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El futuro de los bosques es nuestro futuro

El pasado 5 de junio tuvo lugar la celebración del Día Mundial del Medioambiente. Esta jornada se instituyó con el propósito de invitar a reflexionar sobre la necesidad de actuar para proteger la naturaleza.

Sostenibilidad.Semana.com
2 de julio de 2020

La celebración de este año llegó con dos elementos de sabor agridulce para el país. De una parte, Colombia tuvo el privilegio de ser el anfitrión de dicha celebración. De otra, transcurrió en medio de la pandemia de la covid-19 que, hasta ahora, ha dejado alrededor de 3.000 muertos, que ha trastornado la vida de millones de personas y que, según los expertos, no ha alcanzado su pico epidemiológico en el país por lo cual resulta impredecible el número de afectados y víctimas que dejará.

Las consecuencias más conocidas de la deforestación, pero no las únicas, son la disminución de lluvias; el cambio climático; el calentamiento global; la pérdida de biodiversidad; la desertificación; las inundaciones y los deslizamientos. Durante los últimos meses nos golpea con todo rigor otra consecuencia de la deforestación: la pandemia de la covid-19.

Esa pandemia nos pone de presente, con extrema severidad, algo que sabemos desde hace años, como resultado de otras epidemias, pero que hemos preferido ignorar: la deforestación produce la pérdida del hábitat de numerosas especies silvestres y aumenta el contacto entre humanos y dichas especies.

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El aumento de esos contactos incrementa, a su vez, la incidencia de enfermedades zoonóticas, esto es, de enfermedades infecciosas que se transmiten de los animales a los humanos y para las cuales no tenemos defensas. La pérdida de los bosques no solamente impacta de manera negativa el ambiente. También representa una grave amenaza para la salud pública.

Nuestra forma de producir, consumir, desperdiciar, de dañar los ecosistemas, no solamente amenaza la naturaleza. También atenta contra nuestra supervivencia y bienestar. La pandemia nos hace una severa advertencia: no cuidar los bosques y la biodiversidad equivale a no cuidar de nosotros mismos.

La pandemia está afectando de manera extrema la salud y la vida de los pueblos indígenas de la Amazonia. El virus se ha extendido entre las comunidades amazónicas de Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guayana Francesa, Guayana, Surinam, y posiblemente Venezuela, con una velocidad inusitada. Esto, desde luego, no es gratuito. Es producto de la vulnerabilidad de estos pueblos a las enfermedades externas y de la carencia de servicios básicos de cuidado y atención médica.

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La Organización Panamericana de la Salud informó el pasado 26 de mayo que el departamento de Amazonas presentaba el primer lugar de tasa de incidencia del virus por cada 100.000 habitantes. Según esa organización, Amazonas también presenta la mayor tasa de mortalidad por coronavirus. 

El promedio nacional de dicha tasa es de 1,2 por ciento. En la Amazonia se triplica. La Red Eclesial Panamazónica informó que, hasta ahora, la letalidad promedio del virus en el ámbito panamazónico es del 3,66 por ciento.

La pandemia ha producido otro efecto perverso para la Amazonia colombiana. Mientras otros ecosistemas tuvieron un descanso como resultado de la cuarentena que las autoridades impusieron para tratar de controlar el avance del virus, en esa región no hubo pausa para la depredación. 

En efecto, Corpoamazonia reportó que entre abril y mayo pasados se incrementaron las actividades de quema y tala, especialmente en San Vicente del Caguán y Cartagena del Chairá. El Ideam informó, por su parte, que durante los cuatro primeros meses de 2020 la Amazonia colombiana perdió un área de bosque superior a la que se perdió durante todo el año pasado: 78.000 hectáreas. 

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Los líderes religiosos y las comunidades de fe de la Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales–Colombia sabemos, como advirtió la ONU, que no frenar la deforestación de la Amazonia es un verdadero suicidio. 

Por ello, hemos asumido el compromiso de unirnos a la ciudadanía y a las autoridades para ayudar a proteger la salud humana y a restaurar el equilibrio entre las personas y la naturaleza mediante la redefinición, en parte, de la relación de los seres humanos con los bosques tropicales.  

Basados en el diálogo colaborativo entre las distintas iglesias y comunidades de fe y bajo principios de igualdad, comprensión y respeto mutuo, queremos contribuir a restaurar a la Madre Tierra, nuestra Pachamama, nuestra Casa Común.