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Leila Patricia Vera, una habitante de los Montes de María, afirma que su amor eterno es el bosque seco tropical. Foto: Jhon Barros. | Foto: Jhon Barros

Medioambiente

Los guardianes del bosque seco

Desde hoy, SEMANA SOSTENIBLE publicará una serie con las historias y relatos de personas dedicadas a salvar el bosque seco tropical en Colombia, ecosistema que ya perdió 90 por ciento de sus tierras por la deforestación. Aunque alberga 2.500 especies está en alto riesgo de colapso y degradación.

Jhon Barros
9 de enero de 2019

Cuando era niña, Leila Patricia Vera pasaba largas horas contemplando las montañas de San Juan Nepomuceno, uno de los 15 municipios de Bolívar y Sucre que conforman los Montes de María y una de las zonas más azotadas por la violencia debido a las masacres por parte de la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico.

“Yo tuve un amor temprano por la naturaleza. Me quedaba como embobada viendo esas montañas azules repletas de árboles del bosque seco tropical y me encantaba esa fiesta de colores que se armaba cuando llegaban las mariposas amarillas, brotaban las flores y sobrevolaban las aves. Hoy, con 48 años de edad, puedo decir con seguridad que ese paisaje, esa naturaleza cargada de belleza, es mi amor eterno”.

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Nunca tuvo la intención de abandonar su territorio. Pero sabía que en su terruño no podía estudiar más allá de la primaria, ya que no había mucha plata que digamos. “Cuando terminé el quinto grado, mis papás me mandaron a Cartagena a donde unos parientes para que terminara mi bachillerato. Fue muy duro dejar ese paraíso boscoso, aunque el mar de la Heróica mitigó un poco el sinsabor”, apunta Leila, que tiene alma y corazón de poeta.

Los colores del bosque seco tropical enamoraron desde niña a Leila. Hoy en día es una líder defensora de este ecosistema en los Montes de María. Foto: Felipe Villegas (Int. Humboldt).

En la capital de Bolívar, esta mujer morena y de cabello esponjado empezó a estudiar en un colegio de promoción social, en donde tuvo una visión de su futuro. Al conocer las problemáticas de la población y el arduo trabajo de las madres comunitarias, comprendió que sería una líder social. “Quería irme para Bogotá a estudiar trabajo social, pero el amor por mi pueblo me lo impidió”.

En el despertar de sus 20 años, Leila regresó a San Juan Nepomuceno para visitar a padres y familia más cercana antes de coger rumbo hacia la gran ciudad. Pero al ver las carencias económicas, la zozobra sembrada por los grupos armados ilegales, la falta de liderazgo por simple miedo y la acelerada deforestación en las montañas que tanto amaba, decidió quedarse de por vida.

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“Yo no tenía la intención de quedarme. Mi sueño era seguir estudiando en Bogotá, pero la necesidad de mi pueblo le ganó a esas ganas de progresar por fuera. Como dicen por ahí: a veces la vida se encarga de ponerlo a uno en el lugar donde es bueno para hacer algo. Mi llegada fue amarga: no solo fui testigo de cómo el conflicto armado acabó con muchas vidas, sino de la tala masiva de los árboles del bosque seco en las montañas”.

Leila contó su historia en el primer Foro Nacional por los bosques secos, realizado hace unas semanas en Bogotá por el Instituto Humboldt. Foto: Felipe Villegas (Int. Humboldt).

“Mi amor eterno”

Los caracolís que la enamoraron desde niña, árboles típicos del bosque seco en la región Caribe con alturas superiores a los 30 metros, ya no estaban. Lo mismo ocurrió a nivel nacional: de las más de 9 millones de hectáreas que estaban ocupadas por este ecosistema, hoy no sobrevive más de un millón de hectáreas.

“Para mi eso fue como si me quitaran una parte del cuerpo. Los monos que comían de esos frutos y daban cantos por la noche, se fueron. Las corrientes de agua que antes abundaban, ya estaban secas. Talar un árbol 400 años es un crimen que no se puede recuperar. Los árboles son los que producen el agua”. 

Ante la hecatombe ambiental, Leila comprendió que debía unir a la población para cuidar los relictos del bosque seco sobreviviente y poner en marcha algún proyecto que les permitiera vivir de los frutos y semillas o implementar cultivos en zonas controladas, es decir sin talar más áreas.

Leila vive en una finca 24 hectáreas en la vereda Los Guamos de San Juan Nepomuceno. Allí tiene un relicto de bosque intacto y cultivos de ñame. Foto: Jhon Barros. 

