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Van der Hammen: personalización y falsas premisas

Dado el nivel de personalización de la discusión, muchas de las premisas del debate sobre la Reserva Van Der Hammen son falsas. Ni la reserva es un potrero, ni es un templo intocable.

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19 de febrero de 2016

Hoy en día, y más aún en medio del fenómeno de El Niño, el tema ambiental despierta pasiones profundas. Esas pasiones han dado tenor al debate respecto al futuro de la Reserva Thomas Van der Hammen. Para empezar, el Alcalde Enrique Peñalosa empezó su mandato con el anuncio categórico de su plan de urbanizar dichos terrenos. Al parecer, la imposibilidad de incluir los suelos de la Reserva en la urbanización de la capital era una espinita que se le había quedado clavada, irresuelta, desde su primera administración.

Para los ambientalistas de vieja data el anuncio fue una declaración de guerra. La discusión sobre la reserva durante Peñalosa I fue larga y tortuosa y tuvo que terminar con una decisión del Consejo de Estado. Lo paradójico es que actualmente muchos de los principales voceros del movimiento ambiental son los mismos  que en ese entonces. Lo que esto dice sobre el relevo generacional en este campo merece otra discusión. En todo caso, resulta prácticamente imposible que el debate no se torne cada vez más personal. (Vea: El cara a cara entre Peñalosa y los ambientalistas por la Van der Hammen)

A Peñalosa los ambientalistas le están cobrando no haber nombrado uno de los propios en el gabinete. En un equipo de gobierno en los que las cabezas de cada Secretaría son considerados expertos (en la práctica o en la academia). El tema ambiental quedó en manos de Francisco Cruz, quien a pesar de tener una larga trayectoria en las burocracias ambientales, no se caracterizado por ser un líder de opinión o por su activismo. Además, ha estado particularmente silencioso en el marco del debate y no ha querido hablar directamente con los medios de nada, mucho menos de la Reserva. En una rosca relativamente pequeña, los ‘verdes’ de convicción no consideran a Cruz uno de los suyos.

Siendo así de personal, el debate no tenía más que caricaturizarse. Por un lado, la terquedad de Peñalosa en urbanizar la reserva lo hace parecer irracional. Por otra, la renuencia de los ambientalistas a siquiera considerar que se puede reducir el área de la reserva los deja en una posición poco pragmática. Ambos padecen de una falta de deseos de dialogo, de ponerse en los zapatos del otro. En consecuencia, no hay diálogo sino debate, siendo el debate un espacio donde el propósito de los argumentos es únicamente convencer y nunca conciliar.

Es cierto, como lo dijo Peñalosa en la Universidad de Los Andes, que el cambio climático es un tema prioritario. Aunque no lo ha mencionado de manera igualmente explícita, también es cierto que la calidad del aire se ha convertido es un tema cada vez más urgente en la agenda ambiental de la ciudad. Desde que David Luna salía en los noventa a colgar sabanas en las intersecciones, el tema no ha tenido un vocero de importancia, pero lo cierto es que los datos de calidad del aire, particularmente en el marco de esta sequía y verano, son paralizantes. (Vea: Los interrogantes ambientales del nuevo gobierno de Peñalosa)

La administración de Peñalosa está entre la espada y la pared con la calidad del aire: si salen a presentar la evidencia de que este ítem es motivo de emergencia, tendría que presentar un plan robusto para evitar el problema. Habría que agregarle a las ciclorrutas y a Ciudad Paz una agenda de calidad de combustibles, probablemente medidas como catalizadores y, prioritariamente, una inversión considerable en la red de calidad del aire de la ciudad. (Vea: Ciudades colombianas se rajan en calidad ambiental)

Otro tema que Peñalosa reitera con frecuencia es el de la calidad de vida de los bogotanos que se ven obligados a atravesar la ciudad de ida y regreso del trabajo todos los días. Como bien lo indica el polvorín en el que se ha convertido Transmilenio, la tortura de pasar dos y tres horas al día en el terrible sistema de transporte público de esta ciudad es lo más insostenible de todo.

Si logramos tener vivienda de interés social y prioritario más cerca de las principales actividades económicas esta va a ser una mejor ciudad para todos. Hay muchas maneras de atacar ese problema: mejorar el sistema de transporte público, construir un metro con esa prioridad, densificar el centro ampliado, hacer otros proyectos de vivienda y otras soluciones que expertos como Fernando Virbiescas han mencionado durante estos días de calientes discusiones.

Vale la pena recordar algunos otros puntos importantes para que la discusión tenga como verdadero objeto una mejor ciudad:

En los dieciséis años que han transcurrido desde Peñalosa intentó por vez primera urbanizar la reserva, poco se ha hecho por restaurar el ecosistema. ¿Qué nos hace pensar que esto podría ser diferente en un futuro? En la discusión, ¿quién está hablando con seriedad de la proveniencia de los recursos necesarios para la restauración y conservación de la Reserva?

El concepto de conectividad es la clave de la prioridad de este espacio urbano, ¿cuáles son los mínimos necesarios para garantizar la conectividad y la salud de los ecosistemas? No he revisado las decenas de estudios sobre el tema (como tampoco parecen haberlo hecho en la Administración de la ciudad), pero en alguna parte debe haber una propuesta que esté más acorde con las necesidades de crecimiento de nuestra urbe.

¿Qué institucionalidad es la que va a hacer valer los acuerdos o prioridades que se definan para la reserva? Los predios tienen dueños, habitantes, personas que dependen de su delimitación y normatividad para vivir. La CAR es débil en el territorio, muchos de los habitantes de la Sabana la consideran una enemiga y no una aliada en la protección de los recursos naturales. La Secretaría de Ambiente no tiene dientes y poco será lo que pueda hacer.

Se habla de la necesidad de controlar el crecimiento poblacional de la ciudad para evitar este tipo de problemas. ¿cómo es que se planea hacer ese control? Afortunadamente, no tenemos regulación para controlar el movimiento de las personas de nuestro país. Hasta que las ciudades pequeñas y medianas no ofrezcan más y mejores trabajos, el crecimiento de Bogotá es una realidad innegable.

Así, como en todo, la discusión sobre la Reserva se pinta de tonalidades de gris para las cuales convendría tener menos posición y más interés. Al final, el interés de todas las partes es una ciudad con mejor calidad de vida y sostenible durante cientos de años. Los servicios que ofrece la conectividad de los ecosistemas prioritarios de la Sabana es una forma de garantizar esa sostenibilidad. Para lograrlo, hay que dejar a un lado la idea de que la reserva es un potrero, pero también la falsa premisa de que es un templo intocable.