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Mientras que los debates públicos sobre la familia se sigan dando desde la ideología y los intereses políticos, el Estado y la sociedad no serán capaces de entender lo que realmente sucede en miles de hogares en Colombia.

GÉNERO

La mujer y la verdadera familia colombiana

Los debates ideológicos y los intereses políticos no han permitido que el país reflexione acerca de cómo la inequidad y la guerra han transformado a la familia colombiana, en cuyo centro se encuentra la mujer.

Camilo Jiménez Santofimio
8 de marzo de 2016

Hace apenas 35 días, en un pueblo pobre y polvoriento del departamento de Atlántico llamado Palmar de Varela, una madre de 24 años ató con una cuerda a sus tres hijos, tomó un cuchillo y los degolló. Los niños tenían diez, seis y cuatro años, y cuando la mujer los vio muertos intentó quitarse la vida. Se cortó las muñecas y el cuello y quedó tirada en el suelo hasta que su pareja la encontró moribunda y la llevó a un hospital.

La noticia inundó los medios y desató una ola de indignación. La Policía habló de “escenas dantescas”, mientras que los familiares y los vecinos organizaron una caravana para protestar en silencio hasta el cementerio. Hubo furia, lágrimas y cantos en la iglesia del lugar. Y con el paso del tiempo, como sucede con tantas otras atrocidades que ocurren en los hogares colombianos, el triple asesinato de Palmar de Varela comenzó a caer en el olvido. (Vea: Mujeres de verdad)

Sin embargo, en las oficinas del Bienestar Familiar en Bogotá hay un grupo de expertos que quieren entender las motivaciones del filicidio. Se trata del equipo de la Dirección de Familia y Comunidad, el cual, desde ese miércoles 18 de febrero del 2015, no ha parado de investigar y hoy da por hecho que la causa no solo puede ser el supuesto trastorno mental de la madre del que habla su abogado para defenderla. Detrás de todo, según ellos, también hay una “falla fundamental del Estado y la sociedad”.

Y tienen razón. La madre proviene de una familia desplazada y fue abusada por su padre durante su niñez. A los 14 años quedó embarazada por primera vez, probablemente tras una violación. “Y a pesar de todo nadie reaccionó”, dice Pedro Quijano, subdirector de Familia del Bienestar Familiar. “Ni la defensoría ni la clínica que recibió al bebé de la adolescente, ni la escuela a la que ella siguió yendo. Tampoco los vecinos y amigos de la familia”. Quijano ve aquí un emblema de algo que sucede con demasiada frecuencia en Colombia y añade: “¡Esto es lo que debe ocupar a la sociedad! Pensemos en nuestro papel para proteger y apoyar a nuestras familias”. (Vea: “El zika pone de manifiesto la violación de los derechos de las mujeres”)

Basta darle un vistazo a la situación de docenas de miles de hogares para entender por qué en pleno siglo XXI en Colombia todavía ocurren actos como el de Palmar de Varela. La Constitución concibe a la familia como un fundamento de la construcción de país, pero para muchos colombianos esta ha dejado de ser un refugio de felicidad, calor y apoyo. Más bien, se ha convertido en un lugar donde la lucha por la supervivencia está al orden del día y donde convergen algunos de los peores males de Colombia: la pobreza, la frustración, el conflicto y la violencia.

Mujeres heroicas

Las familias colombianas se han transformado en un foco de gritos, golpes y abusos sexuales, psicológicos y económicos. Y su principal víctima son las mujeres: adultas, adolescentes y niñas. Según Profamilia, asociación que dispone de los datos más completos del país, la mayoría de los casos de violencia intrafamiliar se dan en los hogares. Y casi todos son dirigidos contra las mujeres. Una conclusión apabullante es que dos de cada tres mujeres a quienes sus hombres maltratan ya han sido maltratadas durante la niñez. Además, casi todas tienen un bajo nivel de educación, escasos recursos y viven sin pareja, pero con hijos.

Esas mujeres son hoy las cabezas de muchos hogares. Y están solas pues, como muestra el caso de Palmar de Varela, el Estado muchas veces es incapaz de articular sus entidades para encender alarmas y actuar, y así fracasa en velar por las familias. Dos de cada tres hogares que el Bienestar Familiar atiende tiene a una mujer como cabeza. De ahí que los expertos consultados por esta revista destaquen su papel casi “heroico”. “A ellas les debemos que este país, a pesar de todo, salga adelante”, dice Quijano. (Vea: Insurgentas, las mujeres en el conflicto armado)

No obstante, el rol preponderante de la mujer en los hogares ha transformado la concepción de familia, que se ha vuelto más informal e inestable. La mayoría de jefas de hogar debe trabajar (82%) y no se quiere casar. Antes de pasar por el altar, convive con su pareja o, sencillamente, vive sola. De 1964 a hoy, el número de parejas en unión libre se ha triplicado en Colombia y el de hogares unipersonales se ha multiplicado por cuatro. 84 por ciento de los niños nacen de madres no casadas y, de estas, sobre todo en el campo y en estratos bajos, 20% ha dado a luz en la adolescencia. Y quieren tener menos hijos. Mientras en 1990 la familia promedio cobijaba siete niños, hoy solo tiene dos.

Desde la superficie, estas tendencias no parecerían negativas sino más bien la consecuencia de una sociedad en progreso. Pero vistas con cuidado, cargan graves problemas que dicen mucho sobre lo que va mal en el país.

