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Javier Montes se salvó de presenciar la peor tragedia vivida en su corregimiento El Salado. Foto: Jhon Barros. | Foto: Jhon Barros

Medioambiente

De manejar mototaxi a defender los árboles del bosque seco

Javier Montes nació en un corregimiento donde las Autodefensas gestaron una de sus peores atrocidades: la masacre de El Salado. Aunque su familia debió desplazarse por la violencia del grupo armado, todos regresaron a la tierra que los vio nacer. Hoy en día, este costeño de 36 años trabaja con las comunidades para defender el verde. Sexta entrega de la serie “Guardianes del bosque seco tropical”.

Jhon Barros
17 de enero de 2019

Los habitantes de los Montes de María, zona conformada por 15 municipios de los departamentos de Bolívar y Sucre, jamás olvidarán el mes de febrero de 2000, época en la que más de 400 paramilitares de las Autodefensas de los Bloques Norte y Héroes se apoderaron de El Salado, corregimiento del Carmen de Bolívar.

Durante varias semanas, el grupo armado acabó con la vida de más de 100 campesinos del corregimiento, sometiéndolos a torturas, decapitaciones y violaciones. Ni los niños o ancianos se salvaron del desgarrador yugo de la violencia; este crimen es catalogado como una de las matanzas más grandes de los paramilitares en Colombia.

En la Matanza de El Salado, Javier Montes, quien nació en este corregimiento, tenía 17 años. Pero su papá, tal vez por la corazonada de que algo terrible estaba por pasar, lo había mandando desde hace un mes al caso urbano del Carmen de Bolívar para que cursara el último año de su bachillerato.

Javier Montes contó la historia de su vida en el primer Foro Nacional del Bosque Seco en Colombia, realizado en Bogotá por el Instituto Humboldt. Foto: Felipe Villegas.

En esa época había mucha zozobra por las amenazas de los paramilitares, quienes ya habían matado a varios campesinos. Se sentía en el aire que algo perverso y macabro iba a pasar. Por eso mi papá me mandó al Carmen a vivir a donde mi abuela mientras estudiaba. Mis padres y hermanos se quedaron en el corregimiento, pero durante los días de la masacre salieron despavoridos hacia el monte a esconderse”, dice Javier, hoy con 36 años de edad.

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Cuando una relativa calma llegó al pueblo, la familia de Javier retornó a su casa. Afirma que los favoreció Dios y la suerte, ya que la vivienda no fue despojada y ninguno padeció por los atropellos de la violencia. “Yo regresé un año después, cuando ya me había graduado. Me encontré con un pueblo fantasma y una iglesia a punto de venirse abajo. Por las calles solo transitaba el carro del cachaco Marino”.

Nunca dejaré mi pueblo

Aunque le propusieron irse para Cartagena a buscar mejores oportunidades de vida, Javier hizo caso omiso. Decidió quedarse en el corregimiento que lo vio nacer haciendo lo que le enseñó su padre: trabajar la tierra. 

“Me dediqué a sembrar ñame, plátano y frijol, actividad que intercalaba manejando un pequeño tuc tuc o mototaxi por las calles del pueblo. Después de la tragedia empezaron a venir muchos funcionarios de diversas organizaciones nacionales e internacionales que necesitaban alguien que los ubicara en la zona. Vi un potencial para ganarme unos pesos más”.

Cultivos como el maíz se han apoderado de las zonas gobernadas por el bosque seco tropical, problemática que intesifica la sequía. Foto: Jhon Barros.

Hace cinco años, cuando el Fondo Patrimonio Natural llegó a la zona a poner en marcha un proyecto de corredores de conservación y producción en el Carmen de Bolívar, Javier fue contratado como el conductor de los expertos. 

Los llevaba en el mototaxi a las fincas más alejadas del territorio. En esos viajes aprendí que estaban enseñándole a los campesinos a cultivar sosteniblemente y a conservar la mayor cantidad posible de hectáreas del bosque seco”.

