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No mezclar árboles con corazones

El mundo se está confabulando. En mi contra, por supuesto.

13 de marzo de 2014

Estoy buscando a uno de mis ex compañeros de universidad porque recibí un mensaje vía Facebook donde me decía

-    Victoria querida ¿Qué ha pasado????-

Suficientes signos de interrogación como para alarmarme.

-    Volví a Bogotá y estoy montando un negocio que sé que le puede interesar ¿nos vemos y de paso nos tomamos el café que me quedó debiendo hace un par de años? ¿qué dice?-

Nunca es tarde, pienso. Menos después de que recorrí por más de una hora tus fotos de perfil y me di cuenta de que por fin te pusiste en forma, te dejaste crecer la barba y entre tus tags solo hay señales de relaciones pasajeras.

Me aguanté una charla de dos horas, la promesa eran “15 minuticos”, sobre el cambio climático y la necesidad de que todas las empresas implementen modelos de sostenibilidad  con carácter ¡URGENTE! (así, en altas, estaba escrito en todas las diapositivas), solo por desempolvar este posible romance, por necia. Por descubrir qué me deparaba este ex compañerito universitario que tenía una novia que nunca lo dejó sacarme a bailar un merengue.

Me puso la cita en el romántico auditorio de un hospital en el centro. Llegué un poco antes de lo acordado porque el tráfico estaba fluyendo y solo estaba a 12 cuadras de mi oficina. Voy a confesar que pensé irme caminando , era realmente cerca pero cuando me percaté de los 15 centímetros que sostenían mis pies me arrepentí. Además no podía llegar con un mínimo asomo de sudor en mis ropa.

Entré al salón y el panorama: desalentador. Ocho pelagatos, cualquiera más nerdo que el otro, callados y tímidos. Yo perfectamente vestida y despidiendo mi fino perfume como si no hubiera un mañana. Me excedí, lo sé. Mi amigo no se veía por ninguno de los rincones de la sala. Seis cero cero, hora del encuentro y una corriente de aire frío se coló en mi estómago. Juan Martín Montealegre, mi amigo, el gordito de la novia eterna y celosa, era el ponente. Pantalón claro, camisa azul cielo, chaqueta de jean, morral de portátil y la misma barba que vi en Facebook, pero arregladita, deliciosa… Este hombre me iba matando. Me buscó en el auditorio, se acercó rapidísimo, me dio un beso apresurado y empezó la charla. Para él yo era una más. Así lució en toda su intervención.

Juan Martín resultó ser el profesor de una maestría en Gestión y Desarrollo Sostenible y en esta ocasión estaba reclutando futuros estudiantes. ¿Será este el súper negocio del que me quería hablar? Porque si es así no puedo ser ni la secretaria de esta “lucrativa” empresa. Aunque pensandolo bien, su presentación deja mucho que desear. Cuanta falta le hace a estos ambientalistas una persona que les muestre el camino de la verdadera comunicación. Que les diga que en lugar de llenar diapositivas con letras y letras se puede insertar un video, una frase. Alguien que les diga, sin pena, que el logo de la maestría parece sacado de un escudo viejo de uniforme de escuela. Yo podría hacer eso, si Juan Martín me lo pidiera, claro.

No logré entender mayor cosa de todo lo que expuso. Él hablaba de cambio climatico y yo me lo imaginaba en pantaloneta, junto a la piscina, sudando…. En realidad, estaba pensando en todo menos en su discurso. Todo era igual, las diapositivas decían lo mismo. “El problema no está en la tecnología  sino en cómo transformar el pensamiento de la gente.  Hay que ajustar procesos, cambiar paradigmas y en vez de instalar nuevas maquinarias hay que reparar. La gerencia ambiental es una excelente herramienta para cualquier profesión”. Slowfood, negocios verdes, economía circular, todas estas palabras acompañadas de un fondo verde manzana y mi mente repitiéndome, ¿qué haces acá? ¿qué haces acá? ¿QUÉ HACES ACÁ?!!!

“Gracias por su tiempo y los esperamos con los brazos abiertos en la facultad”. Punto final a la charla ¡Por fin!

Hora de nuestro encuentro sin energías verdes de por medio.


Juan Martín Montealegre.