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La Tierra uniformada

Enormes extensiones de terreno en todo el mundo han sido homogeneizadas para alimentarnos, perdiendo en el proceso buena parte de su biodiversidad distintiva.

1 de junio de 2016

Hace unos días, a bordo de un avión en San Salvador, miré por la ventanilla con la esperanza de ver algún pájaro, quizás un árbol, que trajera novedad a un recorrido que empezaba a ser monótono. Esta práctica, ajena para casi todo el mundo, es habitual entre naturalistas. Además de permitir de vez en cuando el encuentro con una especie que no conocemos, usualmente refrenda la identidad de las regiones que visitamos, pues cada una tiene una composición particular de flora y fauna.

Pero en esta ocasión el ejercicio resultó frustrante. Si yo no supiera en donde estaba, lo único que hubiese podido sacar en claro de la media docena de pájaros que logré ver y de la hilera de árboles que bordeaba la pista de aterrizaje, era que me encontraba en algún país intertropical de América Latina, por debajo de mil metros de elevación. Nada en ese breve vistazo era particularmente salvadoreño, ¡ni siquiera centroamericano!

En principio, esta observación no debería impresionarme, pues los aeropuertos son áreas fuertemente transformadas en las que apenas hay cabida para un puñado de animales y plantas y eso hace improbable el hallazgo de rarezas. Sin embargo, la falta de atributos distintivos en la biota de ese aeropuerto me pareció inquietante pues se suma a muchas otras visiones de la progresiva homogenización de la vida silvestre alrededor del mundo.

Entre los muchos cambios al medio ambiente que la especie humana ha ocasionado durante su inexorable expansión, la alteración a la composición biológica de los ecosistemas es notable. Hasta el paleolítico, cuando todavía éramos cazadores-recolectores, la escogencia de algunas plantas o la preferencia por determinadas piezas de cacería seguramente tuvo consecuencias sobre las abundancias relativas de cada una de estas especies. Por ejemplo, hay evidencias del papel que pudieron haber jugado algunos pueblos primitivos en la extinción de muchos animales en las Américas y en distintas islas de Oceanía.

A partir de los albores de la horticultura, los impactos de la actividad humana sobre el balance de las comunidades biológicas fueron en muchos casos indirectos, pero no por ello menos contundentes. El remplazo de la cobertura vegetal espontánea de un sitio por la siembra de unas pocas plantas escogidas y la domesticación de unas cuantas especies animales, dieron inicio a un proceso de simplificación progresiva de la biodiversidad alrededor de los humanos que continúa hasta el presente.

Según la FAO, menos de 3% de las plantas con flores hasta ahora descritas se han cultivado a lo largo de la historia de la humanidad para su consumo y solamente cuatro de ellas – arroz, trigo, maíz y papa – representan más de 60% de nuestra ingesta energética actual.  Con los animales, sucede lo mismo: apenas 35 especies animales han sido domesticadas para su uso en la agricultura y la producción de alimentos, lo cual equivale a 0,002% de las especies animales conocidas. Esto significa que enormes extensiones de terreno en todo el mundo han sido homogeneizadas para alimentarnos, perdiendo en el proceso buena parte de su biodiversidad distintiva.

Por otra parte, el transporte deliberado de muchos otros seres vivos a lo largo del proceso civilizatorio ha hecho aportes importantes a este fenómeno. Como los seres humanos nos sentimos a gusto rodeados de las cosas que conocemos, mantenemos plantas ornamentales y mascotas que junto con las plantas y animales que nos comemos, conforman una flora y una fauna irrisorias comparada con las de los territorios que habitamos.

Junto con esta diáspora dirigida tiene lugar otra, de carácter aleatorio, cuyo impacto puede llegar a ser nefasto. Con las plantas cultivadas, son acarreadas muchas otras que las acompañan en sus sitios de origen, de la misma forma que los animales domésticos cargan con sus parásitos. Y en las bodegas de los medios de transporte, viajan como polizontes incontables organismos que eventualmente pueden prosperar en sus sitios de destino involuntario.

Este lleva y trae de material biológico uniforma la Tierra poco a poco. Aunque desde siempre las comunidades biológicas han estado sometidas a contactos inesperados con especies foráneas e incluso a invasiones biológicas, estos procesos han sucedido a lo largo de enormes períodos, lo cual ha permitido el mantenimiento de la distinción propia de cada región. Pero como tantos otros elementos del cambio global, la alteración que hacemos de la composición de los ecosistemas ocurre con tal rapidez que el único resultado posible es su homogenización.

De vuelta en Cali, mientras el avión carretea lentamente hacia el terminal, miro de nuevo por la ventanilla. Una garcita africana del ganado, cruza el alambrado que separa la pista de los cañaduzales que se extienden hacia el horizonte y sobre un mango de la India, un grupo de garrapateros dibuja una silueta que pudiera encontrar en cualquier otro país desde México hasta Argentina. Estoy de nuevo en casa y siento como si nunca me hubiera ido, rodeado siempre por los habitantes de la aldea global.