Atardecer en Maviso - Inírida (Foto: Harold González) | Foto: Harold González

DESTINOS DESCONOCIDOS

Mavecure, una isla en el tiempo

Este cerro del Guainía es junto con los vecinos Mono y Pajarito una de las primeras rocas que se formaron en la Tierra. Subir por sus cuestas junto al río Inírida es una aventura inolvidable.

6 de julio de 2015

Al mirar atrás desde la lancha que viaja hacia el sur por el río Inírida, los cerros Mono y Pajarito que se levantan sobre la margen occidental parecen unirse y formar una imagen extraña. Con un poco de imaginación se descubre lo que cada uno quiera ver en esas siluetas de roca que son símbolo del departamento del Guainía: puede ser un sombrero gigante; un tobogán sobre la selva tupida de árboles de 30 y más metros; una anaconda que ha engullido una vaca...

Este punto de la Orinoquia está cerca de la frontera con Venezuela, no muy lejos de donde el mapa de Colombia se alarga hacia abajo como si fuera la trompa de un oso hormiguero para internarse en Brasil. Hasta aquí, en los cerros de Mavecure, se llega desde Inírida, la capital del departamento, después de un viaje de una hora y media en lancha rápida, que en la región llaman voladora.

En esta zona del oriente del país los ríos son las vías que comunican a los pueblos. Por eso por el Guaviare, el Atabapo y el Orinoco navegan bongos, unas canoas angostas de cerca de 10 metros fabricadas con troncos de árboles en las que algunas personas sostienen sombrillas para protegerse del sol. También circulan falcas, unas embarcaciones más grandes que transportan pasajeros y mercancías. (Vea: Nuquí, paraíso ecosistémico y ahora reserva marina)

Aquí, en el corregimiento de San Felipe, el río Inírida serpentea entre la selva y abraza los cerros Mavecure, Mono y Pajarito, tres elevaciones de rocas graníticas que fascinan a viajeros de todo el mundo. La más alta es Mavecure: mide 250 metros, según el Diccionario Geográfico del Instituto Agustín Codazzi, y puede subirse hasta la cima.

Cerros de Mavecure - Inirida (Foto: Harold González)

Trepar por las pendientes abruptas y redondeadas de Mavecure es mucho más que una simple caminata. De cierto modo significa viajar en el tiempo hasta la época geológica inicial de la Tierra, cuando la actividad volcánica en el planeta era intensa y aparecieron las primeras formas de vida. Esta, al igual que Mono y Pajarito, al otro lado del río, no es cualquier roca. Las tres hacen parte del escudo guayanés y surgieron en la era Precámbrica, que abarca desde hace unos 5.000 millones de años hasta 570 millones de años atrás.  

Guillermo Rodríguez camina sobre ese montón de tiempo acumulado bajo los pies para guiar a los turistas durante la excursión. Equipado solamente con una camiseta amarilla de la Selección Colombia, pantaloneta azul y unas chanclas de las que tienen una tira de caucho que se acomoda entre el dedo gordo del pie y el siguiente, este hombre es el Lucho Herrera del Guainía en las lomas. Casi ni toma agua mientras los turistas se derriten bajo el sol y tienen que desgastar las suelas de sus zapatos de goma y aferrarse con las manos a la ladera, empinada como un rodadero.

Guillermo vive a unos minutos en lancha, en la comunidad de Venado, donde habitan unos 240 indígenas de las etnias curripaco, guahibo y puinave, entre otras. Él sube con frecuencia al cerro y no siente el esfuerzo como quienes vienen de otras partes a admirar el paisaje. (Vea: Cinco buenas razones para visitar los Parques Naturales)

“Hay que tener muy buena condición física porque la cuesta es muy empinada. Es recomendable tomar muchísima agua porque aquí sudas como si te estuvieras bañando en el río”, cuenta la bloguera de viajes Toya Viudes, una española que hace tres años se enamoró de Colombia y a quien le encanta viajar a destinos que se salen de las rutas turísticas tradicionales. Guainía, claramente, es uno de ellos.

Luego de ascender durante una media hora se llega a una de las pocas partes más o menos llanas de Mavecure, desde donde se observa el río Inírida como una autopista enorme que se abre paso entre la selva. Se divisa también cerro Diablo, un domo completamente cubierto de vegetación que se erige sobre los árboles. 

Flor de Inírida

Hacia el occidente el sol ya comienza a esconderse detrás de Mono y Pajarito, otras dos rocas que han sido testigos silenciosos de la historia temprana de la Tierra: Mono tiene el aspecto de un ponqué redondo y a la derecha está Pajarito, con una especie de cresta que sobresale del resto de la mole. En ambos se resbalan unos hilos blancos por sus pendientes. Son rastros que han dejado los aguaceros de los últimos días.

Hoy no ha llovido, lo que haría casi imposible mantenerse de pie sobre las faldas de Mavecure; pero ya son casi las 5 de la tarde y Guillermo dice que faltan 20 minutos más de camino por una cuesta aún más pronunciada para llegar a la cima. La subida es lo de menos; el problema es que luego hay que bajar y no soy particularmente aficionado a las alturas. Quiero descender del cerro con suficiente luz para saber dónde piso.

Guillermo y otros dos turistas continúan el camino, que mira hacia el cielo. Yo emprendo el regreso lentamente, caminando en zigzag por cuestas que parecen un deslizadero. De vez en cuando miro hacia arriba. Allá está Guillermo con su camiseta amarilla. Una vez más ha conquistado el Mavecure. Yo me quedo contemplando el paisaje. Respiro hondo y pienso en que estoy parado sobre una de las primeras rocas del planeta. También, en que es una virtud saber cuándo devolverse.

* Texto de Juan Uribe