El contacto con la naturaleza y la cercanía a un entorno verde tienen efectos terapeúticos y ayudan al manejo del trastorno de déficit de atención. (Foto: 123rf)

TENDENCIAS

Víctimas del déficit de naturaleza

Las tecnologías avanzan y  la relación de los niños con la naturaleza retrocede. La falta de contacto con el medioambiente trae consecuencias negativas en la salud física y emocional en la infancia.

Luis Alberto Camargo*
19 de diciembre de 2016

Una amenaza silenciosa afecta el desarrollo de los niños y ronda muy cerca sin que nos demos cuenta. El síndrome de déficit de naturaleza se asocia a problemas que atacan la salud física y mental, la creatividad, sociabilidad y la capacidad empática en los seres humanos.  Los estudios confirman que a medida que se tiene más tecnología, se necesita más naturaleza. Ahí está el problema, la tecnología aumenta pero la naturaleza disminuye.

La doctora Andrea Faber Taylor de la Facultad de Recursos Naturales y Ciencias Ambientales de la Universidad de Illinois (Estados Unidos), lo resumió contundentemente en un estudio hace más de 12 años cuando encontró que “los niños a los 8 años identifican un 25% más de personajes de Pokemón que de fauna salvaje real”.

Y es que hace 50 años un niño crecía en contacto directo con la naturaleza todos los días. Jugar en la calle, salir con los amigos y hasta construir casas en los árboles eran actividades comunes.  Sin embargo, con el pasar del tiempo esto ha cambiado, los entornos se han urbanizado y las actividades cada vez se alejan más del contacto físico y emocional con el entorno natural. Los espacios de socialización y encuentro de los niños pasaron de ser al aire libre a salones cerrados y pantallas de computador.

La tecnología es una de las causas más importantes de este distanciamiento con la naturaleza. Sin embargo, influyen otros factores como la percepción de inseguridad, la reducción de espacios naturales en las ciudades y la dificultad de acceso a este tipo de entornos (tiempo, costo y distancia).

“Los niños de hoy pasan menos tiempo jugando afuera si se compara con cualquier generación anterior. El 82% de las madres con niños entre los 3 y los 12 años aseguran que la violencia y la inseguridad son las principales razones por las que restringen el juego por fuera de casa”, afirma la doctora Rhonda Clements del Manhattanville College

En los últimos años la evidencia demuestra que el hecho de que  los niños crezcan sin acceso a jugar, explorar y aprender en medio de la naturaleza tiene un impacto significativo. “El trastorno de déficit de naturaleza no es un diagnóstico oficial, sino un modo de ver el problema, y describir los costos humanos de la alienación de la naturaleza. Puede ser detectado en individuos, familias y comunidades”, afirma Richard Louv en su libro Last Child In The Woods  (El último niño en los bosques).

El déficit de naturaleza está directamente relacionado con problemas de salud como obesidad, diabetes, problemas de visión, trastornos de hiperactividad y de atención y ansiedad. En el ámbito del desarrollo se asocia con una reducción en la capacidad creativa y de resolución de problemas; mientras que en el ámbito social tiene influencia en la capacidad de socializar, el aumento de reacciones violentas y la pérdida de la capacidad empática (con las personas y con la naturaleza). Lo más preocupante es que este  problema amenaza no solo la salud y el bienestar de los niños sino también los de las comunidades en general.

En países como Reino Unido, Australia y Estados Unidos el tema ha cobrado tanta importancia que actualmente desarrollan legislaciones e implementan programas que buscan asegurar el acceso y la exposición de los niños a la naturaleza. Esto porque reconocen su valor terapéutico en los procesos de resocialización de jóvenes y en el tratamiento de los diferentes problemas de salud mencionados. “Mientras más verde sea el entorno diario de los niños, más manejables serán los síntomas del trastorno de déficit de atención”, indica en uno de sus estudios Frances Kuo, fundadora del Human-Environment Research Laboratory  (HERL)  en Estados Unidos.

En contraste, Colombia ha limitado cada vez más el acceso y apertura al contacto con la naturaleza. El país lleva más de un siglo etiquetándola negativamente con frases como el ‘monte’ que hay que tumbar para hacer una ‘mejora’ de la tierra: el ‘monte’ es peligroso o el ‘monte’ muestra subdesarrollo y pobreza. La compleja historia de orden público y seguridad del país ha ayudado a que varias generaciones de niños hayan perdido esa experiencia. Por eso, es necesario aumentar el contacto con la naturaleza al reconocer el valor restaurativo intrínseco de esos espacios naturales.

Por otra parte, al plantearnos un camino para construir comunidades sostenibles y pacíficas, es evidente que el déficit de naturaleza nos presenta algunas barreras. Cada día los niños y jóvenes están más lejos de entender el concepto de interdependencia con los sistemas vivientes en el planeta. Adicionalmente, pierden conexión con el valor intangible de la naturaleza y por lo tanto pierden la capacidad empática hacia ella (empatía ambiental).  La empatía ambiental es la capacidad de sentir por otros seres y reconocer el valor de la vida en el planeta y sus interdependencias de forma integral.

Buena parte de la mejoría de la salud física y emocional puede llegar si se rompe el déficit de naturaleza. De esta manera es posible crear habilidades, destrezas y conocimientos fundamentales para los retos que enfrentan el país y el planeta. Para no ir muy lejos, basta con mirar el cambio climático y reconocer que sus grandes impactos requerirán ciudadanos conectados con la tierra.

Colombia, uno de los países más ricos en biodiversidad del planeta, fácilmente podría mostrar liderazgo en el tema. Al buscar mecanismos para reconstruir el país en el posconflicto, es fundamental no solo trabajar la relación entre las personas sino también fortalecer las relaciones con el territorio. Los espacios naturales son espacios neutrales en donde las diferencias se disipan y podemos reconstruir el tejido familiar y social de nuestro país.

Asegurar que los niños tengan zonas de juego en espacios naturales silvestres, incorporar los parques nacionales y las reservas privadas como aulas naturales en el colegio y reforzar la educación con metodologías al aire libre que mejoren la calidad de la educación y potencien el aprendizaje significativo, son pasos fundamentales para fortalecer nuestra sociedad hacia una empatía ambiental del siglo 21.

*Director ejecutivo de la Organización para la Educación y Protección Ambiental (OpEPA)