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Retos en la lucha contra el hambre

La lucha contra el hambre es un problema que presenta desafíos enormes sobre la creciente población. Hoy somos 7.300 millones de personas en el planeta y para el 2050 habrá alrededor de 2.000 millones adicionales.

Mauricio Botero Caicedo, Mauricio Botero Caicedo
10 de noviembre de 2015

En los últimos meses del 2015 se ha resaltado ampliamente de la seguridad alimentaria alrededor del mundo. Desde la celebración del Día Mundial de la Alimentación, el pasado 16 de octubre, varios fueron los eventos, conferencias y publicaciones que han abordado ampliamente el tema. Asimismo con el vencimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y a pesar de que no se cumplió con el objetivo de la alimentación. Se destaca el haber sacado a millones de personas de la pobreza, un tema estrechamente atado a la alimentación. Incluso la Expo Mundial de 2015 en Milán, que terminó la semana pasada, tenía como tema “Alimentar el planeta, energía para la vida” y contó con la participación de varios países y organismos que hacen a diario contribuciones innumerables y novedosas a la alimentación mundial.

Allí las Naciones Unidas recalcó que su programa “El reto del hambre cero” se compromete a erradicar el hambre durante nuestras vidas mediante el apoyo a pequeños agricultores y a mujeres, con el fin de incrementar la productividad alimenticia de forma sostenible y proveer el acceso a alimentos nutritivos para todas las personas en todo momento.

Sin embargo, esta no es una tarea fácil. La lucha contra el hambre es un problema que presenta desafíos enormes sobre la creciente población. Hoy somos 7.300 millones de personas en el planeta y para el 2050 habrá alrededor de 2.000 millones adicionales. Lo preocupante es que actualmente 925 millones de personas sufren de hambre, dentro de las cuales la niñez queda con secuelas físicas y deficiencias cognitivas a causa de la falta de alimentación. (Vea: El crecimiento de la población mundial desde el año cero)

El gran reto en la alimentación mundial es aumentar la comida con el limitante que las tierras productivas ya están en uso. Además, mucha de la tierra que hoy consideramos productiva sufre de erosión y de problemas de conservación. El Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) estima que hasta el 40% de la tierra sufre algún grado de deterioro, el primer paso hacia la desertificación. (Vea: Las tierras fértiles son cada vez más escasas)

A esto se suma que el éxito de la ‘Revolución verde’ de la segunda mitad del siglo XX ha llegado a su pico. Durante la última década los principales granos han frenado su crecimiento y a pesar del uso generalizado de fertilizantes, el desarrollo de variedades de granos de alto rendimiento y los avances en sistemas de irrigación, no es claro cuál sería el siguiente paso para incrementar la producción.

También, otra dimensión del problema de la seguridad alimentaria son los países del mundo desarrollado, que a pesar de haber frenado su crecimiento poblacional y de ofrecer estabilidad alimentaria, tienen hábitos alimentarios que también imponen un costo alto para el planeta y para sus demás habitantes. El incremento en el consumo de la proteína animal, normalmente por razones socio-económicas, pone a prueba los límites de los recursos de la tierra ya que requiere de insumos significativos en cuestión de tierra y agua. Al destinar estos insumos hacia el cultivo de alimentos para el ganado o las aves, se impide cultivar granos directamente para alimentar a la población.

En la actualidad vivimos en un ambiente de inseguridad alimentaria, asustados con la volatilidad en el precio de los granos y la posibilidad de pasar hambrunas. Por esto varios países como China, Corea del Sur y Arabia Saudita se han apresurado en hacer adquisiciones y alquileres de tierras a plazo largo en Etiopía, Sudán del Sur e Indonesia. Estas transacciones son motivadas por la expectativa de poder alimentar a sus pueblos si la oferta de los países exportadores se reduce drástica o repentinamente, como ya sucedió en el 2008.

Estos acuerdos de compra y alquiler incluyen por definición derechos al agua, ahondando el problema. Y a menudo la tierra adquirida se encuentra en países que en sí tienen dificultades alimentando a sus pueblos. Además, estos negocios se desarrollan en un ambiente de poca transparencia y traen riesgos sociales y políticos que pueden conducir a la especulación del precio de la tierra y de los alimentos, encareciendo así el acceso a ellos y por ende, incrementando el hambre.

El problema del agua puede tener dimensiones catastróficas y se va a agudizar a futuro con el cambio climático. Los glaciares que alimentan los ríos se están reduciendo y el nivel freático de los acuíferos está disminuyendo; ambos fenómenos son observados y medidos. De ahí la importancia de aplicar sistemas de irrigación altamente eficientes.

En cuanto al agua subterránea, el uso insostenible de fuentes recargables y de fuentes finitas como los acuíferos fósiles, destinados para la irrigación, han sostenido la seguridad alimentaria de forma artificial e insostenible en un fenómeno que los analistas llaman una burbuja alimentaria.

Ban Ki Moon, el Secretario General de la ONU, ha dicho que "el hambre, más que una carencia de comida es una injusticia terrible", mientras que el Papa Francisco ha expresado que el hambre es la manifestación más patente de la desigualdad.

La lucha contra el hambre tiene que ser nuestra prioridad absoluta. El crecimiento generado por la agricultura puede ser hasta cuatro veces más eficaz en reducir la pobreza que aquel proveniente de otros sectores. Es un imperativo seguir el llamado de los organismos multinacionales y los programas de las agencias nacionales para que logremos durante nuestras vidas erradicar de forma definitiva y permanente el flagelo del hambre.