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Javier, que no sabe lo que es la timidez, le dijo a los expertos de Patrimonio que quería ser parte de la estrategia. “Yo ya tenía el conocimiento empírico de mis padres y abuelos para trabajar la tierra, como seguir los ciclos de la luna e identificar las mejores zonas para implementar algún cultivo. Pero me llamaba mucho la atención aprender sobre esas prácticas que no afectaban los recursos naturales”.

Durante varios meses, este costeño participó en un curso de agroecología brindado por la organización ambiental, en el que aprendió técnicas y conocimientos novedosos enfocados en mejorar las prácticas agrícolas y conservar los relictos del bosque seco.

Para Javier, los azotes de la violencia ya quedaron en el pasado. Ahora los campesinos buscan producir sosteniblemente y cuidar los bosques secos. Foto: Jhon Barros.

Aprendí a hacer abonos orgánicos, biopreparados y fertilizantes ecológicos, al igual que a construir zanjas de infiltración para que el agua no siga derecho y puedan salir nuevos árboles. Con ese conocimiento, Patrimonio me contrató para que les ayudará a hacer la planeación predial en las fincas del corregimiento y así establecer las zonas de reserva de bosque, los corredores biológicos y las hectáreas donde los campesinos iban a cultivar especies como frijol”.

Hoy, Javier hace parte de un grupo de 14 promotores ambientales y productivos en el Carmen de Bolívar, una red que cuenta con 43 parcelas agroforestales que son visitadas por los otros campesinos que quieren aprender a producir sin depredar. 

En la costa la tradición es talar y quemar. Con estas parcelas demostramos que no es necesario hacer ese crimen ambiental, ya que son espacios donde mezclamos los cultivos con especies maderables del bosque seco. También hacemos zanjas de infiltración para que el agua no se vaya con la escorrentía”.

Los campesinos de los Montes de María quieren frenar a la deforestación, flagelo que está presente en todo el territorio nacional. Foto: Felipe Villegas.  

Desde hace seis años, este joven costeño vive en una finca de 10 hectáreas que le regaló su padrino, junto con su mujer y su hijo. Además de cultivar maíz, yuca y ñame, destinó más de la mitad del área a sembrar árboles del bosque seco para conectarlos con un área boscosa de su vecino, un corredor que es visitado por guacharacas, garzas, gavilanes y guacamayas.

“Para mí el monte, como llamamos al bosque en la costa, lo es todo. Es la vida, el que nos da de comer y nos permite respirar y tener agua para beber. Por eso estamos comprometidos con conservar lo poco que nos queda y ampliar su área por medio de los corredores”, puntualiza este carmero que en sus tiempos libres saca su mototaxi para hacer carreras por el pueblo.

Impulsar a la comunidad

El proyecto de corredores de conservación y producción del Fondo Patrimonio Natural en Montes de María, no solo busca que la población de esta azotada zona del país conserve el bosque seco, mejore la producción y comercialice los productos.

Según Inés Cavelier, coordinadora del proyecto de Patrimonio Natural, la red de varias organizaciones nacionales e internacionales que desde hace siete años hacen presencia en esta parte de la región Caribe, busca que la comunidad fortalezca sus conocimientos en el manejo de la tierra a través de nuevas alternativas académicas, como fue el caso de Javier.

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El verdadero conocimiento de la tierra y del bosque lo tiene la comunidad. Sin embargo, muchos quieren aprender nuevas técnicas para convertirse en promotores del proyecto, que en sí es una propia red de campesinos que hoy en día están formados académicamente en temas como agroecológica y diseño regenerativo de paisaje. Hacer las zanjas de infiltración para contender el agua y llevarla hacia los reservorios es algo que les apasiona e implementan en todas las fincas. Este es un gran cambio en el manejo de los suelos”.

Varias organizaciones nacionales e internacionales buscan que los habitantes del bosque seco hagan un uso adecuado de sus frutos y semillas. Foto: Jhon Barros.