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El sinsentido del “fast fashion” en Colombia

Durante mucho tiempo pareció más obvio comprar ropa que durara lo más posible. Al fin y al cabo, el clima no cambia y sale más barato, ¿o no?

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4 de octubre de 2017

*Por: Carlos Trujillo

Si usted no ha oído del fast fashion, le cuento: esto no es más que la mega tendencia global de comprar mucha más ropa, más frecuentemente y, obvio, mucho más barata. En los últimos años, varias marcas mundiales que son insignia de este modelo de negocio han llegado a Colombia y se han tomado los nuevos centros comerciales. Han establecido almacenes enormes cuyas aperturas han motivado hasta campamentos de fanáticos que quieren atropellarse para comprar los primeros ejemplares de estas marcas en el país.

El fast fashion apareció como herencia del modelo de negocio de ropa en los países con estaciones, donde desde hace mucho tiempo los estrenos de las “colecciones” de cada estación venían acompañadas de grandes descuentos en la ropa de la estación saliente. Así, se paga menos por comprar, por ejemplo, ropa de verano en otoño, cuando no se pude usar a riesgo de una neumonía y se somete uno a estrenársela hasta el año siguiente, so pena de usar ropa de la colección pasada.

Esto sería una gran vergüenza para los fashionistas con dinero, pero muy conveniente para las clases medias que quieren estrenar ropa bien diseñada y de marca. Son famosas las escenas de las rebajas de temporada que aglutinan y aplastan a miles de consumidores en las vitrinas de los almacenes de las mencionadas marcas, y que luego se muerden unos a otros por raparse una camiseta rebajada el 50% como si fueran lobos que no comían en 6 meses y encontraron un pobre antílope medio cojo.

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Para mi esa imagen es escalofriante, es testimonio de la irracionalidad del consumismo en el primer mundo. En países como Colombia, de moderado poder adquisitivo y sin estaciones, durante mucho tiempo pareció más obvio comprar ropa que durara lo más posible. Al fin y al cabo, el clima no cambia, y sale más barato que la ropa dure, ¿o no? Pues no. Allá en Escandinavia decidieron que 4 estaciones era muy poco y las han vuelto 10, 15 o mucho más. Las colecciones aparecen varias veces por mes y las rebajas también. Al perder sentido la lógica práctica de las estaciones, reemplazadas por estaciones imaginarias, nuestros países emergentes de estabilidad climática se volvieron viables lugares para crecer el mercado, tal cual como ha ocurrido.

Este modelo de funcionamiento se apalanca en tres pilares fundamentales: 1) A la gente en general le fascina comprar ropa, por muchas razones. 2) Los consumidores se tragan el cuento del marketing de los ciclos o estaciones imaginarias y las palabras “nueva colección” y “rebajas” abren el apetito del hiperconsumo. 3) La ropa se maquila en países subdesarrollados pagando muy poco por larguísimas horas de trabajo y usando materiales de baja calidad para poder vender barato y más rápido.

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¿En qué termina esto? En una cadena de miseria e insostenibilidad: Miseria de los trabajadores de Bangladesh, China e India que maquilan la mayoría de la ropa del mundo, miseria de los consumidores a quienes se les abre el hueco del deseo infinito e insaciable de ir a las tiendas de ropa a tratar de ser quienes no son, gastando mucho más que sus ingresos de clase media en ropa que no dura, y miseria del planeta que tiene que sobre explotar sus recursos y recibir toneladas de desperdicios tanto de la producción, como de la disposición final de todas esa ropa que termina en la basura.La contradicción en Colombia y países similares es que podemos terminar pagando las tres miserias: maquilando por salarios bajos, sobreconsumiendo y contaminando.

La respuesta puede venir de las marcas de ropa locales, apelando a la calidad de los textiles Colombianos y al consumo responsable desde nuestra naturaleza de país sin estaciones. No tiene nada de malo usar ropa bonita y bien diseñada que nos permita expresar nuestra identidad. De hecho, no me canso de agradecer que hoy en día no usemos todos overoles plateados como lo pronosticaban las películas futuristas de los años 70 y 80, pero esta variedad y color no puede darse a costa del planeta y de la sostenibilidad social. Seguiré buscando el “hecho en Colombia” en las etiquetas de la ropa. Creo que generamos más riqueza y bienestar que con la inversión extranjera de las marcas promotoras del fast fashion, que dejan solo unos cientos de trabajos y se llevan las ganancias para afuera.

*Profesor e investigador, facultad de administración, Universidad de los Andes.