El hombre es un ser de necesidades inmediatas, como la alimentación, vivienda y vestuario. En mi pueblo no tenemos grandes empresas que nos den empleo, por lo cual si no cultivamos nos morimos de hambre. Teníamos que encontrar por lo menos un producto para vivir bien pero conservando el bosque”, menciona Leila. 

La vereda Los Guamos, donde nació esta mujer caribeña, le dijo no más a la tala y quema. La población dejó el bosque sobreviviente quieto y empezó a ver qué cultivo se les daba mejor. “Experimentamos con casi todo cuando la violencia nos dejaba. En 2014, cuando el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) llegó a los Montes de María para trabajar en un proyecto de uso sostenible y conservación de la biodiversidad en los ecosistemas secos, todo empezó a coger forma”.

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Con la ayuda de la comunidad, los expertos empezaron a conectar los relictos del bosque seco para consolidar futuras reservas naturales. También iniciaron varios encadenamientos productivos y cadenas de valor para que la población mejorara su calidad de vida.

“30 personas de mi vereda nos enfocamos en el ñame, aprovechando una sobreproducción del tubérculo. Se nos ocurrió transformarlo en harina y sin gluten, el cual hoy en día vendemos a nivel nacional. La gente del PNUD nos ayudó a gestionar recursos para la planta y capacitarnos en varias universidades, todo a cambio de conservar y restaurar casi 5.000 hectáreas de bosque seco. También sembramos 17 variedades de frijol y maíces de colores, que les vendemos a grandes empresas grandes, y cultivamos hortalizas orgánicas". 

El bosque seco tropical de los Montes de María está reviviendo en las manos de sus habitantes, quienes trabajan en constituir corredores biológicos. Foto: Jhon Barros. 

La práctica de tala, quema y siembra en la región ha mermado. Según Leila, antes los campesinos arrasaban con una hectárea de bosque para sembrar 3.500 plantas de ñañe. Luego de la cosecha, esa hectárea ya no servía, por lo cual tumbaban y quemaban monte para volver a sembrar.

"Eso ya no lo hacemos. Ahora destinamos la misma hectárea para la siembra y luego de recoger los tubérculos le aplicamos abonos orgánicos hechos con los desechos de las fincas. Ya no quemamos y superamos la cantidad sembrada: más de 16.000 plantas de ñame”.

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Leila vive en una finca 24 hectáreas en la vereda Los Guamos. Allí tiene una parcela de conservación donde siembra especies típicas del bosque seco, cuyas semillas riega por las montañas que la enamoraron cuando era niña. Su hijo Samuel David, de 12 años, y su mamá, son su única compañía.

“Yo me separé hace rato. Por eso repito que, además de mi hijo y mi santa madre, mi amor eterno es el bosque. Mi chiquitín me acompaña a todos los talleres y capacitaciones, y tiene un proyecto de reciclaje con un sobrino. Recolectan las botellas plásticas de la calle para que no lleguen a los ríos. Las tapas se las damos a una fundación que tiene una campaña lo más de bella: las venden para ayudar a costear una sesión de quimioterapia de un niño con cáncer”.

Además de defensora del bosque seco, Leila tiene alma y corazón de poeta. Los árboles de este ecosistema son su mayor inspiración. Foto: Felipe Villegas (Inst. Humboldt).

Cuando estaba lejos de su terruño boscoso, cargada de añoranzas y reminiscencias, Leila dejó aflorar su lado poeta y escribió un pequeño texto llamado anhelos: “si he de vivir errante y se me concede elegir el punto de partida, entonces deseo perderme en aquellos parajales de caracolíes y manantiales, donde me puso Dios el primer día de mi vida”.

El programa de uso sostenible y conservación de la biodiversidad en ecosistemas secos del PNUD busca aportar al mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones en estado de vulnerabilidad por medio de la reducción de la deforestación y desertificación de los bosques secos.

La estrategia trabaja en 11 municipios del Caribe (Dibulla, Valledupar y San Juan de Nepomuceno), el valle interandino del río Magdalena (Natagaima, Aipe, Neiva y Dagua) y el Pacífico (Policarpa, Cumbitara, La Llanada y Los Andes (Sotomayor)), sitios en donde 495 familias hoy en día son los guardianes del bosque seco tropical en Colombia.

El Ministerio de Ambiente, Instituto Humboldt, Corporación Paisajes Rurales, Fondo Patrimonio Natural, Banco2-Más Bosques y varias Corporaciones Autónomas Regionales, hacen parte de esta iniciativa para blindar el bosque seco.