Biocomercio “ético” contra el tráfico ilegal de ranas

Científicos y ecologistas de Ecuador unen esfuerzos para impulsar un mercado “ético” de anfibios con el que buscan atajar el tráfico ilegal, que ha puesto a varias especies en peligro de extinción.

18 de julio de 2017

El biocomercio “ético” de raros y coloridos sapos, promovido desde Ecuador para el mercado mundial de mascotas, busca frenar el lucrativo tráfico ilegal de anfibios capturados en estado silvestre.

En la privada empresa científica Wikiri de San Rafael, a 10 kilómetros de Quito, ranas de doce especies, algunas de ellas endémicas y con algún riesgo de extinción en estado natural, son criadas en centenas de terrarios para ser exportados a Canadá, Estados Unidos, Japón y países de Europa por un valor de hasta 600 dólares por ejemplar.

“Eso te da una idea de qué tan valioso es este negocio”, explica a la AFP Lola Guarderas, gerente de la firma, mientras muestra una rana de cristal -cuya piel transparente deja ver sus órganos y su corazón rojo latiendo- que trepa por la pared de una pecera de vidrio.

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En las instalaciones científicas de 5.000 m2, con amplios jardines a orillas de un río en la cálida zona del valle de Los Chillos, los anfibios son reproducidos en laboratorios para no afectar a la población silvestre, lo que les da el sello de biocomercio “ético” frente al comercio ilegal.

Allí también funciona el Centro Jambatu de Investigación y Conservación de Anfibios, del que Guarderas es su coordinadora.

“Es totalmente diferente al tráfico ilegal de especies, que va al campo directamente, coge todo lo que puede coger y eso es lo que se exporta. Eso va en detrimento de las poblaciones silvestres, de las poblaciones naturales”, explica Guarderas.

Ecuador, donde está prohibida la captura y la comercialización de animales silvestres, figura entre las naciones con mayor biodiversidad del planeta y cuenta con casi 600 especies de ranas descritas (cerca de la mitad endémicas), de las cuales 186 enfrentan el riesgo de extinción, según el ministerio del Ambiente.

Organismos ambientales cifran el comercio de especies de la cuenca amazónica en unos 1.280 millones de dólares entre 2005 y 2014.

Tráfico ilegal, una amenaza

El Centro Jambatu anunció hace poco la reproducción por primera vez en cautiverio de la Atelopus ignescens (arlequín jambato negro de páramo), una rana endémica muy común en varias provincias andinas de Ecuador que hace tres décadas fue considerada extinta.

De color negro y vientre entre amarillo y rojo, se la podía ver con mucha facilidad incluso en los alrededores de Quito, pero prácticamente desapareció a finales de la década de 1980 hasta que el año pasado fue localizada de nuevo.

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En total, el Centro trabaja con unas 40 especies de sapos endémicos y compartidos con otros países, incluidas las doce de exportación como la Agalychnis spurrelli (mono de Spurrell), la Cruziohyla calcarifer (de hoja espléndida), la Hypsiboas picturatus (arbórea colorida o Chachi) o la Hyalinobatrachium aureoguttatum (de cristal del sol).

Pero su venta “ética”, a razón de 500 ejemplares por año, compite con la de otros países latinoamericanos, que permiten la captura silvestre y la venta de hasta 7.000 anfibios en el mundo, y sobre todo con la del tráfico ilegal.

Especies de ranas ecuatorianas están desde hace 30 años en el mercado internacional, al que fueron llevadas de manera clandestina.

“El tráfico ilegal de anfibios en el mundo es una actividad generalizada”, comenta a la AFP el biólogo Luis Coloma, director del Centro Jambatu.

El científico indicó que el mercado negro de anfibios es abastecido por organizaciones que operan en países incluso megadiversos, poniendo en peligro esa condición por la posible desaparición de especies.

Coloma atribuye también la desaparición “súbita” de anfibios a la destrucción del hábitat, la contaminación y al cambio climático "a partir de mediados de los años 1980".

La cartera de Ambiente reportó que 18 tipos de ranas ya están posiblemente extintas en Ecuador, que alberga tres veces más especies por km2 que Colombia y 21 veces más que Brasil, lo que representa un 9% de la biodiversidad mundial.

Sin embargo, según Coloma la comunidad científica calcula que “hay unas 200 especies (locales) a la espera de ser conocidas”.