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La desesperanza de la movilidad y el transporte sostenible

Nuestra solitaria línea de metro sumada a decenas de kilómetros de Transmilenio va a hacer mucho para mejorar el servicio para quienes ya usan el transporte público, pero muy poco por la movilidad de la ciudad.

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24 de marzo de 2017

El tema del tráfico en Bogotá ha sido y seguirá siendo motivo de preocupación, estrés, conversaciones y quejas durante mucho tiempo. No son pocos los capitalinos que se sorprenden con las noticias sobre el auge del turismo y la internacionalización de Bogotá cuando la ciudad padece un problema de movilidad tan serio. Muchas son las causas del tráfico en una ciudad como esta, unas buenas, como el aumento del poder adquisitivo, y otras malas como la falta de infraestructura vial. Sin embargo, más allá de estos factores estructurales, el común denominador del tráfico y la contaminación es el masivo uso de carros y motos particulares. Es la decisión diaria de la gente de usar su propio medio de transporte. Por eso muchos tienen puesta su esperanza en la mejora de los sistemas públicos como la solución al problema, ayudado por el uso de la bicicleta.

El asunto en Bogotá ciertamente es serio. Según la firma INRIX, que evalúa el tráfico en más de 1.000 ciudades en el mundo usando una estimación del número promedio de horas gastadas en congestión al año, Bogotá ocupa el quinto puesto en el mundo con 79,8 horas.

Lo que resulta sorprendente y desesperanzador para los creyentes del transporte público son los vecinos en el vergonzoso ranking: New York, Moscú, Paris, Londres, San Francisco, Los Ángeles. Estas megaurbes millonarias con sistemas de transporte publico multimodal y longevo, con muchas líneas de metro, trenes y buses, así como una moderna infraestructura vial, tienen a sus ciudadanos pasando tiempos similares a los Bogotanos en medio de la congestión vehicular.  Para tratar de explicar esto se podría hacer análisis individuales de cada ciudad, de sus estructuras y sus limitaciones, pero la conclusión simple y objetiva es que nuestra soñada y solitaria línea de metro, sumada a otras decenas de kilómetros de Transmilenio va a hacer mucho para mejorar el servicio para quienes ya usan el transporte público, pero muy poco por la movilidad de la ciudad. ¿Por qué? Porque la gente no va a dejar de usar el carro y la moto en el corto plazo por mas transporte masivo seguro, bonito y rápido que haya.

Y no es cosa de los Bogotanos. Las cifras de ventas de carros en el mundo entero siguen creciendo; vamos para 100 millones anuales en el 2018, y aunque un cuarto de eso es culpa de China, en todas esas ciudades con maravillosos sistemas de transporte también se venden cientos de miles de vehículos, una cifra que va en aumento.

Parece que, para muy pocos, un porcentaje seguramente insignificante, el asunto del transporte es puramente utilitario. Es decir, llegar lo más rápido y seguro posible, al menor costo. Al contrario, una de las curiosidades de la cultura humana contemporánea es el peso simbólico y social que se le pone a ser dueño del propio medio de transporte. Yo supongo que esto ocurre desde que competíamos por tener el mejor caballo, lo que se transfirió al carro en la primera mitad del siglo XX. Desde ahí, el vehículo ha evolucionado  en símbolo de status, de éxito profesional y en muchos casos de niveles de testosterona. Yo creo que en unos 500 años, si logramos seguir aquí, los habitantes del futuro mirarán esta cultura del vehículo con la misma curiosidad y sensación de absurdo con que hoy vemos las creencias medievales. En la medida que los profesionales recién graduados le apunten a su primer carro como gran logro, que los más machistas crean que con buen carro se consiguen más mujeres, que los que compran camioneta sientan que ver el mundo 40 centímetros más alto les da mayor nivel social, y sigamos pagando sumas absurdas de dinero por conducir un vehículo con una estrellita o unos aritos en la punta porque así mostramos cierto poder social, la movilidad simplemente no va a mejorar.

A pesar de esto, el problema realmente serio no es la movilidad, es la contaminación y el efecto en el planeta. Por esto, creo que yo, que ya resignados a pasar varios días al año entre un trancón por el resto de nuestra vida, le apostemos más urgentemente a los vehículos movidos con energías limpias, a los vehículos autónomos conectados a internet y las autopistas inteligentes que nos permitan aprovechar el tiempo de congestión sin ensuciar más el planeta por cuenta de nuestras ilusiones de status ultramaterialistas.

No quiero decir que no se invierta en transporte público e infraestructura, porque claramente se necesita para evitar el colapso de la movilidad, pero entendamos que no nos vamos a bajar tan fácil del carro hasta que la cultura no cambie, y esa es bien lenta. ¿Por qué no hay ya disponibles carros eléctricos de muchos precios en las vitrinas? Que la industria del petróleo se resigne a su obsolescencia y que las marcas de vehículos le apuren en su redefinición, haciendo de los carros y motos limpias sus nuevos símbolos de poder y logro.