Hoy, la asociación beneficia a 152 lecheros de forma directa y 608 de forma indirecta.

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Ancla a tierra

Gracias al nuevo modelo de ‘empresas ancla’, que produce alianzas público-privadas, capacitación y confianza en la comunidad, se genera empleo y se eleva la calidad de vida tanto en el campo como en la ciudad.

Inés Elvira Ospina
10 de octubre de 2012

 Hace 12 años, Belmiro Rojas era un campesino de Sabana de Torres (Santander) que dependía de la buena voluntad del que quisiera darle trabajo. Hoy es dueño de 10 hectáreas de un cultivo de palma –como lo certifican títulos de propiedad entregados por el presidente Juan Manuel Santos en febrero pasado–, que forma parte de dos proyectos avaluados en 35 millones de dólares.

“Estábamos muy incrédulos porque, al principio, no sabíamos si íbamos a ser capaces de mantener 10 hectáreas. Hoy descubrimos no solo que sí era posible, sino además importantísimo”, confiesa. No es la primera vez que alguien se preocupa por la situación de los campesinos. A finales de los años 90, Indupalma lideró proyectos de desarrollo que buscaban, mediante alianzas con la banca y el Gobierno, que
los cultivadores recibieran financiación a largo plazo (12 años con cuatro de gracia) para la compra de tierras y el establecimiento de cultivos de palma.

El modelo resultó tan exitoso, que los créditos se pagaron antes del tiempo estimado. “Ya no nos preocupamos, ya estamos en lo nuestro. Hay que trabajar duro para sacar con calidad todo el fruto y que nos dé utilidades”, advierte José Palomino, propietario cooperativo del proyecto El Palmar. Aun así, que el 50 por ciento de la población rural se encuentre todavía en la pobreza y que cerca del 25,5 por ciento siga en la pobreza extrema, según el Departamento Nacional de Planeación, más que una alarma es un llamado a todos los sectores (público, privado y sociedad civil) para combatir unidos este flagelo del campo colombiano. 

El sector privado le apuesta al tema con el modelo de ‘empresa ancla’. Se trata de una entidad de mayor escala con producción propia, acceso a compradores o a redes de distribución, que encuentra oportunidades de crecimiento y éxito al promover el concepto de negocios inclusivos o integrar los grupos de interés en su cadena de valor. Es un gana-gana en donde la empresa aumenta su productividad y los diferentes grupos de interés mejoran sus ingresos y, por ende, su calidad de vida.

“A una compañía privada no le interesa trabajar con un pequeño productor, sino con muchos, que estén organizados y que puedan cumplir los compromisos adquiridos. Y a esos pequeños productores les conviene tener una mayor capacidad de negociación”, asegura Sergio Rengifo, director de Negocios Inclusivos del Consejo Empresarial Colombiano para el Desarrollo Sostenible (Cecodes). Por ejemplo, en el proyecto El Palmar, en Sabana de Torres, hay 30 cooperativas de proveedores con 1.300 asociados. “Tener un modelo bien estructurado, con el respaldo de una empresa, les dio seguridad a los bancos. Y nos ganamos también la confianza de los campesinos, porque no todos creían que el proyecto fuera transparente”, afirma Jairo Cendales, director de la  Unidad de Negocios de Indupalma.

Y es que el tema de la confianza es importante en este modelo. Antes, las industrias que se asentaban en las regiones traían su personal y organizaban su producción, distribución y venta sin involucrar a quienes estuvieran a su alrededor. Por su parte, quienes vivían en el lugar desconfiaban de ellas por no brindarles oportunidades ni condiciones de trabajo dignas.

Vencer ese escepticismo es el primer reto de las ‘empresas ancla’. Cuando Pavco llegó a la región del norte de Cauca, hace más de 10 años, se dio cuenta de que no podía cerrar los ojos frente a esta realidad y
empezó a trabajar con la comunidad. “No tenía sentido traer a todos los trabajadores de Cali y emprendimos un proyecto con el SENA en el que, durante tres años, capacitamos técnicos para poder emplearlos.

Así empezamos a derribar la barrera de la desconfianza”, recuerda Adriana García, gerente administrativa y financiera de Pavco de Occidente. La clave es gestión La organización, la coordinación y la capacidad administrativa de las empresas ancla permiten pasar de la teoría a la práctica. “Lo importante es tener buenos proyectos para conseguir la financiación”, afirma Rengifo.

Cecodes trabaja precisamente por esto en una herramienta que tenga la capacidad de medir los modelos
y así ofrecer a los inversionistas un panorama claro sobre qué funciona y qué no. Lo primordial en este tipo de proyectos es que sean económicamente rentables, socialmente amigables, ambientalmente sostenibles y que en ellos se garantice la cadena de valor completa. Un claro ejemplo está en la
población de Guacherné, Cauca.

Desde hace cuatro años, un grupo de 31 empresas, entre las que se cuentan Pavco, Carvajal, Familia, Papeles del Cauca e Ingenio del Occidente, entre otras, trabajan bajo el concepto de región socialmente responsable. “En Guacherné siempre hemos tenido el problema del agua potable. Pero el acompañamiento de estas empresas no solo en realizar este proyecto sino en la gestión frente a la Gobernación y Planeación Nacional para conseguir los recursos, nos ha permitido creer. Imagínese podremos tener un acueducto después de toda una vida sin él”, revela Francisco José Paz, alcalde del municipio.

Por su parte, la cementera Holcim identificó que podía aportar al mejoramiento de la calidad de vida de los productores agrícolas en los municipios cercanos a su planta de Nobsa, en Boyacá. En 2005, invitó a los pequeños productores a asociarse para vender su leche directamente a empresas del sector. Así nació la Asociación Agropecuaria de Productores y Comercializadores de Nobsa, Iza, Tibasosa y Sogamoso (Agronit).

“Nos organizamos para entregarle a La Alquería la producción. Hoy es nuestro aliado comercial porque desde cuando empezamos nos han acompañado con capacitaciones en cambios de la cultura del ordeño”,
explica Manuel Rodrigo Tobos, socio y representante de Agronit. Hoy, la asociación beneficia a 152 lecheros de forma directa y 608 de forma indirecta.

“Es importante advertir que las empresas ancla no solo desarrollan modelos como estos en las zonas rurales. En la ciudad también lo hacen, porque el principio es el mismo”, aclara Rengifo. Ese el caso de Leonisa, la empresa de ropa interior femenina que desde 2005 –con el amparo del Programa de Desarrollo Empresarial (CED) de Usaid y operado por Carana– comenzó a trabajar con 20 pequeñas y medianas empresas con el fin de convertirlas en exportadoras directas e indirectas, mejorar sus ventas en cerca del 30 por ciento e incrementar el empleo.

“Esto requiere cambios estructurales administrativos, coherentes, donde la prioridad de la empresa sea el principio de sostenibilidad corporativa que crea valor para los accionistas a largo plazo al aprovechar
las oportunidades y gestionar los riesgos derivados de los desarrollos ambiental, social y económico. No es fácil, pero es un modelo que da resultados y que se debe replicar muchas veces. Es importante que las empresas se enamoren de este concepto”, concluye el director de Negocios Sostenibles de Cecodes.