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Opinión versus decisión

En los vertiginosos espacios de la comunicación digital reina la opinión y queda poco espacio para nada más. Las opiniones ligeras responden al pasajero gusto de tener algo que decir; son una vanidosa tentación adictiva que sobresimplifica realidades complejas.

15 de abril de 2019

Hace poco una de mis amigas mejor leídas me presentó el libro de ensayos No hay tiempo que perder, de Ursula K. Le Guin, prolífica escritora de varios géneros. Después de cumplir 80 años, Le Guin se inspiró en Saramago para publicar un blog. El formato le permitió compartir, con gracia y erudición, reflexiones sobre envejecimiento, gatos, literatura, feminismo, educación, groserías y, en general, sobre lo que significa estar viva y lúcida a los ochenta y pico.

Entre muchos aciertos, Le Guin describe con claridad el equívoco entre la decisión y la opinión personal. Mi pobre intento de traducción resulta en algo así: “Una decisión que merezca su nombre se basa en observación, información factual y en juicios éticos e intelectuales. Una opinión –la consentida de la prensa, el político y la encuesta– puede construirse sin información alguna. En su peor manifestación, sin el control del juicio o la tradición moral la opinión puede reflejar nada más que ignorancia, envidia y miedo… La opinión deja poco espacio para nada más que sí misma”.

Sobra decir que en los vertiginosos espacios de la comunicación digital hoy reina la opinión y queda poco espacio para nada más. Las opiniones ligeras responden al pasajero gusto de tener algo que decir; son una vanidosa tentación adictiva que sobresimplifica realidades complejas.

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Tengo opiniones vanidosas sobre muchos de los temas que hoy atraviesan la agenda nacional. Opino que en este año electoral el espacio entre los extremos políticos se ha ido reduciendo peligrosamente y que la mayoría de los liderazgos son pobres y mezquinos. Estoy convencida de que la población urbana, en una mezcla de condescendencia y arrogancia, sigue cometiendo su peor error al creerse superior al resto del país. Sobre esas opiniones, sin embargo, no tengo la información ni el juicio suficientes para hacer propuestas serias y contundentes.

Me atrevo, ahí sí de manera informada y juiciosa, a decidir hacerle eco al llamado de quienes consideran urgente incrementar drásticamente el nivel de ambición de nuestras metas ambientales para este cuatrienio. La situación global le exige a Colombia, uno de los países más ricos en bosques y biodiversidad del mundo, tomar decisiones incómodas pero responsables.

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Entiendo la lógica de un Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible que duda en comprometerse: está desfinanciado y debe atender frentes tan diversos como la crisis de Hidroituango, la ciénaga de la Virgen y la deforestación. Para exigirle ambiciones, debemos también ofrecer recursos, decisiones y compromisos. Pero sin su claro liderazgo e inspiración estamos perdidos.

Propongo decidir colectivamente, con la observación, la información y el juicio que nos exigiría Le Guin; comprometernos a ver en la biodiversidad del país oportunidades para un futuro, cuando menos, viable. Ofrezco, como muchos, ponerme al servicio de esa causa.