El bosque en las montañas de Camboya es uno de los más primitivos del mundo. | Foto: André Schuiteman

BIODIVERSIDAD

En busca de nuevas especies de orquídeas

Los Montes Cardamomo de Camboya, una región apenas alterada por la actividad humana y alberga tesoros inesperados.

Alianza DW
13 de marzo de 2015

Thma Bang, un poblado situado en el suroeste de Camboya, es el último punto de civilización antes de adentrarse en el bosque. No muy lejos de aquí, pero ya en medio de la selva tropical, se alza una cabaña de la Administración Forestal de Camboya. Este refugio sirvió como campamento base para el investigador de orquídeas André Schuiteman, y su compañero de equipo, que visitaron el lugar el 23 de noviembre de 2013 para explorar especies desconocidas de orquídeas. El investigador se convirtió entonces en el primer botánico en pisar las verdes y exuberantes Montañas Cardamomo. Hasta finales de los años 90, las montañas fueron una zona en crisis. Apenas nadie puso un pie por allí. Es por eso que la naturaleza que hasta hoy encuentran los investigadores aquí se mantiene en gran parte intacta.


Los investigadores tienen poco tiempo, una semana escasa. Cada mañana temprano se ponen en marcha hacia su meta, situada a 900 metros de altitud. Para ello caminan a través de ríos y escalan por laderas empinadas, siempre acompañados por miembros del Departamento Forestal y cuatro soldados con ametralladoras al hombro. Estos hombres están para su propia protección, según Schuiteman, y al final resultan ser de ayuda como investigadores amateur. "El gobierno no quería que nos ocurriera algo", aclara el científico. En cualquier momento podrían haberse encontrado con contrabandistas o recolectores ilegales de plantas. Sin embargo, no ocurrió tal cosa. "Al final, los soldados sirvieron de ayuda en la búsqueda de plantas", cuenta Schuiteman, ya que “estaban simplemente aburridos”. No habrían tenido nada más que hacer, a parte de talar las cañas de bambú con el machete para dejar un sendero libre a los investigadores,

Schuiteman es Director para Asia del Real Jardín Botánico Kew, comúnmente llamado Jardines de Kew, en el suroeste de Londres. Kew se encuentra entre los jardines botánicos más antiguos del mundo y alberga un tesoro significativo: uno de los más importantes bancos de semillas de todo el mundo, pensado como almacén contra la extinción de especies. Así como base para la investigación de nuevas plantas.

Todas las muestras procedentes de los montes de Camboya también se archivan en las cámaras de refrigeración de Kew. Y a las anteriormente existentes, ya se han sumado algunas más: en un solo día en la selva, Schuiteman ha descubierto una docena de orquídeas nuevas. "Todas ellas en un árbol", cerca de la estación forestal. "En un principio pensé que se trataba de elwesii", cuenta el científico. Esta es una especie de orquídea ya descrita, que Schuiteman había encontrado en Laos. Sin embargo, transportó tres ejemplares a Inglaterra para examinarlos con más detalle.

Una de las últimas zonas de selva tropical intacta

Schuiteman comenzó a explorar las flores desde bien pequeño. Por aquel entonces el joven investigador visitaba los pantanos de Amsterdam, su ciudad natal. Allí, buscaba plantas e insectos y observaba las aves. Sobre todo, le gustaba introducirse en lugares donde el acceso era restringido y podía estar solo. A los catorce o quince años comenzó a cultivar orquídeas tropicales. Desde entonces, las plantas le han permitido viajar por todas partes: Tanzania, Colombia, Borneo, Nueva Guinea y Laos. El botánico encuentra fascinante que haya más de 26.000 especies diferentes de orquídeas en el mundo. Sobre todo, le apasiona entender la relación de simbiosis que desarrollan estas plantas con los hongos, o cómo interactúan con los insectos a través del color y de la forma. "Es un poco como ir de caza ", se ríe. Y es que las orquídeas no se lo ponen fácil a los investigadores. Hay que hacer un gran esfuerzo para encontrarlas.

