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No hay mal que dure cien años

Meditando más allá de la preocupación de cómo mantenernos alejados del contagio de la covid 19, empezamos a vislumbrar múltiples afectaciones a las economías y la estructuración social en todos los niveles; afectaciones no previstas, pero que ahora debemos asumir como parte de la realidad.

Angélica Raigoso Rubio
22 de abril de 2020

En la medida en que los días de cuarentena avanzan nos hemos visto forzados a entender el concepto de la "colateralidad", efecto que no se ve en primera instancia pero que llega en carambola o como consecuencia no prevista de alguna acción.

Meditando más allá de la preocupación de cómo mantenernos alejados del contagio, empezamos a vislumbrar múltiples afectaciones a las economías y la estructuración social en todos los niveles; afectaciones no previstas, pero que ahora son parte de nuestra realidad. A la fecha, no tenemos una idea clara sobre el mundo que nos tocará cuando esto pase, entre otras porque nadie sabe cuánto dura una pandemia.

Recientemente, se empezaron a producir modelos del comportamiento de la covid 19, construidos sobre la base de las enfermedades más parecidas que conocemos, las gripas comunes, las influenzas y los episodios del SARS y MERS. Como en todo modelo, lo máximo que podemos prever son escenarios potenciales que dependen de variables cuyo comportamiento no conocemos bien.

Algunas de las variables que se han considerado para construir estas predicciones son: el tiempo de cuarentena, el aislamiento social, la capacidad de contagio y el nivel de aprendizaje de nuestro sistema de defensa inmune incluyendo la exposición a gripas previamente adquiridas.

Todos estos modelos tienen como premisa ayudarnos a entender qué capacidad de respuesta necesitaremos en nuestros hospitales para atender los casos más severos. Los modelos más optimistas, en los que asumimos que el aislamiento y la cuarentena disminuirán el número de casos iniciales (que se aplane la curva) y que nuestro sistema inmune aprenda rápido, pronostican que el problema se extenderá al menos un año. En el otro extremo, en escenarios en los que las cuarentenas son cortas (menos de tres meses) y el aislamiento social es irrespetado, se plantean picos de afectación estacional que disminuirán gradualmente en un plazo de al menos cinco años.

Frente a estos potenciales escenarios nos cabe también pensar cómo vamos a enfrentar un mundo donde sabemos que las pandemias son una realidad muy probable. La primera línea de defensa la rompimos nosotros mismos al no preocuparnos con suficiencia sobre el equilibrio de la naturaleza y el efecto controlador que cumple cada especie en los ecosistemas.

La cantidad y distribución espacial de agentes infecciosos (virus y parásitos) se encuentra regulada en los sistemas no disturbados por el hombre; virus y parásitos están confinados de manera segura en especies silvestres, cuyo sistema inmune ha aprendido a convivir con ellos en un proceso de millones de años, manteniéndolos en niveles imperceptibles y previniendo que eventualmente salten a nosotros en un fenómeno conocido como dilución.

Si los ciclos se rompen, es de esperar un desequilibro y una pérdida de la regulación, como si se abriera la caja de pandora trayendo situaciones difíciles de manejo muy costoso, tal como lo estamos viviendo. Tal vez no tengamos un plan para reactivar la economía y la vida social evitando futuros contagios, pero una cosa sí es muy clara, no podemos construir soluciones en una sociedad pospandemia, si la toma de decisiones no considera como prioridad lo ambiental en todos los niveles.

Al menos la lección de que "cada acción desencadena una reacción", muchas veces impredecible, como, por ejemplo: destruir la naturaleza y la aparición de enfermedades que no sabemos manejar nos debería haber quedado muy clara.