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La solución para la movilidad es no moverse

Por más metros, autopistas, ciclorrutas y cables que se construyan, los beneficios para la sostenibilidad y para la calidad de vida de la gente son muy pocos si no hay cambios radicales en la forma en que vivimos.

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2 de febrero de 2018

La cosa es así de simple. Necesitamos rediseñar nuestro estilo de vida para no tener que movernos tanto. El renglón de transporte es de los que más dolores de cabeza causa tanto desde el punto de vista ambiental como social. Sin embargo, las soluciones mantienen el statu quo frente a la necesidad de moverse todos los días. Por más metros, autopistas, ciclorrutas, cables etc., que se construyan, los beneficios para la sostenibilidad y para la calidad de vida de la gente son muy pocos si no hay cambios radicales en la forma en que vivimos. Construir más y más puede no ser el mejor camino hacia el consumo sostenible de transporte.

Si uno fuera un observador extraterrestre, una de las primeras cosas que le llamaría la atención es que los seres humanos en las ciudades tienden a moverse al mismo tiempo y para el mismo sitio. ¿Es esto necesario? ¿No es hora de replantearnos la filosofía de la hora-nalga para determinar quién es un buen trabajador y quién no? Hay cientos de miles de trabajos que no requieren en realidad desplazarse y podrían hacerse a distancia y de forma asincrónica.

Sin embargo, este modelo de funcionamiento social en manada está soportado en varias creencias que tenemos que derogar, por absurdas. Quiero citar un par: La primera, tiene que ver con el ideal del trabajador de clase media norteamericano, el Homero Simpson tantas veces parodiado, que sale en su carro (o en transporte masivo) a la oficina por una autopista a las ocho de la mañana, pasa allí ocho horas, su mejor amigo es su colega, con quien se toma una cerveza al final del día, para luego llegar a su casa a comer y ver televisión. El sistema educativo está montado desde los años 50 para engrosar este tipo de vida.

La segunda creencia es que hace falta la interacción física, cara a cara, para poder trabajar y ser productivo. Son muchos los “jefes” que todavía salen a las 4:50 pm a cazar a quien no está en la oficina y se molestan si la gente no aparece presencialmente en las reuniones. Es la cultura de “que lo vean” para quedar bien, y del trabajo sincrónico como única forma de funcionamiento. La situación llega al extremo de hacer a muchas personas desplazarse en eternos y carísimos vuelos internacionales para asistir a una capacitación o alguna reunión. En muchos genera angustia la idea de unas oficinas desocupadas con los empleados trabajando en cualquier horario desde donde más le convenga y participando virtualmente en las reuniones. Parece que no nos alcanza todavía la confianza en la gente para hacer desaparecer ese tipo de supervisión.

Es cierto que hay empresas que han permitido a algunos pocos cargos no tener que ir a una oficina a diario, así como otras entidades, públicas y privadas, han flexibilizado los horarios de entrada y salida en 2 o 3 horas. Desafortunadamente estas iniciativas son todavía de poco alcance y las más radicales son muy aisladas. La realidad sigue siendo que en una ciudad como Bogotá la gran mayoría de personas se gastan entre dos y tres meses del año transportándose al trabajo. ¡Cuántas cosas no se podrían hacer en ese tiempo! ¡Cuánto bienestar sacrificado! ¡Cuánto daño al ambiente!

Creo que debe haber soluciones regulatorias radicales porque las empresas están muy lentas en estos cambios. Por ejemplo, podría haber una regulación que obligue a las empresas a justificar cuantos puestos y cuales trabajos realmente requieren de presencia y desplazamiento diario y dar permisos ambientales para ello. En complemento, se podría prohibir tener sedes de más de X empleados forzando a una descentralización de las sedes y conectándolas con las tecnologías de la comunicación existentes. Eso por el lado del garrote, mientras que la zanahoria podrían ser exenciones tributarias a quienes desplacen trabajo fuera de las oficinas en porcentajes importantes. Las empresas tendrían así ubicaciones mucho más pequeñas y dispersas por las ciudades de tal forma que nadie que tenga que ir a trabajar deba desplazarse más de 10 o 15 minutos.

A los que no tengan que ir, se les paga la conexión en la casa. La tecnología para conectar a la gente ya es muy barata para que eso sea una excusa. Esto desocuparía las vías, los buses y los metros para quienes realmente tienen que “ir” a trabajar; médicos, operarios, estudiantes etc. Tenemos que ser radicales en estos cambios, la presión sobre la movilidad nace de la ubicación de la gente frente al trabajo, el estudio y el entretenimiento.