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Menos rosas y más autocrítica

En vez de regalar tanta rosa y poema para celebrar el 8 de marzo, las empresas deberían concentrarse en una seria reflexión sobre sus prácticas sistemáticas de discriminación de género.

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8 de marzo de 2017

- Una amiga recibió una oferta laboral que le interesaba mucho. Cuando le dijo a los oferentes que el tema le parecía apasionante pero el salario estaba muy por debajo de sus expectativas y trayectoria, le respondieron: “¿pero no tienes marido?”  Una situación similar se presentó cuando me negué a viajar para una organización hasta que no me pagaran dos meses debidos de honorarios de consultoría: “pero, ¿tu marido no te puede pagar el taxi al aeropuerto?”, me dijeron.

- Cuando otra amiga se negó a firmar un documento comprometiéndose a posponer sus planes de embarazo durante dos años, una reconocida firma de muebles y decoración de interiores se negó a contratarla.

- A más de cinco conocidas, y a mi misma, nos redujeron la carga, el presupuesto y la responsabilidad tan pronto anunciamos nuestro embarazo. En todos los casos, la práctica de aburrirnos a la mala a ver si renunciábamos sin que mediara demanda ni indemnización se agudizó a nuestro regreso de la licencia de maternidad. Si mencionara el nombre de las empresas muchos se sorprenderían; son de las que permanentemente están entre los primeros lugares de los listados de sostenibilidad y responsabilidad social. Algunos incluso se toman de las manos para cantar el himno de la empresa al unísono.

- Los horarios de las reuniones rutinarias citadas antes de las 8 de la mañana o después de las 7 de la noche discriminan no solamente a las mujeres con hijos sino a todos los empleados que tengan hijos. Que en Colombia la tercerización del cuidado tenga aspectos más parecidos a la esclavitud que a los arreglos laborales legalmente establecidos no implica que sea una obligación participar en esa práctica.

Esta es una selección de las historias que puedo mencionar sin que las involucradas pierdan su anonimato. Todos las hemos oído. Lo peor es que cuando hemos sido sus víctimas nosotras mismas nos hemos cuestionado si es o no discriminación. Nos damos tan duro que la pregunta que nos hacemos es qué habremos hecho mal, no que estará haciendo mal la organización para la que trabajamos. Todos estos son temas que merecen reflexión.

No rechazo los regalos, detalles y menciones que hacen las empresas en este día: no hay mala manera de reconocer los esfuerzos de organización, trabajo y el sacrificio que representa ser mujer en este país de desigualdades. 

No puedo aceptar, sin embargo, que las melcochudas felicitaciones se hagan sin una revisión minuciosa del trato diario que recibimos las mujeres en el lugar de trabajo. Seamos serios de una vez por toda con la equidad de género. Y si no lo vamos a ser, entonces no invirtamos en boberías. No nos falten al respeto, por favor.