La piangua se convirtió en el plato típico predilecto y en una opción para atraer turistas. Foto: Nicolás F. Sánchez B. | Foto: Nicolás F. Sánchez B.

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Ecomanglar: en la ruta del ecoturismo

Diferentes comunidades afrodescendientes en el Pacífico colombiano adelantan iniciativas que les permitan ser autosostenibles en el tiempo.

Por María Alejandra Vélez*
27 de marzo de 2014

Santiago Valencia tiene 27 años y, a diferencia de otros jóvenes de la zona rural de Buenaventura, decidió quedarse en La Plata, su comunidad. Creció con la ilusión que trajo la Ley 70 de 1993 a las comunidades negras del Pacífico colombiano, que les reconoció su presencia histórica en un territorio antes considerado baldío y les dio el derecho a la propiedad colectiva. Pero también creció con todos los retos que dejó el nuevo marco jurídico: el autogobierno y la conservación o uso sostenible de los recursos naturales.

El Consejo Comunitario de la Plata en Bahía Málaga, Valle del Cauca, se formó en 1998 y hoy tiene 36.397 hectáreas tituladas bajo la figura de propiedad colectiva de comunidades negras. Un territorio biodiverso y con sistemas estratégicos para la conservación, rodeado de imponentes manglares. Desde cuando se formó, y con el apoyo de organizaciones como la WWF-Colombia, se concibió como una comunidad que pretende enmarcar su modelo de desarrollo económico y social respetando los límites del ecosistema.

El primer paso en este sentido fue definir, entonces, un Código de Régimen Interno y Reglamento de Uso y Manejo de Recursos Naturales. Se planteó, como lo explica Hoovert Carabalí, representante legal del Consejo, crear un mosaico de áreas con diferentes categorías de conservación en el territorio, que incluyen el Distrito de Manejo Integrado La Plata y el Parque Regional Natural La Sierpe, creados en acuerdo con la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca. El Consejo también apoyó, con las dificultades propias de estos procesos, crear el Parque Nacional Natural Marítimo Uramba Bahía Málaga, que entre otras fue la figura que encontraron los consejos comunitarios para evitar el puerto de aguas profundas que proponían construir los industriales del Valle en la zona.

Tener este código y las figuras de conservación implica en la práctica que cuando los planes de manejo sean puestos en marcha, será necesario restringir el uso y la extracción de recursos como la madera, lo cual tiene consecuencias económicas.

Santiago, quien pinta de memoria el mapa del territorio colectivo, está convencido de que era necesario tomar estas decisiones para evitar en su comunidad y su territorio el modelo de desarrollo de Buenaventura o, incluso, Juanchaco. Sin embargo, también es consciente de que paso a paso se restringen las actividades productivas que conocen. En ese contexto, el ecoturismo y etnoturismo surgen como una alternativa. Así nace, en 2008, Ecomanglar, una asociación comunitaria de habitantes del Consejo Comunitario de La Plata.

Este no es el primer intento de promover su territorio como un destino turístico. Otros esfuerzos fracasaron porque la comunidad no se apropió de las iniciativas lideradas por terceros. Ecomanglar tuvo un origen diferente. Nació de la iniciativa de los jóvenes, quienes preocupados por su futuro desarrollaron la idea. En palabras de Santiago: “Ecomanglar nace con la mirada de no tener recursos desde el principio, porque eso hace daño a las organizaciones de comunidades negras: genera asistencialismo; la gente normalmente dice ‘mientras no llegue la plata del proyecto, nosotros no hacemos nada’”. Por eso comenzaron a organizarse sin p, a pensar en los servicios que podían ofrecer y en las actividades que podían desarrollar. Retomaron los esfuerzos previos, incluida la cabaña que habían construido para el proyecto anterior, y entre todos los interesados la arreglaron.

En ese nuevo proceso la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, a través del trabajo de estudiantes de pregrado y proyectos de grado en la Maestría de Gerencial Ambiental y Gerencia en Práctica del Desarrollo, comenzó a apoyar esta iniciativa con capacitaciones y asesorías en diferentes temas, incluida la definición de un plan de negocios que le diera norte al proyecto. Estudiantes extranjeros de la Universidad de Columbia en New York, en alianza con la Facultad de Administración, se sumaron a este esfuerzo.

