| Foto: Claudi Camejo/SEMANA

MEDIOAMBIENTE

El complejo balance del estado de la pesca artesanal en Colombia

A finales del año pasado se dieron a conocer nuevos datos sobre esta actividad en el país. Los informes concluyen que sigue siendo muy rudimentaria, muestran cuáles son las especies de peces que más se capturan y señala los grandes retos que enfrenta.

18 de enero de 2018

Durante el 2017 la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap) estuvo nutriendo el Servicio Estadístico Pesquero Colombiano (Sepec), que se creó en 2012 para que se convierta en un aliado de las comunidades del país que se dedican a esta actividad. Esto ha sido posible con la ayuda de la Universidad del Magdalena, que a través de sus grupos de investigación ha recolectado y clasificado información en una plataforma digital accesible para todos. Entre los datos, que se pueden encontrar ingresando aquí, hay estadísticas pesqueras a nivel nacional sobre desembarcos, principales especies, producción de acuicultura y comercialización de la producción pesquera.

En el  convenio entre las entidades también se resalta la primera gran encuesta a las pesquerías artesanales del país, realizada entre abril y mayo de 2017, pero que no incluyó a San Andrés ni a la Ciénaga Grande de Santa Marta. Para hacerla se visitaron 813 localidades en 165 municipios, 27 departamentos, 5 cuencas hidrográficas y los litorales marinos del Pacífico y el Caribe. De esta forma se registraron 21.885 unidades de pesca, que se encuentran principalmente en la cuenca del río Magdalena (47%) y en el litoral del mar Caribe (17%), valorando así la importancia social y económica del sector pesquero, especialmente en lugares distantes del país.

“La pesca artesanal es una actividad que puede tener un gran impacto social, pues se convierte en un salvavidas que permite que las personas tengan un ingreso para solucionar sus necesidades básicas y además les brinda seguridad alimentaria. Los ingresos nunca son muy altos, pero sí suficientes para mantener a los pescadores”, señala Luis Orlando Duarte, docente de la Universidad Magdalena.

Mediante el monitoreo a los desembarcos, que ocurrieron entre marzo y noviembre de 2017, se sabe que fueron capturadas 332 especies en el litoral Caribe, 116 en el Pacífico,  88 en la cuenca del Amazonas, 16 en el Atrato, 21 en la cuenca del Sinú y 60 en la Orinoquía. Entre los peces más apetecidos por los pescadores del Caribe están el jurel, la lisa, la cojinúa, el bocacolora y el bonito. Mientras en la cuenca del Orinoco domina el bagre con 25% de los desembarcos y en el Amazonas las especies simi y pirabutón suman el 21%. Por su lado, el bocachico es lo más buscado en las cuencas del Magdalena (con 58% del desembarco), Sinú (85%), y Atrato (46%).

La vida de los pescadores artesanales

De acuerdo con la investigación, en general el pescador artesenal colombiano no tiene equipos sofisticados para desarrollar su actividad, sino aparejos (instrumentos de pesca) o métodos muy básicos que se ajustan a las zonas donde trabajan. “En Colombia una gran cantidad de pescadores se transporta aún con barcos de remo, hay una brecha técnologica importante si se compara con naciones vecinas como Ecuador. No obstante existen excepciones en sitios como San Andrés, Bahía Solano, y grandes ríos como el Orinoco o el Amazonas, pues debido a que en estos lugares hay recursos más abundantes, el ingreso es mayor y les es más fácil modernizarse”, asegura Duarte.

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Tener grandes superficies de agua no es garantia de tener recursos pesqueros. Por eso, aunque Colombia cuente con dos mares, grandes cuerpos de agua dulce, ciénagas y humedales, no en todos hay abundancia ni tampoco un ingreso de capital fuerte para que los pescadores se modernicen. A pesar de la forma arcaica en que se realiza la actividad, la valoración económica de la flota pesquera artesanal del país no es una cifra despreciable, pues esta alcanza los 205.000 millones de pesos. Las pesquerías artesanales marinas del Caribe y el Pacifico representan cerca del 65,8% de la cifra total de pesca nacional. La cuenca del río Magdalena alcanza el 19.6%, la Orinoquía el 6.5%, la cuenca del Atrato el 4.5%, la Amazonía el 2.4% y la cuenca del Sinú el 1.2%.

En muchas regiones la pesca se convierte en un salvavidas para las personas, ya que al llegar desplazados por el conflicto y no conseguir empleo, ven en las aguas una oportunidad de subsistir.  De esta forma se genera un ingreso para ellos pero a la vez los recursos naturales disminuyen. “No son pescadores, sino que se convierten en pescadores y aumentan la cantidad de capturas, eso afecta la disponibilidad de los recursos y puede ampliar le brecha de inequidad”, comenta Duarte.

