©Luis Alejandro Hernandez/Conservación Internacional. | Foto: ©Luis Alejandro Hernandez/Conservación Internacional

REFORESTACIÓN

‘Fábricas’ de árboles para devolver la vida al piedemonte andino amazónico

Cerca de mil hectáreas intervenidas y 423.935 árboles sembrados; bosques recuperados y huertas agroforestales traen bienestar y sustento al Putumayo. Son resultado de la alianza entre ONG, entidades privadas y públicas, y comunidades locales.

28 de septiembre de 2020

Fermín Rodríguez Duque, viverista líder de la Alianza Naturamazonas, sale de su casa, en Mocoa, a las seis de la mañana. En su cabeza tiene una sola misión: “coordinar y apoyar la producción de material vegetal de buena calidad para restaurar el piedemonte andino amazónico”. Creció rodeado de bosques y ahora vive de recuperarlos.

Llega a su destino a las siete de la mañana. Dependiendo del día y la cantidad de trabajo que haya, se dirige a alguno de los cuatro viveros —Costayaco, Sachawasi, Guayuyaco y el Centro Experimental Amazónico— de la red de estaciones forestales de Naturamazonas en Cauca y Putumayo.

La iniciativa es parte de una alianza creada en 2017, por Conservación Internacional Colombia y Gran Tierra Energy, para enfrentar la crisis ambiental derivada de la deforestación de los ecosistemas andino-amazónicos en Colombia. Para julio de este año, el programa había sembrado 423.935 árboles e intervenido 1.089 hectáreas.

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En el papel, las cifras parecen enormes, pero para Fermín y los demás implicados en el proyecto son la punta de un iceberg que apenas comienza a flotar: la labor que adelantan se ha convertido en un motivo de aliento para las comunidades en las que hacen presencia. “Representa trabajo e ingresos, y están volviendo a ver plantas que estaban desapareciendo”, explica Rodríguez.

La red cultiva y prepara por lo menos 75 especies vegetales. Algunas protectoras, como el chiparo, el nacedero, la guadua y el carbonero. Otras maderables como el amarillo, el achapo, el cedro y el barbasco. Y otras frutales como el madroño, el copoazu, el arazá o el cacao. Cuando llegan a cierto nivel de madurez y cumplen con un buen registro fitosanitario, salen de los viveros y son entregadas a la comunidad a través de diferentes programas.

Jackeline Arcos, coordinadora de la estación Sachawasi, habla del proyecto de paisajes sostenibles: “Hacemos arreglos agroforestales con las comunidades, ellos ponen una hectárea de su tierra y allí sembramos especies que les produzcan alimentos e ingresos”. Usualmente es cacao, acompañado de árboles maderables que le hagan sombra, pero también trabajan con palmito, azai, plátano, caña y en la cría de abejas sin aguijón.

La idea, agrega la ingeniera agroindustrial, es que los nuevos frutos crezcan sobre áreas que hayan albergado cultivos ilícitos, pasturas improductivas, rastrojos menores de un año u otras siembras que necesiten renovarse. Así se le ha devuelto la vida a 621 hectáreas de tierra.

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No se trata solo de entregarles las plántulas para que siembren: “Hay acompañamiento técnico, asistencia, fertilización y lecciones ambientales”, dice Jackeline. “Afortunadamente, la comunidad aprendió a nutrir los suelos y sabe que no tiene que expandir la frontera agrícola para ser productiva. También es cada vez más consciente de los efectos del mal aprovechamiento de los bosques”, agrega. En ese esfuerzo, se han capacitado 1.062 usuarios.

Por su parte, Juan Pablo López, biólogo y administrador de la Estación Guayuyaco, habla de las jornadas de reforestación. Estas se llevan a cabo en diez Núcleos de Reconciliación con la Naturaleza, definidos por Naturamazonas teniendo en cuenta variables ambientales y sociales, oportunidades y necesidades. Para llevar a cabo estas jornadas, explica, se inician procesos comunitarios con los propietarios y se definen los predios a restaurar.

“Hacemos visitas técnicas para identificar el terreno, adecuarlo y preparar el número y tipo de especies a sembrar. Luego hacemos la programación con los usuarios, un ámbito en el que son fundamentales muchas instituciones locales: juntas de acción comunal, beneficiarios, diócesis, Ejercito y alcaldías, por ejemplo”. Así han restaurado 468 hectáreas.

Esa reforestación, y la sola presencia de la red de estaciones, se ha traducido en otros beneficios. De acuerdo con Diego Perez-Claramunt, vicepresidente de HSE y Responsabilidad Social Corporativa de Gran Tierra, el Centro Forestal Costayaco —construido en 2010— se transformó también en un corredor de vida silvestre entre dos áreas antes separadas por la deforestación.

“Esto ha resultado en la liberación y reaparición de muchas especies de aves, el avistamiento de gatos y cerdos salvajes e incluso en el nacimiento de un tigrillo. También se ha convertido en un escenario para investigar la biodiversidad en las cuencas media y baja del río Mocoa. En alianza con la Andi hemos categorizado 145 especies de mariposas diurnas, por ejemplo”.

Todos coinciden en que nada de esto habría sido posible sin la colaboración de la gente. “Es difícil ganarse la confianza de las comunidades, ya que hay una percepción de inconformismo, abandono y olvido”, comenta López. La solución, concuerdan, ha sido invitarlos a trabajar en los viveros: construyendo, sembrando y cuidando con transparencia se ha demostrado que es viable proteger la biodiversidad y simultáneamente ser productivo.

Esto ha ayudado a cambiar el relacionamiento de las comunidades con su entorno. “Al principio nos dábamos cuenta de que venían por el salario. Hoy saben para qué están haciendo esto, proponen mejoras constantes y hasta traen semillas de sus predios porque las quieren propagar, nos piden ayuda si la necesitan”, agrega Arcos.

Fermín regresa a su casa a eso de las seis de la tarde. Está tranquilo, orgulloso. “Estoy transmitiéndole a mi comunidad el conocimiento que he adquirido durante toda una vida de trabajo arduo. Estoy dejando una huella para el medioambiente”, dice… Tiene una hija de ocho meses, Abigail, que va a disfrutar de los árboles que él está plantando.