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Un respirito

La calidad del aire de las ciudades colombianas es cada vez peor y el poder de cambiarlo está en las decisiones individuales. Cómo transportarnos y cómo votar es una decisión que podemos tomar ya y que tiene el poder de cambiar el color del aire que respiramos.

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24 de septiembre de 2015

Trabajar desde un piso 27 en el extremo occidental de la Sabana de Bogotá tiene sus ventajas. En escasas ocasiones, en las mañanas más frías, cuando el cielo está despejado, tengo una maravillosa vista de los nevados. El brillo de esa capa blanca de nieve a 150 kilómetros de distancia estremece como pocos y a todos nos saca sonrisas. 


Esa es mi vista favorita, sin embargo, la que con más frecuencia estremece mi jornada laboral es una franja parda que posa sobre Bogotá, todo el día, todos los días. Veo aviones que entran y salen de El Dorado; unos aviones desaparecen en la masa parda y otros aparecen, pero nunca veo el aeropuerto. La masa sale de todas partes, se levanta de las calles, de las industrias, de los tejados, baja a los balcones, se mete entre las ventanas, forma una capa pegachenta en cada objeto y, por supuesto, en mis pulmones.



Y resulta que Bogotá no está sola; hace un par de semanas bajaba del aeropuerto José María Córdova hacia Medellín y me encontré con algo parecido. Cuando comencé a ver la ciudad en el costado izquierdo de la carretera solo se dibujaban edificios, calles y parques completamente inmersos en una nube gris. Tomé una foto para colgar en las redes, y la ciudad apenas se ve dentro del smog. Ese gris en la foto era el aire que iba a respirar en pocos minutos. Asustador. Más impresión aún me causó lo que vi en el vuelo de El Bagre a Medellín, solo tres días después: salimos por los cielos de Antioquia siguiendo el curso del río Porce entre las montañas, luego de una media hora apareció, cual imagen creada por Fritz Lang, una ciudad entre una masa de gases oscuros que parecían más sólidos que gaseosos. La nave se clavó en esa nube, y de nuevo mis pulmones respiraban el aire gris. Ese aire que mata hasta ocho personas diariamente, tal como lo ha reportado por dos años consecutivos Ramiro Velázquez para El Colombiano.




Les estoy hablando de las ciudades que lideran el desarrollo del país y que son ejemplo de urbanismo en muchos campos. En su liderazgo, por supuesto, ambas ciudades tienen redes de monitoreo de calidad del aire y ofrecen al ciudadano información en tiempo real. Nunca las consultaba, pero lo cierto es que he estado monitoreando esos sitios web por semanas. Para ponerlos en contexto, la calidad del aire se mide con un índice que tomamos prestado de Estados Unidos y que combina el contenido de gases contaminantes y material particulado (polvo) en suspensión. Según lo que he visto en pocos días, el índice de calidad del aire en ambas ciudades solo alcanza niveles buenos en áreas periféricas de sus zonas urbanas; eso no sorprende. Lo que sí me ha extrañado es que los niveles más malos que he visto reportados apenas llegan a la condición de causar daño a personas sensibles a afectaciones respiratorias; eso ya es una mala noticia, pero esperaba peores porque ¡algo tiene que estar muy mal con que el aire que respiro se pueda ver! (Vea: Bebés y niños lloran sobre chimeneas de aire contaminado)

Y ¿qué estamos haciendo los colombianos urbanos para que ciudades como Bogotá y Medellín mejoren su aire y que las demás no sigan el mismo camino de nuestros modelos urbanos? Muy poco.

La calidad del aire está relacionada sobre todo con emisiones que provienen de actividades industriales o que se producen en la combustión en vehículos. No hace muchos años las industrias estaban dentro de las grandes ciudades y eran fuentes importantes de contaminantes. Este problema se redujo bastante con políticas que las incentivaron a salir hacia municipios periféricos. Las tecnologías también han evolucionado y, si bien queda un camino por andar en el manejo de emisiones aéreas industriales, no es la industria la mayor responsable de colorear el aire que respiro. (Vea: Limpiar el aire para evitar muertes)

Son los vehículos. El aire de nuestras grandes ciudades está coloreado día a día por las decisiones que cada uno de nosotros toma. Por el profesional que elige manejar hora y media hasta su oficina antes de tomar el metro o el transmilenio, por el dueño de la empresa de transporte que prefiere maquillar sus buses antes de cambiarlos por nuevos con motores más eficientes, por la familia que en vez de ajustarse a los horarios de sus parientes prefiere tener un carro por persona, por el estudiante que antes de aprenderse una sencilla ruta de bus le llora a su papá por una moto, por el taxista que protesta por el precio de la gasolina mientras revoluciona su motor al máximo para zigzaguear entre el tráfico, por todos los que podríamos montar en bicicleta pero preferimos la comodidad de no intentarlo.

En estas elecciones locales algunos colectivos se darán la pela por promover iniciativas de transporte sostenible y no motorizado, pero la mayoría de los colombianos votará por los candidatos que prometan más subsidios a los carros, más vías, más puentes, más pavimento, más polvo y más material particulado en sus pulmones. En vez de pelear por mejorar nuestra calidad de vida, damos la pelea porque los 67 minutos que en promedio pasa un habitante de Bogotá en un carro o un bus sean cada vez más. Mientras tanto, la masa de aire pardo crece, se vuelve densa, luego se encoge y algo se difumina. Está viva, y nos mata poco a poco. Es nuestra creación. (Vea: Contaminación del aire causó 275.000 muertes prematuras en China)

Si vive en Bogotá o Medellín y quiere saber qué aire está respirando, puede entrar a la página del Observatorio Ambiental de Bogotá o del Área Metropolitana del Valle de Aburrá. Después de que vea las bolitas de colores sobre el mapa y la masa de color a través de su ventana, por favor considere subirse al transporte público o desempolvar su bicicleta.


*Coordinadora de Política Pública del Fondo Acción. @lemavelez