BIODIVERSIDAD

Las 10 especies más peculiares del bosque seco tropical colombiano

En uno de los ecosistemas del país donde menos llueve, los animales y las plantas desarrollan complejos mecanismos de adaptación a estas agrestes condiciones. Acá un listado con algunos de los habitantes más llamativos de estos lugares.

7 de diciembre de 2017

Existen algunas regiones de Colombia en las cuales no llueve durante varios meses al año. En muchas de ellas se encuentra el bosque seco tropical, donde tanto plantas como animales deben adaptarse a largos períodos de sequía. Ciertas especies de árboles dejan caer sus hojas para disminuir el consumo de agua y, por ejemplo, los monos cambian su comida habitual de frutos, por insectos y hojas.

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Al son de la lluvia tan esperada, vuelven los ríos, el bosque reverdece y se llena de flores y frutos, convirtiéndose en un gran festín para la fauna que habita este hermoso y amenazado ecosistema colombiano. La magia del bosque seco tropical está en sus contrastes y maravillas, precisamente, el Instituto Humboldt y Semana Sostenible destacan diez de ellas.

La más amenazada

El tití cabeciblanco es una especie de primate pequeño muy característico del bosque seco. Anda en grupos grandes y se destaca por una peculiar y abundante melena blanca, parecida a la de un león. Es endémico de Colombia e incluso es 100% costeño pues solo está presente en Atlántico, Bolívar, Sucre, Córdoba y en el Urabá antioqueño.

Se considera como especie en peligro crítico de extinción, y estuvo por varios años en la lista de los 25 primates más amenazados del mundo. El tráfico ilegal fue durante un largo período su principal amenaza, la cual disminuyó considerablemente gracias al trabajo de la Fundación Proyecto Tití, que ahora desarrolla programas para disminuir la presión sobre los recursos del bosque y así conservar el hábitat de este primate.

En la actualidad, la dramática reducción de cobertura del bosque seco es su mayor amenaza. Sin la imponente ceiba, especie favorita para dormir, y donde también están los frutos e insectos que lo alimentan, el tití cabeciblanco corre el peligro de desaparecer para siempre.

Foto: Roy González.

La más extraordinaria

El famoso macondo del Caribe (Cavanillesia platanifolia) es un árbol extraordinario al desafiar las leyes de la física siendo uno de los árboles más grandes del bosque seco de Colombia a pesar de tener una madera tan liviana como la del balso. Esta especie goza de unas increíbles adaptaciones a la sequía, pues pierde su follaje al percatarse de que hay poca agua en el suelo hasta quedar desprovisto de hojas en el punto máximo de la sequía. De esta manera evita la pérdida de agua y sobrevive durante los recurrentes y extensos períodos secos que este ecosistema experimenta cada año.

Cuando fructifica, forma unos espesos colchones de frutos secos en el suelo que se convierten de repente, al germinar las semillas, en una extensa alfombra de plántulas.

Nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, atraído por la sonoridad de la palabra Macondo, decidió bautizar así el lugar en donde transcurre una de las historias más asombrosas de la literatura mundial, Cien años de soledad. En el desarrollo de la historia, Macondo es el escenario de la vida de José Aureliano Buendía y de toda su descendencia. “Macondo era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto (…)”

Foto: Roy González.

La mejor bailarina

El saltarín lanceolado (Chiroxiphia lanceolata) es un ave tan pequeña como majestuosa. Los machos tienen una corta cresta roja que contrasta con una brillante espalda azul cielo, mientras el resto de su cuerpo es negro y sus patas anaranjadas.

Aunque la hembra es menos espectacular, ambos sexos tienen en la cola dos o tres largas plumas en forma de lanza que dan origen al nombre. El comportamiento de cortejo en esta especie es muy original pues, y como otras especies de la familia de los saltarines (Pipridae), los machos se reúnen a desplegar su belleza a través de cantos y bailes para atraer a la hembra. La pista de baile consiste en unas ramas de arbustos o enredaderas, a no más de 50 centímetros del suelo.

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Los integrantes del baile limpian la pista de manera constante, quitando hojas y ramitas a escondidas de la hembra, de manera que ella solo presencie el magnífico baile. El aporte a la reproducción de los machos se reduce a “enamorar” a las hembras, pues luego todo el cuidado parental recae en ellas.

Esta especie está distribuida en los ecosistemas de bosques secos tropicales de Costa Rica, Panamá, Colombia y Venezuela. En nuestro país, la encontramos en las regiones del Caribe y el valle del alto Magdalena.

Foto: Felipe Villegas.

La más ruidosa 

La guacharaca caribeña (Ortalis garrula) acompaña los amaneceres y atardeceres de los paisajes del bosque seco tropical con su característico canto. Esta ave le hace honor a su nombre científico, garrula, que viene de parloteo. Cuando se reúnen varias guacharacas en las copas de los árboles, el parloteo se escucha a cientos de metros de distancia.

El plumaje de su espalda y las alas son de color castaño, el vientre es blanco y el pecho oliváceo, por lo que a veces pasa desapercibida. Aunque es pariente de las gallinas y puede alcanzar un tamaño considerable, la guacharaca es arborícola y por eso se mueve y alimenta con gran habilidad en las ramas de los árboles. Esta especie endémica de Colombia habita en la región Caribe, el valle del río Cauca y del río Magdalena.

