Rodeada de Ucrania y de Rumania, la República de Moldavia se extiende sobre una modesta superficie de 34.000 kilómetros cuadrados. El sector económico más importante es la agricultura – un 70% de las tierras se destina a esta actividad. El país fue parte de la Unión Soviética durante largo tiempo y es hoy en día uno de los países más pobres de Europa.
No obstante, el pequeño Estado está tratando de aprovechar al máximo sus recursos y su patrimonio rural. En momentos en los que la protección medio ambiental es cada vez más importante, y la gente demanda cada vez más alimentos saludables, la solución es obvia: tomar el camino verde.
"Después de la caída del Telón de Acero la mayoría de las grandes empresas estatales de Europa del este se dividieron en compañías más pequeñas y fueron privatizadas. Y estas simplemente no tenían dinero para pesticidas", explica Boor.
Hoy, 25 años después, Moldavia se encuentra en gran parte libre del pesticida, que durante un tiempo fue ampliamente utilizado y que es conocido como DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano), según añade Boor. Además de esta desintoxicación forzada, Moscú ha influenciado con otra medida en la trayectoria de Moldavia: en 2006 Rusia prohibió la importación de vino moldavo y esto aceleró el proceso de la República hacia una agricultura ecológica.
Los explotadores vinícolas eran demasiado dependientes de las exportaciones aliadas de su anterior amo y señor y muchos se fueron a la quiebra, según cuenta Dumitru Alaiba, asesor económico del gobierno. El daño causado, sin embargo, no condujo a la ruina de todo el sector económico.
"Puede sonar duro, pero con el paso del tiempo la prohibición rusa resultó ser positiva para los productos moldavos", explica Alaiba a DW, y añade que las nuevas restricciones marcaron el comienzo de una nueva conciencia sobre la calidad de los productos. Y ello incluye técnicas vinícolas ecológicas. "La calidad de los vinos moldavos de 2007 y de los actuales es incomparable" continúa Alaiba, y añade: “nuestros enólogos han empezado a invertir en calidad, tecnología, marketing y nuevos mercados".

El problema de la certificación
No obstante, sería un error pensar que solo hay ganadores con estos cambios. Moldavia es el país con el salario mínimo más bajo de la Unión Europea. El caro proceso de certificación apenas lo pueden pagar algunos. "Los agricultores, los procesadores y los vendedores tienen que pagar por las inspecciones y certificaciones", aclara Boor. "Pero tan pronto obtienen el certificado, pueden cobrar precios más altos por sus productos".
Para el moldavo Sergiu Botezu, que ha trabajado para proyectos de desarrollo en los Estados Unidos, esta situación es absurda. Muchos campesinos pobres no tienen los medios necesarios para obtener la certificación y se ven obligados a vender sus productos a precio tirado en los mercados locales. "Por este motivo, la agricultura ecológica no se desarrolla tanto como le gustaría a todo el mundo en Moldavia", afirma Botezu.
Un efecto secundario interesante
Alexei Andreev, directivo de la Sociedad Ecológica BIOTICA, fue responsable para los planes de una Red Nacional Ecológica en Moldavia y es por ello muy consciente de los retos de conservación a los que se enfrenta su país. Estos incluyen, como él mismo explica: "la pérdida de hábitats valiosos en bosques y humedales, las alteraciones ocasionadas por el cambio climático en los ecosistemas y el progresivo deterioro de los pastos".
Andreev es consciente de todo lo que aún queda por hacer: se debe utilizar la composta para mejorar la fertilidad de los suelos, crear bosques comunales y construir cercas naturales de manera que se pueda proteger la diversidad de especies.
Probablemente Moldavia tendrá que librar una batalla consigo misma a fin de beneficiarse realmente de la desintoxicación involuntaria de pesticidas, que ha experimentado y permitir con ello que florezca su reputación como fuente de productos ecológicos de Europa del este.