El investigador sabe que el potencial para descubrir nuevas plantas en los Montes Cardamomo, que deben su nombre a las plantaciones locales de la misma especie, es enorme. Estos montes representan una de las pocas regiones de bosques tropicales vírgenes en el sureste asiático en general. Asimismo, fue una de las últimas zonas de refugio de los Jemeres Rojos, un movimiento que llegó al poder a mediados de la década de 1970. Durante su mandato continuaron los asesinatos en masa de la población camboyana y el minado en diversas zonas del país - incluyendo los Montes Cardamomo. Las armas son la razón por la que la región se ha mantenido intacta de la actividad humana. Hasta hoy los científicos no han podido explorar las montañas, ya que los requisitos son estrictos y se requieren permisos especiales. "Es muy probable que haya lugares en
las montañas, donde aún haya minas”, dice Schuiteman. El botánico también pretende llegar hasta ahí pero eso no podrá ser hasta finales de este año. Especialmente, hasta lugares donde nadie antes haya buscado orquídeas.

"Descubrimos algo nuevo todo el tiempo"

"Como científicos, tenemos que darnos prisa. No quedan muchos bosques en el mundo, que sigan siendo tan vírgenes e inexplorados", explica Schuiteman. Si esta selva llegara a destruirse, “desaparecería para siempre." Y, "no todo los bosques son iguales, aunque así lo parezcan a simple vista." Por ello, en el ámbito de la protección forestal es importante distinguir entre los diferentes tipos de bosque: desde aquellos que se mantienen vírgenes desde hace decenas de miles de años hasta aquellos que revelan la huella de la actividad humana.

¿Por qué esta distinción? Un bosque antiguo presenta huecos naturales, cuenta el investigador. A través, por ejemplo, de árboles muertos. En estas brechas crecen vides, hojas y ramas, que cubren el suelo. La luz penetra de tal manera que las condiciones son óptimas. Los árboles más viejos y altos proporcionan aire y espacio a los más jóvenes, explica Schuiteman. Y precisamente esta interacción natural es la que necesitan sus plantas.

A estas alturas, Schuiteman no se muestra necesariamente excitado cuando encuentra una orquídea en un bosque virgen. Esta es la profesionalidad del explorador. En toda su carrera, el investigador ha puesto nombre a 56 orquídeas, descubierto 30 especies y descrito 17. "Todo el tiempo descubrimos algo nuevo", afirma. El botánico explica que lo más sorprendente es que nunca saben con total seguridad qué es lo que tienen frente a ellos. ¿Se trata de una especie ya conocida? ¿Es nueva? A primera vista es difícil responder a estas preguntas.

Cuestión de tiempo

La búsqueda de nuevas especies de orquídeas no es una tarea de días, sino de años. El problema principal es que las plantas generalmente no están en flor cuando las encuentran los investigadores. "Tenemos que ver la flor para poder identificar la especie", dice Schuiteman. Por este motivo, para dar con ellas, "hay que buscar por todas partes", explica. La mayoría de las orquídeas crecen en los árboles pero no todas. Las plantas que han recogido los investigadores en Camboya para transportar a Kiew tampoco han florecido aún y por lo tanto son difíciles de identificar a simple vista.

Por la noche, después de regresar de la selva, los científicos colocan sus recolectas en lonas de plástico, donde las plantas serán puestas a remojo y examinadas. Con apuntes sobre el papel y el ordenador comienza el trabajo con las muestras y continúa en Inglaterra una semana después. Allí, los científicos tendrán que sembrar, cultivar, esperar y observar el desarrollo de la planta.

Así, el 27 de noviembre de 2014, casi un año después de que Schuiteman hubiera recogido la muestra en los Montes Cardamomo de Camboya, floreció una de las plantas cultivadas en Kew "durante una semana” y en ella había algo especial. El astuto botánico decidió investigar más a fondo la orquídea: primero la raíz, luego la flor, de color rojo oscuro, ambas de un centímetro de largo. Schuiteman descubrió unas verrugas incoloras en los pétalos, un indicador para pensar que se trataba de una nueva especie, que aún no había sido descrita en ningún libro. Schuiteman ya tiene un nombre para la especie pero lo mantiene en secreto hasta que se analice el ADN de la orquídea, un artista haya dibujado la planta y el investigador la haya presentado oficialmente en una revista científica en la materia. Eso será "en seis meses aproximadamente", dice Schuiteman.

Sin duda una espera emocionante y no es la única porque todavía quedan ejemplares en los invernaderos y congeladores de Kew. Tanto es así que la evidencia no se logra hasta que las plantas muestran sus capullos y florecen.