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Las pedagogías del pesimismo

La pedagogía implícita en esta lectura de la crisis ambiental va mucho más allá del pesimismo, hace necesario buscar caminos alternos.

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22 de junio de 2015

Hace unas cuantas semanas, en vísperas de la celebración del día mundial de la biodiversidad, las redes sociales revivieron las sombrías declaraciones hechas en 2008 al periódico The Guardian por el científico británico James Lovelock. Según el investigador – proponente de la hipótesis Gaia  – es demasiado tarde para intentar “salvar al planeta” pues hemos cruzado umbrales sin retorno, especialmente en lo que se refiere al cambio climático. A manera de corolario de la entrevista en cuestión, se desprende que, hagamos lo que hagamos, ya no nos será posible retornar a un mundo con las condiciones climáticas que permitieron el florecimiento de la aventura humana que conocimos hasta ahora. 

Quizás porque este científico es considerado por muchas personas como una especie de profeta del cambio global, tanto The Guardian como quienes desempolvaron esta entrevista en las redes sociales, tomaron sus afirmaciones como una trompeta del apocalipsis. Y aunque esta especie de “apague y vámonos” está bien fundamentado en razón de la futilidad aparente de muchos de los esfuerzos actuales del sector ambiental, lo cierto es que no es el primer heraldo de los aciagos tiempos que se avizoran ni que la desesperanza absoluta es la reacción más aconsejable para enfrentarlos. (Vea: La humanidad en ‘zona de peligro’ según la Universidad de Estocolmo)

El comienzo del siglo XXI trajo consigo la admisión de la verdadera magnitud del impacto de nuestra especie sobre los ecosistemas, lo que a su vez desembocó en el reconocimiento de la necesidad de demarcar en el calendario geológico el advenimiento del Antropoceno, una era en la que los humanos nos convertimos en una fuerza de la naturaleza. Pero como esta clase de información circula primero en abstrusas publicaciones académicas y luego se filtra lentamente por los intersticios de los medios masivos, apenas ahora – 15 años después de que la idea fuera propuesta por el científico holandés Paul Crutzen, premio Nobel de Química – el gran público empieza a enterarse de ella y de lo que significa.

Después de todo, la evaluación de ecosistemas del milenio y los informes periódicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (entre muchas otras fuentes confiables) han presentado evidencia amplia y suficiente, año tras año, de los procesos de deterioro medioambiental que condujeron a Lovelock hacia sus pesimistas conclusiones. El hecho de que la humanidad no se haya dado por enterada a pesar de tal cúmulo de información, tal vez indica que no nos gusta aceptar las malas noticias cuando en ellas nos cabe algo de responsabilidad, o bien que todos necesitamos sufrir en carne propia los efectos de una realidad aplastante.

Pero aun asumiendo que la humanidad se apropie finalmente de esta ominosa situación, lo más preocupante de las declaraciones que motivan esta reflexión es su derrotismo. En el título de la entrevista de Lovelock, el periódico británico aconseja: “disfruta la vida mientras puedas, pues en 20 años el cambio climático tocará el ventilador…” El que sepamos que el deterioro ambiental de la Tierra ya cruzó puntos de no retorno no nos autoriza para continuar usando la base natural de recursos a una tasa muy superior a la de su renovación. Desde ningún punto de vista es ético ni permisible continuar la trayectoria de un supuesto desarrollo basado en la expoliación de los ecosistemas, el consumo desenfrenado y el irrespeto por los bienes de uso común.

Por una parte, no es ético mantener el estilo de vida impuesto por la sociedad de consumo del llamado primer mundo, sabiendo que para hacerlo es necesario agotar los bienes y servicios ambientales de países y regiones que han logrado vivir con un menor impacto sobre su entorno inmediato. Y por otra parte, tampoco es permisible continuar tamaño despilfarro si tenemos en cuenta que no solamente no proporciona la satisfacción prometida por ese falso desarrollo sino que además acentúa, día tras día, la gravedad de los problemas que ya estamos afrontando.

La pedagogía implícita en esta lectura de la crisis ambiental va mucho más allá del pesimismo, lo cual hace necesario buscar caminos alternos hacia un futuro menos sombrío. Si el Antropoceno nos puso frente a un planeta distinto al que conocimos hace apenas unas cuantas décadas, tenemos la responsabilidad que otorgan los errores del pasado de aprender a vivir en él sin poner en peligro su existencia futura. Y si su advenimiento sugiere que los ambientalistas y los conservacionistas estamos perdiendo la batalla, nuestra labor adquiere entonces profundas dimensiones estéticas pues nunca hubo una lucha más hermosa que esta para romper en ella todas nuestras lanzas.