigadores no se quede en patentes que no se utilizan y terminan guardadas en los anaqueles de las universidades. Hoy, doctores y posdoctores invierten su tiempo y talento en solucionar problemas reales del país y la industria; de esta forma se están creando empresas conocidas como Spin-off (aquellas que surgen de otros proyectos, en este caso académicos).

Los imaginadores

Nada de esto estaría ocurriendo sin la existencia de los innovadores sociales. En ellos recae la responsabilidad de convertir los sueños de cambio en realidades. Son quienes están asumiendo el liderazgo de este nuevo futuro y obligándonos a mirar más allá, es decir, a ver que la trasformación es posible. Y lo hacen porque las soluciones que plantean vienen de abajo. De ciudadanos que están equipados de una manera única para abordar los problemas que se han resistido históricamente al dinero y a la inteligencia de los Gobiernos y de las organizaciones tradicionales que tratan de resolverlos desde afuera.

Con empatía, recursividad, practicidad y oportunidad, trabajan no para proponer el cambio, sino para propiciarlo. Por eso tienen la habilidad de moverse en todas las esferas y sectores de la sociedad bajo la premisa de contribuir con su aporte a partir de la sociedad civil, y sectores como el público y el empresarial.

Para lograrlo saben que tienen a su favor el hecho de que vivimos en un mundo interconectado en donde no existen fronteras. La tecnología permite que todos nos involucremos con causas sociales, incluso de otros continentes, pues nos sentimos responsables de lo que allí sucede. Entonces, sabemos que lo que ocurre en un sitio impacta en otro y que los cambios se obtienen al dar participación, comprometer y afectar de manera positiva a la mayor cantidad de población posible. En suma, la tecnología nos conecta y nos ofrece la posibilidad de escalar ideas, de sumar acciones transformadoras de vida, de compromiso y de sueños que hoy son realidades; como las 100 ideas que ponemos a manera de ejemplos en esta publicación.