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Los vegetarianos no vamos a salvar el mundo

Los vegetarianos no vamos a salvar el mundo. Por más de que muchos de nosotros nos empeñemos en creer que somos portadores de un mensaje evangélico que nos convierte en seres superiores a los pecadores carnívoros.

Esteban Montaño / Periodista de @sossemana
2 de mayo de 2016

“Un cambio global hacia el vegetarianismo es vital para salvar al mundo del hambre, la escasez de combustibles y los peores efectos del cambio climático”. Eso dijo la ONU en un informe de 2010 sobre los impactos ambientales del consumo humano, pero yo, que ya completo cinco años siguiendo una dieta de ese estilo, desafortunadamente no tengo el mismo optimismo.

Los vegetarianos no vamos a salvar el mundo. Por más de que muchos de nosotros nos empeñemos en creer que somos portadores de un mensaje evangélico que nos convierte en seres superiores a los pecadores carnívoros; todo indica que el hecho de que dejemos de comernos a las vacas, los pollos, los cerdos y los pescados no va a torcer por sí mismo el rumbo de una historia que se ha construido sin el menor respeto por las especies que nos acompañan.

Por eso creo que existe un gran componente ético en la decisión de no consumir productos obtenidos por medio del sufrimiento animal. Pero no se trata de un problema entre buenos y malos, sino de cuál es la conducta más adecuada para el momento que estamos viviendo.

A estas alturas de la evolución, el ser humano no necesita consumir carne para vivir. Sin embargo, para saciar este capricho, que solo se puede explicar por un invencible gusto primitivo bien sazonado por la moderna industria publicitaria, existe un macabro sistema de producción que explota a los animales y destruye la tierra. Eso ni los amantes de la carne lo pueden negar.

Pero interiorizar esa realidad hasta el punto de dejar de comer las mercancías que produce ese sistema, por más admirable que pueda ser, no significa que uno se convierta en un héroe contra  la devastación del planeta. En primer lugar por una razón de estadística elemental. Aunque en Colombia no hay cifras que indiquen cuántos vegetarianos hay en el país, es evidente que somos una inmensa minoría con respecto a los que no perdonan un almuerzo sin su respectiva porción de cadáver animal.

Pero sobre todo porque, a menos de que uno cultive sus propios alimentos, la forma como se produce la comida con la que remplazamos la carne tampoco es algo de lo que nos podamos sentir orgullosos. A pesar de la abundancia que permite, el sistema alimentario mundial deja a millones de seres humanos hambrientos y los monocultivos con sus respectivos agrotóxicos son incompatibles con la conservación de la biodiversidad.

En ese punto tienen razón quienes se quejan de la falsa superioridad moral de los vegetarianos. Ahora bien, eso no puede dar paso al argumento cínico de que como ser vegetariano no cambia nada, es mejor seguir siendo cómplice del sufrimiento animal. Yo, por mi parte continuaré con mi dieta vegetariana. Aunque no esté salvando el mundo, al menos no tengo que vivir con la contradicción de decir que amo los perros y los gatos pero me como las vacas los cerdos y los pollos.