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La Colonia Agrícola de Acacías: ¿la cárcel de la paz?

La Colonía Agrícola de Acacías es una prisión en forma de finca que tiene los índices de reincidencia más bajos del país. Este sería uno de los modelos que permitirían destrabar el proceso de paz con las Farc.

13 de octubre de 2016

Siete días después de la victoria del No en el plebiscito, el senador Álvaro Uribe presentó sus propuestas para “corregir” los acuerdos alcanzados en la Habana entre el gobierno y las Farc. Una de las más importantes, porque su discusión con la guerrilla se augura complicada, es que haya pena privativa de la libertad de entre cinco y ocho años para los responsables de delitos atroces, “no obstante que sea en sitios alternativos como granjas agrícolas”, dijo Uribe a través de un video.

En Colombia existe solo un lugar de este tipo. Está ubicado en el municipio de Acacías (Meta) y en algunas ocasiones ha sido destacado por el Ministerio de Justicia como una cárcel ejemplar. La razón es que ostenta el menor índice de hacinamiento, tiene la tasa de reincidencia más baja entre los 137 establecimientos penitenciarios del país y les ofrece a los internos la posibilidad de trabajar al aire libre en 13 proyectos productivos diferentes.

El área administrativa de la Colonia Agrícola de Acacías es una serie de construcciones blancas de una sola planta alrededor de una especie de plaza en cuyo centro hay una placa en homenaje al exministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla. Al lado hay un pequeño monumento con una pica y una pala dibujadas en relieve. Ambas cosas están en evidente deterioro. En una de las edificaciones está la oficina del director, Daniel Ortiz, un hombre curtido en la dirección de establecimientos penitenciarios que desde 2012 está cumpliendo su segundo periodo al frente de la Colonia.

Según los datos del director, la Colonia Agrícola de Acacías ocupa 4.771 hectáreas, de las cuales 400 se utilizan para alojar a 1.230 internos en siete campamentos que tienen sus respectivos edificios con celdas y espacios al aire libre para los proyectos productivos. Todo lo demás es una reserva hídrica y forestal. Ortiz dice que gracias a la inmensidad de la cárcel y a que está rodeada por un bosque espeso, no se ha registrado ni una sola fuga en los últimos 15 años. “Ha habido intentos, pero siempre terminan volviendo cuando se dan cuenta de que es imposible salir y los empieza a acosar el hambre y la sed”, cuenta con sorna.

Todos los internos que están en la Colonia han sido condenados por delitos comunes como homicidios simples, lesiones personales, estafa, extorsión y tráfico de estupefacientes, entre otros. Y cerca de la mitad de ellos han estado presos en otras cárceles del país. Por eso, lo más llamativo de este lugar es que ha logrado los índices de reincidencia más bajos de todas las cárceles del país. Mientras que el Inpec calcula que nueve de cada 100 personas que salen de las prisiones convencionales vuelven a cometer delitos, en la Colonia esta cifra se reduce a dos de cada 100.

Para Ortiz, esto se debe a que si bien el tratamiento penitenciario es el mismo que se aplica en todas las prisiones del país, el hecho de que haya un bajo porcentaje de hacinamiento (20% mientras el nacional es de 55), sumado a la gran cantidad de opciones educativas y laborales que existen, permite que en la Colonia lo importante no sea solo el aspecto de seguridad sino que los internos adquieran elementos para aprender a vivir en libertad.

Alonso Tovar es un hombre de 55 años que está condenado a 70 meses de prisión por un delito sobre el que prefirió no hablar. En vez de eso, explicó cuál es la diferencia entre una cárcel ordinaria y la Colonia Agrícola, algo que conoce pues ya había estado en la Modelo años atrás y pagó los primeros diez meses de su actual condena en la Picota, los dos penales de máxima seguridad que tiene Bogotá:

“La diferencia es brutal. En las otras cárceles que estuve es muy complicado descontar tiempo porque con ese hacinamiento tan alto hay muy pocas posibilidades de estudiar o trabajar. Se la pasa uno en el patio estirando jeta y cogiendo mañas. En cambio acá desde que uno entra está descontando porque hay muchas opciones para ocupar el tiempo. Yo me inscribí al de manipulación de alimentos y también me metí de monitor para enseñarles dibujo técnico a los demás presos. Ahora trabajo como hornero en la panadería, ya me están dando permisos de salida por 72 horas cada mes y me faltan menos de 9 para quedar libre”.