Actualmente los 32 habitantes en La Plata, de los cuales 22 son mujeres, son miembros de Ecomanglar. Ellos le apuestan a este proyecto desde diferentes actividades: cocineras, motoristas y guías. Se rotan las labores administrativas que han aprendido a prueba de ensayo y error. Santiago, quien es bachiller y ha participado en incontables capacitaciones ofrecidas por todas las organizaciones que han pasado por Bahía Málaga,  es el líder del emprendimiento. Le debe su formación, en gran parte, a que fue secretario del Consejo comunitario entre 2004 y 2007.

La ruta de la piangua



Foto: Héctor Andrés Ramírez.

Una de las propuestas de etnoturismo, que responde a la necesidad de combinar la oferta ambiental y cultural de la región, se centra alrededor de la piangua. Recolectar este molusco que habita en el manglar es una de las actividades más tradicionales de las comunidades del Pacífico colombiano, en especial de las mujeres y los jóvenes.

En la ruta de la piangua los visitantes salen a “pianguar” con guías de la comunidad y en el camino conocen el manglar, su fauna y todas las tradiciones asociadas con esta práctica. Así, Ecomanglar, además de ofrecer una experiencia cultural a los turistas,  fortalece esta actividad al interior de la comunidad, pues este espacio se aprovecha para sensibilizar nuevamente a las piangüeras sobre la importancia de respetar las tallas mínimas de los animales para permitir que se reproduzcan y de ese modo preservar el recurso.

Consolidar un proyecto ecoturístico en esta región no es fácil y Santiago lo sabe. Enfrentan cada día muchos retos y obstáculos. La titulación colectiva, si bien es la herramienta más importante de los habitantes de comunidades negras para defender su territorio, también es una tarea incompleta. La Ley 70 los apartó de la posibilidad de acceder al mercado financiero tradicional (la propiedad colectiva es inalienable, imprescriptible e inembargable), pero también los excluyó del sistema de transferencias de la Nación, que en cambio sí incluye los resguardos indígenas. En ese sentido, proyectos productivos como Ecomanglar no tienen canales claros para obtener recursos que financien sus emprendimientos.

En este momento, transportar a los turistas desde Juanchaco a La Plata se ha convertido en un cuello de botella. Si no se viaja en grupo, no todos los visitantes están dispuestos a pagar lo que cuesta movilizarse y eso dificulta el flujo constante. En este momento el viaje en una lancha con capacidad para 10 personas cuesta alrededor de 360.000 pesos ida y regreso.

Ecomanglar ha implicado un proceso de aprendizaje interno y muchas preguntas han surgido en el camino. ¿Qué quieren ofrecer como etno y ecoturismo? ¿Cómo consolidar la capacidad administrativa y de gestión cuando no se tiene acceso a educación formal y hay que aprender sobre la marcha? ¿Cómo y quién debe tomar las decisiones? ¿Cómo coordinar los esfuerzos de otras veredas del Consejo que ven ahora en la estrategia de Ecomanglar una oportunidad para generar de ingresos? ¿Cómo retribuir económicamente el trabajo de los miembros y cómo distribuir las ganancias? En la actualidad ya comenzaron a discutir propuestas para que una vez la asociación tenga cierta solidez financiera puedan entregar un porcentaje de las  ganancias a la Junta del Consejo para desarrollar proyectos que beneficien a toda la comunidad.
El reto más grande, ahora cuando se sienten listos, es garantizar un flujo importante pero no masivo de turistas para que comiencen a ver los beneficios económicos de sus esfuerzos. Sin embargo, ni los miembros de Ecomanglar, ni Hoovert  quieren un visitante convencional, pues en Bahía Málaga, donde cada año llegan las ballenas jorobadas a reproducirse, “no tenemos sol y playa, tenemos biodiversidad”, dice enfático Santiago.

La Titulación Colectiva de Comunidades Negras


Foto: Leonardo Párraga.

Después de la abolición de la esclavitud en 1851, la Ley 70 de 1993 es quizá la más importante para las comunidades negras rurales del Pacifico colombiano. Los primeros títulos colectivos se entregaron en 1996 a comunidades en Chocó, y, según cifras del Incoder, existen 165 consejos comunitarios con más de 5.000.000 de hectáreas tituladas colectivamente que benefician a más de 66.000 familias en seis departamentos del país: Chocó, Cauca, Valle del Cauca, Nariño, Antioquia y Risaralda. Actualmente, se están formando consejos comunitarios en la región Caribe y en 2011 se entregó el primer título en Bolívar.

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*Profesora de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes. Es Economista y  Ph.D en Economía Ambiental y de los Recursos de la Universidad de Massachusetts, Amherst. Además tiene un postdoctorado en Economía Experimental del Centro de Investigaciones en Decisiones Ambientales (CRED) de la Universidad de Columbia.