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La ley vs. el consumo colaborativo

El costoso aparato institucional y legal se desdibuja frente a la confianza que ponemos en las recomendaciones de otros, una confianza ultrasimplificada en la calificación de una app del teléfono móvil.

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18 de enero de 2017

En los últimos años hemos visto nacer varios negocios que basan su modelo comercial en el aprovechamiento de la capacidad instalada que está en manos de los consumidores. El fenómeno pasó de los contenidos compartibles en línea a servicios personales y físicos como el transporte y la hotelería, asi surgieron plataformas como Uber o AirBnb. El éxito y rápida expansión de estas empresas está sacudiendo industrias completas y muchos emprendedores ya tratan de llevar la idea a otros ámbitos. Ante esto los gobiernos se tienen que rascar la cabeza pensando esto qué significa en términos de organización y regulación, dado que estas dos industrias que son hipereguladas: con licencias, permisos, seguros.

No es nuevo que a alguien se le ocurra llevar gente en su carro y cobrar, o alquilar un apartamento o una casa por temporadas, lo nuevo es la masificación de la idea gracias a la intermediación de plataformas en línea que hacen posible un ‘matching’ a gran escala de oferta y demanda. Mientras esto pasa, y la gente usa UberX en todo el mundo o encuentra cuarto en cientos de ciudades a través de AirBnb, los transportadores y hoteleros tradicionales siguen enfrentando enormes barreras legales para continuar su negocio. La mayoría de esas barreras nacen con la intención de proteger al usuario. Parten de la necesidad de mitigar el riesgo, de todo tipo, que corre una persona cuando se sube a un medio de transporte o usa un servicio de alojamiento. Este punto es muy importante cuando se da el salto de los contenidos y servicios en línea a los personales. Los riesgos de alguna forma son mayores.

En tiempos de Napster y de eMule (programas para compartir todo tipo de contenido, entre ellos ilegal) los archivos se compartían peer to peer, era consumo colaborativo al 100%, esto quebró a las tiendas Tower Records y a Blockbuster, pero hoy el negocio no es así. Los pedazos de la industria los recogieron y organizaron los modelos de iTunes, Netflix y Spotify, por solo nombrar algunos casos. Hoy tenemos allí consumo simultáneo pero no colaborativo y estas plataformas nos maximizan la facilidad de acceso y la calidad de los contenidos, mitigando así los riesgos.

En los servicios personales no es tan claro que este salto se pueda dar porque no puede haber consumo simultáneo de la misma forma que se da en los contenidos digitalizables. Esto le da más aire a la industria tradicional que cumple las regulaciones. La mitigación del riesgo que ha permitido la expansión de Uber y AirBnb y muchos otros, tiene que ver con la información abierta, con la calificación del conductor o del oferente de alojamiento. Nada más importante que la reputación de oferentes y de consumidores para que el sistema funcione.

Para mí esto es lo más importante del cambio de paradigma de consumo. Es una sociedad que piensa distinto sobre sí misma. Los gobiernos que establecen un costoso aparato institucional y legal para que a la gente no la roben se desdibujan frente a la confianza que ponemos en las recomendaciones de otros a quienes ni conocemos, confianza ultrasimplificada en unas estrellitas de calificación en la aplicación del teléfono móvil.

¿Nos enloquecimos? creo que no, creo que solo estamos entendiendo que el mundo funciona mejor cuando sabemos que podemos cooperar y confiar en el otro. La regulación tradicional se basa en la idea de un ser humano mal intencionado y egoísta. Es este hecho el que está cambiando el mundo y no depende de péndulos políticos. Da miedo su fragilidad, la cual desconocemos. ¿Qué pasa si se sabe de robos y accidentes ocurridos en Uber? ¿Correrá la gente a tomar un taxi que pertenece a la regulación tradicional? Tal vez no. Creo que en el futuro el fenómeno seguirá expandiéndose y reinventándose en la medida que toca más industrias y fomenta la creatividad de los emprendedores.