El primero tiene que ver con la pobreza. Según el Mapa Mundial de la Familia de 2014, 25% de los niños en Colombia crecen en la pobreza; y 10, en la pobreza absoluta. La segunda dificultad está vinculada con que a las carencias materiales se suman las intelectuales y emocionales. Solo 30% de las cabezas de familia ha terminado el bachillerato. La mayoría, obligada a trabajar, no está con sus hijos durante el día y parte de la noche. Y así, cuando no están en la escuela, los niños pasan el tiempo con la familia extensa o con vecinos, donde no reciben atención y, en ocasiones, los someten a abusos.

En estas circunstancias, los niños dejan de tener experiencias formadoras como la de cenar en familia, momento considerado esencial por expertos para el desarrollo de valores. Además, según el Mapa Mundial de la Familia, un hogar tambaleante, sea por la violencia o por la inestabilidad de los padres, crea estrés y así muchos niños que viven esas experiencias son propensos a enfermedades como la diarrea. (Vea: Mujer, territorio en disputa)

A esto se suma un tercer problema: la violencia heredada y reciclada a través de las generaciones. Según los expertos, las víctimas de abusos en el hogar son dadas a repetir o tolerar la violencia en su propia familia. “Si crecí en un escenario violento tengo más propensión a ser victimario”, dice Claudia Gómez, directora de investigaciones de Profamilia, que recuerda que 73% de las mujeres en Colombia no denuncian los abusos que tienen lugar en el hogar. Y, como en el caso de Palmar de Varela, los vecinos y los allegados no intervienen. Según las Encuestas de Cultura Ciudadana de Corpovisionarios, hechas regularmente entre 2008 y 2014, aún muchas familias validan el uso de la violencia. 30% de los encuestados dicen que hay que golpear a los hijos para que aprendan a obedecer; mientras que 18% prefiere no hacer nada si observa a un vecino dándole una golpiza a la esposa y 16% no haría nada si la víctima es la hija.

Esto tiene efectos graves, sobre todo para los niños. Pues no solo sufren de desnutrición y carecen de estímulos, sino que en demasiados casos terminan abandonados. En Colombia, uno de cada diez vive sin sus padres. Algunos viven en las calles, y con sus galladas y en sus ‘cambuches’ arman estructuras para remplazar a la familia. Otros, 8.000 en total, terminan en hogares de adopción, donde en muchos casos quedan atrapados en sistemas de trámites engorrosos que los obligan a esperar años para solucionar su situación. (Vea: El ‘lujo‘ de ser mujer)

Marcas de guerra

Como si todo lo anterior fuera poco, también la guerra ha dejado su huella en las familias. “El conflicto armado triplicó la labor del instituto”, dice Pedro Quijano, del Bienestar Familiar, quien cuenta que hay miles de familias en comunidades a las que el Estado “todavía no llega”. Hay veredas en Chocó, donde el Bienestar Familiar arribó por primera vez hace pocas semanas, pues antes las minas antipersona lo hacían imposible.

Las heridas más profundas, según una encuesta de Profamilia y Usaid hecha en zonas marginadas en 2011, las ha causado el desplazamiento. Los datos son escalofriantes. Desde 1997, Colombia registra más de 5 millones de personas desplazadas y, según la encuesta, 80% lo ha hecho en familia. Esto tiene que ver con un hecho decisivo: casi todos los motivos del desplazamiento en Colombia tienen que ver con razones que afectan a la familia. (Vea: Debajo de la tierra, mujeres y restitución)

La mayoría de las víctimas del desplazamiento son mujeres y niños en la pobreza. 43% de los hogares de desplazados no tienen un sanitario conectado al alcantarillado ni piso de cemento, y 95% de las cabezas de familia tiene trabajos “no profesionales”, la mayoría informales en el comercio o el servicio doméstico. Dichos hogares, en especial, han debido ver cuán radicalmente se ha transformado la idea tradicional de familia en Colombia, pues muchas veces se desplazan cuando el padre o los hijos mayores han sido asesinados y, así, la familia queda sin núcleo y debe restructurarse.

“Esta es una evidencia de por qué el Estado y la sociedad necesitan redefinir su concepto de familia”, dice Claudia Gómez, de Profamilia, y trae a colación lo que ocurrió una semana después del asesinato de los niños de Palmar de Varela.

La Corte Constitucional no permitió adoptar hijos a las parejas del mismo sexo, salvo para los biológicos, y la decisión desencadenó un debate sobre lo que debía ser la familia. La bióloga Brigitte Baptiste consideró el fallo una “vergüenza”, y el fallecido exmagistrado Carlos Gaviria dijo que “se impusieron creencias religiosas”. Desde el otro bando, el procurador Alejandro Ordóñez alegó que “existe una élite que quiere acabar con la concepción de familia” y la senadora liberal Viviane Morales sostuvo que “la familia óptima es la de hombre y mujer”.

En los ojos de Gómez esto descubre cuán desconectada está la opinión de la realidad. Los debates ideológicos y los intereses políticos no le han dejado ver al país que la inequidad y la guerra han transformado a la familia colombiana. “Decir que uno no puede criar hijos sin papá y mamá es contradictorio con la realidad”, dice. La visión, conservadora o liberal, que muchos tienen de la familia en Colombia también destapa una doble moral. La Encuesta Mundial de Valores de 2014 da cuenta de ello. Cuando a un colombiano le preguntan qué es lo que más quiere en la vida, la respuesta en el 95% de los casos es la misma: la familia. Es para no creer.