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Con insomnio y sin estrellas

Dicen que en una noche despejada y sin luna, el ojo humano puede ver entre 2.000 y 5.000 estrellas.

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18 de noviembre de 2016

Durante el verano, incluso se alcanza a ver la Vía Láctea que atraviesa el cielo en forma de arco. Esto es imposible en una noche bogotana. Lo usual es ver un cielo despoblado donde solo se asoma la luna y de vez en cuando las estrellas más brillantes. Esta realidad no es ajena al resto del mundo. Según un estudio publicado por la revista Advanced Sciences, el 80% de la población global vive en entornos con polución lumínica y una tercera parte jamás podrá ver nuestra galaxia extenderse en el cielo. Así como lo hicimos con el aire, el agua y la tierra, ahora también contaminamos la noche.

Hasta hace poco, me era indiferente el exceso de luz artificial al que nos sometemos día a día. Me la pasaba pegada al computador y al celular hasta tarde en la noche. No me daba cuenta de que es casi imposible encontrar un lugar libre de pantallas, de que la noche está repleta de las luces de colores que proyectan los carros, las vallas publicitarias, las lámparas. Luego, tuve problemas para conciliar el sueño. Durante un mes tuve que enfrentarme a una crisis de insomnio y pasaba horas tratando de inducir lo que antes sucedía naturalmente. Me frustraba, me asustaba y me levantaba de mal humor para ir a trabajar.

Sin embargo, no estaba sola. Muy pronto comprobé que los desórdenes del sueño, aunque silenciosos, son más frecuentes de lo que parecen. Casi todas las personas con las que hablé –que fueron muchas ante mi desesperación– lo habían vivido o conocían a alguien que padecía lo mismo. Las cifras globales lo confirmaron: una de cada tres personas sufre de insomnio en algún periodo de su vida.

Este episodio, íntimo y trastornador, me hizo evaluar por primera vez hábitos que en la cotidianidad parecían inocuos aunque no lo eran. El uso constante de pantallas y la exposición a la luz artificial afectan el ritmo circadiano, nuestro reloj biológico interno del cual dependen muchos procesos fisiológicos como el ciclo del sueño y la vigilia. La razón es sencilla: la luz artificial, especialmente la azul que proyectan nuestros celulares, tabletas y computadores, puede inhibir la secreción de melatonina, la hormona que nos induce a dormir. Igualmente, otras hormonas que necesitamos para funcionar adecuadamente se ven afectadas por el mal sueño. Este ciclo vicioso es el gatillo perfecto para el desarrollo de muchas enfermedades típicas de la sociedad moderna como la fibromialgia, la fatiga crónica y la depresión.

Aunque ya se ha estudiado la relación entre la contaminación lumínica y el insomnio, otras investigaciones buscan probar que hay más efectos nocivos causados por el exceso de luz artificial. Hace poco la revista científica Current Biology publicó un estudio de la Universidad de Leiden en Holanda en el que los investigadores expusieron ratones durante meses ante luz artificial sin interrupción. Los roedores perdieron masa muscular, sufrieron deterioro en los huesos, inflamación y una alteración total del ritmo circadiano.

Aunque los efectos se reversaron cuando les devolvieron la oscuridad, este estudio genera muchas preguntas sobre las consecuencias de vivir en ciudades que nunca duermen. “Nos dimos cuenta que fumar era nocivo y que el azúcar era nocivo, pero hasta ahora la iluminación no nos preocupaba”, afirmó Johanna Meijer, neurocientífica de la Universidad de Leiden. Lo curioso es que, aunque parezca insensato, podemos estar sometidos 24 horas continuas a la luz, como los ratones del experimento. Según el Atlas de contaminación lumínica, dos terceras partes de la población global están expuestas a algún nivel de luz artificial durante la noche. Y a medida que aumenta el acceso a la energía eléctrica estas cifras tienden a crecer.

No es una diatriba contra la luz ni la tecnología. Sin duda, han sido decisivas para nuestro desarrollo y hoy parece inimaginable vivir sin ellas. El problema es que cada día alteramos más los ecosistemas y nos alejamos de ciclos tan naturales como recibir la luz del sol y la oscuridad de la noche. Y al hacerlo, rompemos el equilibrio biológico vital para nuestra salud física y mental. Moderarse para evitar nuestra adicción a las pantallas es difícil, lo digo por experiencia propia. Pero si no tomamos medidas como sociedad e individuos, estaremos condenados a vivir en un mundo con insomnio o, peor aún, en un mundo sin estrellas.