El dragoniante Fabián Velásquez González es el administrador de la panadería en la que trabaja Tovar. Según él, en esta cárcel el trabajo es como un premio al que solo pueden acceder los internos que tienen un buen comportamiento. “El que insiste en creerse el más malo de todos no recibe este beneficio y puede quedarse toda la condena encerrado en los patios de la cárcel”.

La Colonia también tiene una zona donde cultivan peces para el consumo interno y para vender a algunos restaurantes de Acacías. Se trata de cuatro estanques de los que cada seis meses salen en promedio unas 10.000 mojarras y cachamas. Víctor Alfonso Urbina es uno de los cuatro presos que están encargados de sacar adelante este proyecto productivo. Él está purgando una pena de 160 meses de los cuales ya cumplió 129.

En los seis meses que lleva en la Colonia ha adquirido un gran dominio de todo lo que tiene que ver con la cría y el cuidado del pescado. Además parece sentirse satisfecho cuando cuenta lo que sabe al respecto, como si saber cuándo hay que limpiar el agua porque el PH está muy elevado o cómo matar los hongos que se comen vivos a los pescados le devolviera el orgullo y la dignidad que había perdido por andar sumergido en el mundo de la delincuencia.

“Acá uno sabe que está preso, pero se siente como en una finca. En cambio allá es el encierro total, es como si uno estuviera en un galpón de pollos en el que pueden pasar años sin que uno vea a nadie diferente a los otros presos y a los guardias. Allá le dejan ver a uno el sol apenas 90 minutos a la semana, acá es todo el día y antes toca usar sombrero para no quemarse mientras uno hace sus labores. Ese ambiente lo aplasta a uno mientras que este le permite abrir la mente.

“Esto no es un paraíso carcelario”

El patio donde duermen los internos de la Colonia está visiblemente deteriorado. Las paredes desconchadas y las rejas oxidadas muestran que allí se vive la misma crisis presupuestal que en las demás prisiones del país. El dragoniante Fabían González, supervisor del lugar, explica que como en todos los establecimientos carcelarios a cargo del Inpec, están trabajando con las uñas y hacen lo mejor que pueden.

En esta parte la Colonia se parece más a una cárcel convencional. Un patio con sus cuatro costados rodeados por construcciones de dos pisos divididas en celdas de 6 metros cuadrados. “Aquí también se presentan riñas y hay consumo de estupefacientes, pero no al mismo nivel de las demás prisiones del país”, dice como para poner las cosas en su verdadera dimensión.

No obstante, según González la Colonia es el único el único establecimiento penitenciario y carcelario del país en el que el tratamiento penitenciario se puede ejecutar exitosamente. “En todos se tiene contemplado que los presos se resocialicen a través del estudio y del trabajo. Eso no nos lo inventamos acá. La diferencia es que existen las condiciones de espacio, la infraestructura y la cantidad de personal necesario para hacer eso posible”.

Por ahora, las Farc no se han pronunciado sobre la propuesta de Uribe de confinarlos en lugares como estos durante algunos años. Lo único cierto es que, en caso de aceptar, tendrán que esperar a que se construyan. “Nosotros no tendríamos la capacidad de albergar a todos los guerrilleros en este sitio, pues incluso ya existe hacinamiento”, advierte Ortiz. Así las cosas, y a pesar de las aparentes “comodidades” que tendrían, la posibilidad de ver a los miembros de las Farc en prisión, así no sea en una convencional, sigue siendo una gran incógnita.