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El cuadro

Los encuentros cercanos con la naturaleza a través de la fotografía configuran el primer paso de un proceso de descubrimientos potencialmente infinito.

Angélica Raigoso Rubio
7 de agosto de 2020

Posados sobre un chamizo, dos capuchinos tricolores se destacan sobre la neblina que envuelve las frondosas ramas de los cipreses al fondo de la imagen. Las cabezas negras y el castaño encendido de sus dorsos y alas contrastan con el blanco cremoso de sus picos, pechos y vientres. Aunque apenas son un destello de color en la mitad de la fotografía, estos pajaritos dominan la escena y hacen difícil notar el fondo majestuoso del bosque y el primer plano ocupado por un denso matojo de pasto kikuyo.

Gracias a la accesibilidad actual de cámaras digitales, cada día aparecen imágenes como esta, publicadas en las redes sociales por un creciente número de fotógrafos de naturaleza. La democratización de la fotografía de paisajes, flora y fauna contribuye a incrementar la empatía colectiva con la vida en todas sus formas, lo cual es evidente en los comentarios que genera cada publicación, llenos de asombro ante un mundo que palpita a nuestro alrededor y que, para muchas personas, ha permanecido inadvertido.

No obstante, los encuentros cercanos con la naturaleza a través de la fotografía configuran apenas el primer paso de un proceso de descubrimientos potencialmente infinito. Sin pretender que toda persona que inicia este recorrido se convierta en naturalista y desarrolle un acervo de conocimiento experto, lo cierto es que esta afición está llevando a un enorme público imágenes de naturaleza y al hacerlo, contribuyen a despertar el deseo de desentrañar el significado de las historias retratadas en ellas. 

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Así, por ejemplo, la foto que describo al comienzo de este texto apareció en la página de Facebook de la Sociedad Antioqueña de Ornitología el 13 de julio de este año y fue publicada por su autora, Karo Jurado, con la pregunta acerca de la identidad de los vistosos pajaritos. En pocos minutos aparecieron varias respuestas y una de ellas anotó algo inquietante para la fotógrafa y otros lectores: la especie retratada no solamente es un ave exótica, sino también una especie invasora.

Pero esta hermosa fotografía, que otros comentaristas compararon con una pintura, esconde una historia mucho más compleja que el hallazgo de un ave foránea en Rionegro (Antioquia). De no ser porque la imagen estaba rotulada indicando el sitio específico en el que fue tomada, hubiera sido imposible colegir en qué región del planeta tuvo lugar esta composición artística.

Como lo señalé en la descripción inicial, el sujeto de la foto es una pareja de capuchinos tricolores (Lonchura malacca), posados en un chamizo frente a un bosque de cipreses (Cupressus linleyi), bordeado por pasto kikuyo (Pennisetum clandestinum). Lo que significa que dos aves originarias de la India y Sri Lanka posaron frente a una plantación de árboles propios de América del Norte, en cuya periferia crece un denso tapiz de una gramínea del oriente de África.

El cuadro es un collage biogeográfico, representativo de una época en la que la impronta humana sobre los paisajes es de alcance global. La combinación de especies de orígenes dispares es consecuencia de la acción antrópica, pues ninguna de ellas llegó a territorio colombiano empleando medios naturales de dispersión. Y aunque es posible que sin nuestra intervención la flora y fauna aborígenes pudieran volver a ocupar el espacio tomado por los forasteros, también lo es que tal reconquista sea prevenida por las invasoras.

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Cada escena de naturaleza en el caleidoscopio de internet es entonces mucho más de lo que está a la vista. Además de retratar un sujeto destacándolo de un fondo, recoge un instante en una historia compleja de relaciones y procesos. De esta forma, en una sociedad que empieza a valorar la participación ciudadana en la construcción de conocimiento, la legión de fotógrafos de biodiversidad juega un importante papel al documentar los cambios que suceden en la configuración del planeta sin apenas darnos cuenta. 

Ningún ecosistema es totalmente refractario a la llegada de nuevos elementos. A través del tiempo, todos sufren cambios en la composición de especies, lo cual afecta poco a poco la estructura y, tarde o temprano, sus funciones. Cuando estas alteraciones son espontáneas, el proceso es paulatino y da tiempo al desarrollo de nuevas interacciones que mantienen la integridad ecológica. Por el contrario, cuando el proceso es iniciado por la intervención humana, pueden perderse piezas del rompecabezas y el resultado es, generalmente, el menoscabo de su funcionalidad.

Independientemente del placer estético que proporcionen las imágenes de naturaleza que proliferan en el ciberespacio, cada una puede evocar reflexiones que ayuden a comprender mejor el mundo siempre cambiante que habitamos. Y si empezamos a desvelar los interrogantes que plantea esta galería virtual, es posible que entendamos hasta dónde deja huella en el entorno cada una de nuestras acciones.