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Los dolores invisibles de las víctimas en Colombia

Más de 50 años de conflicto han dejado muchas heridas físicas, externas y visibles, que un tratamiento médico sana. Sin embargo, habría que preguntarse qué sucede con aquellas que no se ven, incluso por quienes las padecen.

Sostenibilidad.Semana.com
11 de abril de 2017

Transcurrido más de medio siglo de guerra en Colombia, el saldo social es alarmante y la violencia no cesa sino que se adapta. Millones de personas desplazadas de sus hogares y tierras, decenas de miles de desaparecidos y un número aún más grande de personas esperándolos, incalculable número de torturados y asesinados, incontables comunidades amenazadas y gente extorsionada, numerosas y crueles masacres, incierta cantidad de niños, jóvenes y adultos reclutados forzosamente o “invitados” a un estilo de vida criminal debido a la falta de alternativas para desarrollarse.

Estas aberraciones a la vida y a los derechos humanos más básicos son el resultado de diversas motivaciones, en algunos casos ideológicas, en otros, por convicciones políticas y sociales, pero indudablemente, en su mayoría se deben a puros intereses económicos. Los responsables han sido múltiples y variados: grupos guerrilleros, paramilitares, fuerzas de seguridad del Estado (e incluso invitados extranjeros) y ahora los llamados grupos criminales posdesmovilización.

La violencia ha ido mutando a lo largo de décadas pero está lejos de desaparecer. Desde enfrentamientos directos, bombardeos, atentados y masacres, hasta la intensificación de las amenazas y extorsiones, hostigamientos, restricciones de la movilidad y asesinatos selectivos a líderes sociales y referentes comunitarios.

Sin embargo, hay algo que no cambia con las dinámicas del contexto del conflicto, ya sea armado o bajo otras expresiones de violencia: la producción constante de víctimas. ¿Cómo ha afectado la violencia a la sociedad civil en su conjunto? ¿A aquellos que no eligieron formar parte de estas situaciones pero que no tuvieron opción? ¿No se han roto los tejidos sociales tradicionales? ¿Acaso no se han separado familias enteras para nunca reencontrarse? ¿Cómo las personas deben lidiarla en sus actividades diarias y sus relaciones sociales?

Existen diversos tipos de víctimas frente a estas situaciones crónicas y cambiantes de violencia, tanto en las mismas zonas de conflicto como en las concentraciones urbanas. Familias han dejado atrás sus tierras, sus vidas y sus historias para enfrentar la indiferencia y el desprecio en las grandes ciudades. Las desapariciones, torturas, asesinatos y violencias sexuales dejan marcas imborrables en miles de hogares, esos que posteriormente se encuentran de frente con una enorme falta de comprensión, empatía y solidaridad. Al final, posiblemente terminan revictimizados.

Hay muchas heridas físicas, externas y visibles, que un simple tratamiento médico o una sencilla sutura sanan. Sin embargo, ¿qué sucede con aquellas que no se ven?

Al analizar las escenas reales en la cruda actualidad colombiana, solo queda una gran certeza: la atención en salud mental es una necesidad tan evidente como innegable. Y es que no es cierto que el tiempo cure todas las heridas. Hoy más que nunca se hace imperativa la inclusión y priorización de la salud mental en el modelo de Atención Primaria de la Salud. Pero esta inclusión debe venir acompañada de la asignación de recursos humanos y técnicos para responder a los pacientes con afectaciones psiquiátricas.

A lo largo de 2016, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha atendido en el país a más de 6.000 pacientes en más de 11.000 consultas individuales en salud mental y ha beneficiado a cerca de 40.000 personas en actividades psicosociales. En el 85% de los casos, los factores causantes de las consultas han sido la violencia y la separación o pérdidas. Los más afectados son los testigos directos de la violencia, el desplazamiento forzado y las amenazas, así como los familiares de las personas asesinadas o desaparecidas. Entre los primeros diagnósticos se encuentran la depresión, el trastorno adaptativo y el estrés postraumático. Es el momento de entender que las enfermedades de la mente también merecen toda nuestra atención.