Las cifras del Sepec son contundentes y muestran las diferentes ganancias que puede sacar un pescador artesanal dependiendo del lugar y su forma de pescar. Por ejemplo, las embarcaciones que pescan mediante espineles en el Pacífico son las más rentables, pues ganan 0.92 Salarios Mínimos Mensuales Legales Vigentes (SMMLV) operando entre 2 y 5 pescadores. Los segundos son los pescadores del Caribe que usan nasas y también requieren entre 2 y 5 personas para funcionar. Quienes buscan faenas de las formas más rudimentarias, sin embarcaciones a motor y con atarrayas, apenas pueden llegar a los 0.03 SMMLV con la ayuda de un solo pescador.

Además de la brecha tecnológica, uno de los retos más grandes que enfrenta la pesca artesanal es el de desarrollar una capacidad organizativa que les permita agremiarse de forma sólida y obtener beneficios colectivos. “Los pescadores artesanales regularmente no se agremian, son más bien individuales, les cuesta confiar en el propio compañero como para delegarle la responsabilidad de representarlos. Entonces, cuando las autoridades, incluyendo la autoridad de pesca, quieren desarrollar una política de fomento o apoyo, no encuentran un representante con quien negociar”, dice Duarte.

Se estima que la cantidad de pescadores pueda ser superior a la de otros gremios como el de la papa o el algodón. Sin embargo, debido a la falta de organización los pescadores no tienen asiento en el Ministerio de Agricultura, como sí sucede con el gremio papero por ejemplo. Esta falta de unidad se conoce técnicamente como la tragedia de los comunes, es decir, cuando alguien utiliza un recurso persiguiendo beneficios individuales y no detecta el perjuicio comunitario que pueda generar su sobreexplotación. Son demasiados los pescadores que no piensan que si pescan mucho, esto los puede afectar a ellos y en general a toda la comunidad.

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¿Qué pasa con las especies?

Aunque pueda parecer positivo que los datos registrados por el Sepec en 2017, en comparación con los registros de 2012, muestren que el desembarco de naves pesqueras con redes ha aumentado en un 54% en el río Magdalena, debido al incremento del nivel de las aguas del río, el crecimiento de grandes faenas pesqueras puede significar un riesgo ambiental. Es por eso que anualmente se hace un balance con el fin de establecer cuotas de pesca y proteger así a algunas especies.

Para cumplir con la tarea existe el Comité Técnico Para la Pesca, conformado por el Ministerio de Agricultura, el de Ambiente, la Aunap, institutos de investigación, representantes de universidades, entre otros. En general se trata de científicos y académicos que evalúan los recursos pesqueros como también aspectos sociales y económicos de la pesca. Ellos dan recomendaciones fundadas en la evidencia que se recoge y la entregan al Comité Ejecutivo Para la Pesca, órgano tomador de decisiones y que define qué se puede capturar cada año y la cantidad de toneladas. “En esos comités tienen asiento los pescadores industriales, pero no los artesanales. Allí hay una asimetría, una desigualdad”, asegura Duarte.  

Según el docente, hay un problema de coordinación que se convierte en debilidad a la hora de proteger a las especies, pues el Ministerio de Agricultura administra los recursos pesqueros a través de la Aunap, pero es el Ministerio de Ambiente quien vela por las especies que pueden estar amenazadas. De esta manera, si hay una variedad que se quiere conservar y está dentro de un Parque Natural, los cuales están adscritos al Ministerio de Ambiente, este se vuelve un recurso hidrobiológico (a conservar) mientras se encuentre dentro del parque, pero si ese animal sale se vuelve un recurso pesquero. Así, los peces tienen “identidad múltiple” y en algunos sitios pueden ser de conservación pero en otros no.

También está el Libro Rojo de Peces Marinos, que identifica las variedades que pueden estar amenazadas. Este documento se hace con parametros estandarizados por la Union Internacional Para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés), y si una especie se declara en amenaza significa que no puede ser capturada ni dentro ni fuera de los parques.

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Infortunadamente la falta control hace que algunos tipos de peces como el mero guasa, que habita en el Caribe y está declarado como amenazado, se capture. “Los meros son animales que pueden medir 2 metros y pesar 300 kilos, no es fácil decirle a un pescador que devuelva esa especie, pues eso significa la comida de toda la semana. Hay que pensar en maneras inteligentes de solucionar eso”, indica Duarte.

Sin duda, tener información confiable sobre la pesca artesanal representa un avance para el sector, pero mientras no se trabaje en problemas como los mencionados anteriormente, los peces no estarán a salvo, lo que significa que a mediano y largo plazo tampoco lo estarán los ingresos ni la seguridad alimentaria de los pescadores.