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Lo inexorable

En los debates acerca de la naturaleza del cambio siempre existe un dilema entre aquellas cosas urgentes e importantes y aquellas que pueden esperar un poco más.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
6 de diciembre de 2017

En los debates acerca de la naturaleza del cambio siempre existe un dilema entre aquellas cosas urgentes e importantes y aquellas que pueden esperar un poco más. En política se habla de “reformas estructurales” cuando se requiere una nueva arquitectura institucional para gobernar procesos, en ecología se habla de “manejar dominios de estabilidad” cuando se orientan los patrones de transformación física y biológica de un territorio.

En la gestión ambiental integral, aquella que entiende la interdependencia entre lo social y lo ecológico, es evidente que transformar un bosque en una pradera combina ambas dimensiones; es un acto biopolítico. Lo más importante de este hecho es la necesidad de dotar de sustento empírico a la formulación de esas políticas, por cuanto la intención y la voluntad humana siempre estarán restringidas (no determinadas) a su capacidad de interpretar y aplicar las leyes físicas, químicas y biológicas que definen sus posibilidades. Así quisiéramos, no podemos regenerar instantáneamente una selva megadiversa que se ha convertido en un cultivo o un espacio urbano.

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Con cada decisión ambiental, provenga de la izquierda o de la derecha, se hipoteca un poco de futuro de manera inexorable, ya que nada sucede sin consecuencias. La pregunta central para gestionar la sostenibilidad es cuál es la distribución espacial y temporal más probable de los efectos de las decisiones de una transformación social y ecológica coordinada: a ello le llamamos capacidad adaptativa, que puede ser pasiva o innovadora. Es decir, un bosque se puede regenerar por su propia dinámica o por las actividades humanas.

En tiempos de deforestación ingobernable, cabe preguntarse si es inexorable que la sociedad requiera un ciclo larguísimo de aprendizaje entre la destrucción del bosque y su restitución. También nos podemos preguntar si es inexorable que las ciudades se expandan sin remedio, o si debemos depender del petróleo para mover la economía. O peor, entrar innecesariamente en la riesgosa era del fracking.

En todos los casos, las respuestas de corto plazo parecen construidas sobre la imposibilidad de cambiar de rumbo: cada año trae su afán, parecieran decir los sistemas de planificación. Curiosamente, hemos aprendido que los fenómenos demográficos, los patrones poblacionales, los desarrollos tecnológicos o la innovación institucional se pueden gestionar con voluntad política. Sin embargo, esos temas son de los que menos se está hablando en la construcción del Estado a mediano plazo, lo que indica que lo urgente cada vez da menos lugar a lo importante. Lo inexorable, en esta dinámica de aceleración de urgencias, capturada y reafirmada por la corrupción, es el colapso.

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Salir de la espiral perversa de las inexorabilidades ambientales requiere pensar escenarios atrevidos, pero no por ello irresponsables. Requiere datos y conocimiento que desafortunadamente no parecen ser una prioridad y con los cuales se trazan los caminos de las decisiones. En ello se juegan los grupos políticos su capital intelectual, pues ante las urgencias, los modelos convencionales para debatir los roles de los gobiernos se fragmentan con peligrosidad, como los bosques. Dado que ya ni siquiera los partidos políticos pueden responder por agendas de ningún tipo, los líderes hacen de su carisma una promesa, efímera por personalista, que los condena a la inestabilidad de sus gabinetes, a la ruptura temprana de las coaliciones que los llevaron al poder y al desprestigio mediático poselectoral.

La opción no es el autoritarismo ni el caudillismo que tampoco marchan por el camino de la sostenibilidad. La opción es la innovación institucional que articula actores incluso antagonistas, construye confianza y define acuerdos y programas flexibles, pero de largo plazo para gestionar la biodiversidad y los servicios ecosistémicos. Ante lo inexorable, lo inimaginable.