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El material eterno que volvimos desechable

“¡Nada podrá detener el plástico!”, pronosticó el presidente de la primera Exposición Nacional de Plástico en Nueva York en 1946. Era el comienzo de una nueva era.

14 de diciembre de 2017

Antes, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, el celuloide y la baquelita, -los primeros plásticos-, reemplazaron el marfil, el carey, la madera y el vidrio en la producción de cientos de artefactos: juguetes, cepillos, rollos de películas, bolas de billar, radios, teléfonos y demás. Pero fue con la Segunda Guerra Mundial que el plástico se disparó. 

En tan solo seis años su producción se triplicó: pasó de más de 104.000 toneladas en 1939 a más de 370.000 en 1945.  Los paracaídas, cuerdas y forros de los cascos eran hechos de nylon, los flotadores de Icopor y las ventanas de las aeronaves de acrílico. Y cuando la guerra terminó, la industria de plásticos, se enfocó en los consumidores.

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El plástico era y es el material ideal. Maleable, fuerte, duradero, resistente al agua, ligero y no biodegradable ¡Y, además, supremamente barato! Gracias al plástico, cientos de cosas que antes pertenecían a una élite se masificaron y miles de nuevos productos se crearon. Fue un símbolo de democratización, de equidad y de futuro. 

Pero hoy, más de 70 años después del fin de la guerra, ese símbolo cambió. La premonición de 1946 se cumplió: nadie ni nada pudo detenerlo. Estamos tan rodeados de plástico que vivir una vida sin él parece imposible. Está presente en objetos tan cotidianos como envases y empaques, y escondido en otros no tan obvios como electrónicos y cremas exfoliantes.  Su omnipresencia, sumada a su carácter desechable, lo han convertido en el símbolo de la crisis ambiental que enfrentamos.

A la fecha se han producido más de 8.000 millones de toneladas de plástico en el mundo, una cifra difícil equivalente a la basura que produciría Colombia durante 670 años. De esta producción masiva cerca de 90 % está en rellenos sanitarios o en el mar. Y ahí se quedará por cientos de años, rompiéndose en trozos cada vez más pequeños: microplásticos, que los animales confunden con comida.

Un estudio publicado en 2015 por investigadores de la Universidad de California y de la Universidad de Hasanuddin en Indonesia concluyó que una cuarta parte de los peces analizados tienen plástico en sus estómagos. Tan grave es la situación que los expertos pronostican que en 2050 habrá más plástico que peces en el mar. Y en consecuencia, una gran parte terminará en nuestros platos, completando el ciclo vicioso y tóxico de nuestro consumo. 

Sin embargo, el problema no es el plástico en sí. El material tiene características formidables y seguramente lo necesitaremos para nuestro desarrollo futuro. El problema es nuestra insensatez: creamos un material para la eternidad pero lo volvimos desechable por excelencia. Utilizamos por solo 5 minutos una botella plástica y luego la tiramos para que viva en el relleno o en el océano durante 500 años. Y eso mismo ocurre con los pitillos, bolsas, cubiertos, cepillos de dientes y cientos de envases y empaques que usamos efímeramente a diario.

Algunos dirán que el reciclaje es la solución. Y lo es, pero de forma complementaria. Reciclar es costoso, consume energía y si el material no está en condiciones óptimas de limpieza es difícil recuperar el 100 %. Además, luego de 40 años de impulsar esta práctica, tan solo se recicla 14 % del plástico en el mundo. Una razón que explica este pequeño porcentaje es que una tercera parte del plástico producido (como icopor o pvc) no tiene mercado para ser reciclado por su tamaño, forma, peso y compuestos. Este tipo de plásticos están diseñados para terminar en el relleno.

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En una economía circular reciclar es una acción complementaria. Primero se busca reducir la generación, luego reutilizar los productos, después reciclar y finalmente aprovecharlos térmicamente. Llevarlos al relleno es la última opción.

Tenemos que repensar la función del plástico para evitar que se vuelva desechable. Es más inteligente utilizarlo para cosas que perduren en el tiempo y eliminarlo en casos de consumo efímero... La otra opción es aprender a comer plástico.