*Profesora de la Facultad de Administración, Universidad de Los Andes. (Foto: Lina Moros)

CRÓNICA

Yurumanguí: comenzamos a subir

Segunda entrega del recorrido por la vereda de Juntas (Valle del Cauca) descubriendo la historia de una comunidad que se dedica a la minería artesanal dejando de lado el uso de mercurio.

Maria Alejandra Vélez*
18 de diciembre de 2015

El agua era cristalina y había playas con piedras de todos los tamaños. Heliconias rojas decoraban las orillas, parejas de tucanes pasaban por nuestras cabezas. Subir por el río daba la sensación de estar en el último río limpio al final del Valle del Cauca.

Pasamos por cultivos de maíz y casas de paso para la cosecha, y cada tanto todos tuvimos que bajarnos a empujar la lancha que se encallaba en la arena. Dicen que el caudal ha bajado por todo el material que se bota al río al hacer minería: “Minería artesanal”, nos dijo Richard enfático. “Aquí no hemos dejado entrar las maquinas grandes”. En Yurumanguí no hay mercurio.

Foto: Lina Moros

Paramos a la orilla de cada vereda. Siempre hay razones y mandados de un lado al otro del río: cangrejos, gasolina, pescado. El recorrido tomó más tiempo porque sin saberlo éramos el correo interveredal.

La primera imagen que tuvimos de Juntas fueron unas niñas vestidas de colores que descansaban en la playa con bateas a sus lados. La minería es una actividad familiar, todos tienen batea y se hacen según el tamaño de cada niño. Niños y niñas acompañan a sus familias a barequear. Unos ayudan, otros juegan. Todos están ahí. Una certificadora de oro responsable habla de erradicar el trabajo infantil. Pero a la comunidad de Juntas les cuesta entender este tema. Los niños van a la escuela, pero cuando están con sus padres los acompañan al trabajo. No es distinto al trabajo familiar en la agricultura. Todos colaboran. Igual, ¿dónde los van a dejar? Están en la mitad de la selva.

Al lado del río había una cuadrilla trabajando en un pozo. Las motobombas estaban prendidas sacando agua y todo el mundo estaba haciendo algo. Las bateas volaban de un lado para el otro sacando barro. Parecía una coreografía. Había ancianas, niños, bebés, hombres y mujeres de todas las edades. Todos parecían estar ocupados. Conté más de 50 personas. “Esto era una quebrada pero ahora está todo revuelto porque estamos buscando oro”, nos explicó Richard.

Foto: Velentina Fonseca

Los mineros le dijeron a Álvaro que este terreno era de su abuelo, luego él podía reclamar un porcentaje de lo producido. En todas las explotaciones al dueño del terreno siempre le queda un porcentaje. Otro pedazo es para los dueños de las motobombas y lo demás se reparte entre todos los que colaboraron para abrir el pozo.

Ahora solo nos falta hablar con la comunidad de su situación…

Foto: Velentina Fonseca