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Dieta a base de mercurio

Esta es la primera edición de un espacio rotativo que Semana Sostenible les abre a quienes, desde las redes sociales, generan opinión en temas de sostenibilidad.

20 de septiembre de 2016

Hace unos años leí ‘La Historia de las Cosas’, de la hoy reconocida Annie Leonard. Varios hechos descritos me impactaron, pero uno de ellos llamó especialmente mi atención: me enteré de que los puntos más contaminados del planeta no son aquellos en donde se producen los mayores vertimientos de sustancias químicas o residuos industriales, donde se generó el cambio climático. Los puntos más contaminados son los polos, esas extensiones blancas que parecen inocuas, en donde no hay industrias, pero las corrientes marinas y de vientos confluyen en cualquier cantidad de cocteles químicos.  Contaminantes que hoy tienen a los inuit, en el Ártico, padeciendo enfermedades como el cáncer y en donde uno de los principales venenos es la leche materna, cargada de metales pesados, PCB y dioxinas, entre otras sustancias tóxicas.

En ese libro, Colombia no estaba referenciada como otro de los lugares más contaminados del planeta y menos por mercurio. Sin embargo, varios artículos han denunciado las altas concentraciones de este metal pesado en las aguas de nuestros ríos en Chocó y Antioquia, y otros cuentan que la Amazonia está en mayor peligro pues se han encontrado hasta 40 partes por millón de mercurio  en el cabello de sus habitantes, cuando lo aceptado como normal es 1 ppm. En 2013 se denunció la malformación genética de niños que nacieron con las piernas unidas y que llamaron ‘sirena’ (un caso entre un millón de habitantes) en el Distrito de Agua Blanca en Cali. El sobrenombre es de fantasía, de cuentos de hadas, pero en este caso se traduce en una pesadilla para ellos y sus familias, más cuando el veneno hace parte de su dieta en la leche materna, en el pescado que comen y el agua que beben.

Pero, ¿qué ha pasado? Nada. Los desastres continúan, cada vez son más, y tristemente se relacionan con los más indefensos: los niños. Solo en 2015, 37 niños murieron por tomar aguas contaminadas con mercurio. Pagaron con sus vidas el nefasto flagelo de la minería ilegal de oro. ¿Hasta cuándo reaccionaremos como colombianos, como sociedad, como Estado? ¿Cuántos niños más deben vivir como referencia de monstruos mitológicos o  morir envenenados para que despertemos y hagamos algo? ¿Quién va a parar las dragas, que cuan grandes son, pasan invisibles ante los ojos de autoridades y departamentos enteros?

La respuesta está en las manos de la sociedad civil. Aunque centro mis esperanzas en la ley y la justicia, creo firmemente que solo la acción local, el empoderamiento y el reconocimiento de los territorios permitirán decir sí a la minería, pero no así.

Así no queramos minería, no dejará de ocurrir. El cómo y el dónde es responsabilidad de todos, no solo del gobierno. Las políticas públicas pueden ser el instrumento, pero la sociedad civil debe empujarlas y fiscalizarlas, ¿o esperaremos para tomar acción a que un niño de ‘buen’ apellido, de alcurnia, entre a la mitología del desastre con el síndrome de la ‘sirena’?