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Sustituibilidad

Con esta impronunciable palabra se hace referencia, en la dinámica social y ecológica de los sistemas, a la capacidad de reemplazar un tipo de componentes por otro para mantener el funcionamiento del todo.

10 de julio de 2014

Equivale a la premisa económica clásica de sustitución entre las formas de capital, pero con termodinámica, pues es imposible intercambiar muchas cosas en la realidad, como explica claramente Gudynas en su crítica al concepto de “capital natural”.

La sustituibilidad es una propiedad fundamental para la evolución, ya que permite prescindir o integrar elementos físicos, biológicos o culturales en un sistema a medida que pasa el tiempo y las propiedades del contexto (ambiente) así lo exigen. Recordemos que en la complejidad son las múltiples interacciones entre los componentes las que generan las reglas generales de su operación, no los componentes en sí, así de vez en cuando surjan controles centrales, que siempre se desploman: el ego y el tirano son fatales. Es el modus operandi el que delimita los objetos, así estos definen la cualidad del movimiento. Nos reíamos de la “limonada de mango”, pero ahora se consigue de coco…

En términos del uso de “recursos naturales”, un concepto simplista de la economía aplicado al ecosistema (y por ello peligroso) es sustituir componentes físicos en los procesos tecnológicos: si se agotase el hierro o el cobre en la mina propia, no hay más remedio que acudir al intercambio, pacífico o bajo presión, o al reciclaje, lo que resulte más barato.

Ese costo, a su vez, está definido por la disponibilidad de energía, que está limitada a la eficiencia en el uso de sus fuentes: todo necesita calorías (fríjoles y trabajo humano) o julios (watts, derivados de quemar carbón, diésel o transformar ríos con hidroeléctricas) para ser transformado. Una lógica implacable que reveló, con ingenio, HT Odum en 1971. Hoy en día, gran parte de los metales está incorporada en la tecnosfera y ambientes construidos humanos, y estamos sustituyendo su demanda por plásticos o resinas, que indudablemente deberemos sustituir por derivados de la celulosa, pues la petroquímica es finita, al igual que las especies biológicas o sus poblaciones, sólo que la extinción es irreversible.

Los optimistas tecnológicos sugieren que a medida que pasa el tiempo, iremos encontrando siempre sustitutos de los recursos finitos y lograremos estabilizar la humanidad en un “paraíso tecnoeficiente”, sostenible por definición: una cultura en ciclo cerrado, adaptada a un planeta con fronteras y espacios seguros de operación. El llamado a invertir en innovación hace parte de la búsqueda de sustituciones eficientes en la lógica funcional del componente humano del socioecosistema, dado que casi todas las demás especies evolucionan demasiado lentamente para resolver las tensiones que hemos creado en el planeta. O eso creemos, pues los microorganismos siempre están al día...

Hay cosas, sin embargo, insustituibles, y otras sustituciones que debemos evitar. El aumento de CO2 y otros gases de efecto invernadero está siendo letal. Las especies invasoras, más generalistas o depredadoras, sustituyen decenas de especies y generan, con el tiempo, nuevos equilibrios (ecosistemas emergentes) más simples, algo que incluso pasa inadvertido por las personas: casi nadie distingue el “basa” que le sirvieron por mero en un restaurante, algo cotidiano. Hay que tener los sentidos entrenados y los discursos alerta para evitar los colapsos, algo que la educación pública busca y las élites evitan… ¡para no ser sustituidas!

Mi abuelo, exiliado de España por el tirano, migró a Colombia y no tuvo más remedio que, como buen catalán, dedicarse al comercio. Cambió de oficio como tantos desplazados hoy en el conflicto interno colombiano, que terminan, a un terrible costo, dando una nueva dinámica al territorio, la economía y el funcionamiento del Estado. De procesos masivos de reemplazo, de funciones sociales emergen nuevas propiedades, la revolución industrial en la Inglaterra del siglo XIX, la revolución urbana en la China contemporánea. La ingobernabilidad en Colombia es fruto de las violencias acumuladas, que no son en absoluto revolucionarias, y se ha convertido en el modo de operar del sistema, perversamente: un factor de resiliencia negativa, emergente y enquistado, que tenemos la obligación de superar con una reforma a fondo del Estado.

La sostenibilidad está íntimamente ligada a la comprensión de los umbrales de sustituibilidad del sistema, pues una vez reemplazada cierta cantidad de componentes, este tenderá a convertirse en otra cosa, a veces indeseable. Cambio y permanencia son entonces las fuerzas que definen la esencia dinámica de la sostenibilidad y de la vida, y somos apenas uno de los componentes que intervenimos decidiendo… con poca democracia. Recordemos la paradoja de la barca de Teseo…