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El peligroso umbral de pérdida de la biodiversidad

La riqueza de la vida silvestre se traduce en ambientes heterogéneos que nos inspiran, educan y entretienen.

14 de octubre de 2014

La constante denuncia por la rápida disminución de muchas poblaciones animales y de la desaparición definitiva de otras ha sido tildada por muchos como un “discurso pesimista” sin mayor relevancia para la sociedad. Al fin y al cabo, los principales receptores de estos mensajes apocalípticos han estado suficientemente distanciados de la vida silvestre como para no captar la dimensión de su significado. Después de la década de 1960, la población humana se hizo cada vez más urbana y el contacto de la mayoría de personas con la biodiversidad empezó a ser prácticamente virtual.

La noticia contenida en el Informe Planeta Vivo 2014, de que 10.000 poblaciones de más de 3.000 especies de vertebrados disminuyeron 52 por ciento desde 1970, desató una ola de preocupación en todo el mundo. De repente, se abrió una ventana de oportunidad para reflexionar sobre las causas y consecuencias de la reducción de la fauna silvestre. 

La pérdida de la diversidad biológica tiene lugar en todas las regiones del mundo, en cualquier tipo de ecosistema y afecta a todos los tipos de organismos. Si bien es cierto que los índices demuestran que la situación es más grave en las regiones tropicales y en los medios acuáticos, y que la pérdida de anfibios y  peces es mayor que la de los demás vertebrados. La amenaza de extinción masiva inminente es un fenómeno de naturaleza global. 

La desaparición de una especie no es un suceso irrelevante. Cada una juega un papel insustituible en las complejas tramas de interacciones que llamamos ecosistemas. La pérdida de estos eslabones los hace más vulnerables ante eventos catastróficos, que ocurren cada vez con más frecuencia. 

Aunque el inventario de la biodiversidad aún es incompleto y nuestro conocimiento de los roles individuales de la mayoría de las especies es muy limitado, sabemos lo suficiente como para afirmar que la provisión continuada de bienes y servicios de los ecosistemas está asociada a la presencia de comunidades de seres vivos íntegras y funcionales. La polinización, la regulación de plagas y la dispersión de semillas, entre muchos otros procesos esenciales para nuestro bienestar, empiezan a fallar desde el momento en que la fauna silvestre disminuye. 

Las diferencias en los valores del Índice Planeta Vivo entre los países con mayor afluencia económica y aquellos llamados del tercer mundo o en vías de desarrollo, constituyen un llamado angustioso a la búsqueda de la equidad en el acceso y uso de los recursos naturales. Aún cuando resulta loable que los países desarrollados están invirtiendo dinero y esfuerzos para proteger su biodiversidad, es preocupante que su demanda de recursos naturales esté afectando negativamente el patrimonio biológico de las regiones más biodiversas.

La naturaleza global de la disminución de las poblaciones animales evaluadas demuestra que todos tenemos alguna responsabilidad en el origen de la declinación planetaria de la biodiversidad. Nunca es demasiado tarde para entender que nuestras acciones tienen múltiples efectos sobre el ambiente y por lo tanto afectan, directa o indirectamente, a la vida silvestre. Cada ciudadano, comunidad, región o país requiere espacio, energía, agua potable, proteínas y fibra para mantenerse y como todos estos elementos son compartidos con los demás seres vivos que habitan la Tierra, el consumo desmedido de recursos por los seres humanos se traduce en la disminución o pérdida de la calidad de hábitat para la vida silvestre. 

Independientemente de su utilidad para las sociedades humanas, la riqueza de la vida silvestre se traduce en ambientes heterogéneos que nos inspiran, educan y entretienen. Cada generación humana ha tenido, hasta ahora, motivos permanentes de asombro, reverencia y respeto gracias a los millones de seres vivos que acompañan su tránsito existencial. 

Nadie quiere que el ser humano sea la única especie en la Tierra. Nadie quiere que sus hijos o sus nietos crezcan en un mundo donde los animales queden relegados a un libro de fotografías o al museo de ciencias naturales porque ya dejaron de existir. El valor cultural que tiene vivir en un planeta biodiverso es intangible. Estamos a tiempo de actuar. Podemos frenar y cambiar de rumbo respondiendo de manera positiva ante los hallazgos del Informe Planeta Vivo 2014. Esto podría marcar el inicio de una relación más amigable entre los seres humanos y el resto de la naturaleza.