Su estado de conservación no es de gran preocupación, pero es importante reducir la presión de cacería ya que su carne es muy apetecida por las comunidades locales.

Foto: Rodrigo Gaviria.

La más escondida 

Trichilia oligofoliolata, o coya colorado como se le conoce en los bosques secos del Tolima, pertenece a la familia de los cedros y caobas. La historia de su descubrimiento es muy peculiar: cuando fue observada por vez primera en uno de los relictos de bosque seco con mejor estado de conservación en Colombia, ni los mejores botánicos descubrieron su verdadera identidad científica.

De inmediato, llamó la atención de los expedicionarios por sus flores en extremo parecidas a las de otras especies del género Trichilia, lo que llevó a pensar que esta nueva especie podría pertenecer a ese género. Sin embargo, las hojas resultaron distintas en su totalidad, causando desconcierto entre los taxónomos. Después de tres años de haberla descubierto, en 1998 los expertos la nombraron por consenso como Trichilia oligofoliolata.

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Los registros de esta especie se limitan al municipio de Armero Guayabal, convirtiéndola en una planta 100% tolimense. En los bosques secos del país solo se conoce otra especie similar, Trichilia acuminata, localizada en la región Caribe. Sin embargo, el experto mundial de este grupo, Terence Pennington, sugiere que ambas especies son la misma. ¿Será que hoy en día el coya colorado sigue escondiendo su identidad científica?

Foto: Roy González

La más utilizada

En diferentes zonas del bosque seco en Colombia hay una palma que sobresale en los potreros y se oculta entre los árboles cuando hay bosque: la Attalea butyracea. Aunque en la mayoría del territorio de bosques seco en Colombia se le reconoce como la palma de vino o de corúa, también se le llama corozo o palma real, según la región.

Sin duda alguna, puede decirse que esta es la palma más utilizada del bosque seco en Colombia, pues con las hojas se elaboran techos, cargueros o mochilas desechables. Sus frutos son ideales para el consumo humano y la savia del tallo es utilizada en la fabricación de vino.

Este último es, quizá, el uso más común entre los habitantes de los bosques secos del valle del río Magdalena. Su amplia distribución y su conexión vital con los habitantes locales de cada región se traduce en más de 20 nombres distintos en castellano y más de 15 en lengua indígena. La fallecida Gloria Galeano (q.e.p.d.) y Rodrigo Bernal, expertos mundiales en palmas, documentaron más de 36 usos diferentes de la palma corúa en Colombia.

Foto: Roy González.

La más dulce

En el bosque seco, es frecuente que la temperatura esté por encima de 35 grados centígrados por lo cual el aire es extremadamente seco y falta el agua. En estas circunstancias, nada mejor que hallar una piñuela cargada de frutos. Dicha planta se encuentra al interior de los bosques secos del Caribe, tiene forma de roseta, está llena de espinas y conforma densos grupos de individuos prácticamente impenetrables, que ponen a prueba la paciencia de cualquiera que desee cosechar su dulce fruto.

La piñuela es una especie de la familia de la piña comercial (Ananas comosus), con alto potencial de uso gastronómico y en la industria farmacéutica. Algunas investigaciones recientes mencionan su utilidad antibacterial y parasitaria. Sin embargo, comerla en exceso puede maltratar el paladar y la lengua.

Foto: Roy González.

La más voraz 

Durante los meses de la estación seca, esta especie de sapo permanece enterrada y aparece cerca de las charcas efímeras, formadas con las primeras lluvias. Conocido por su comportamiento agresivo, aprovecha los pequeños oasis en donde se reúnen varios animales sedientos durante la sequía, para alimentarse de cualquier presa que le quepa en la boca.

Su dieta es diversa e incluye ranas, lagartos, serpientes, ratones y pequeñas aves. Conocido localmente como el sapo cornudo, su nombre científico es Ceratophyrs calcarata, y es una especie endémica del Caribe colombiano y del oeste de Venezuela.

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La más florecida

Quién no ha escuchado el fragmento del conocido vallenato de Jorge Celedón que dice “Hermoso cañaguate florecido, si pasa dile que deje el afán, por favor embellece el camino, que pise de tus flores al andar”, o la cumbia de que dice “arbolito de cañaguate con tus flores amarillas, sigue adornando las calle de mi tierra tan querida”.

En efecto, el cañaguate (Handroanthus chrysanthus) es la especie más florecida del bosque seco en Colombia. Su flor es tubular y se asoma solo cuando el árbol está desprovisto de hojas, cubriéndolo así de un color amarillo.

En el Caribe, en el valle del río Magdalena, del río Cauca e incluso en el del Patía, la floración masiva de los cañaguates cubre los bosques secos de un manto amarillo hasta crear uno de los paisajes más espectaculares del país.

Es tan grandioso el panorama, que en Ecuador existe un programa promovido por el Ministerio de Turismo que invita a observar la floración de estos árboles durante los primeros meses de cada año, actividad con la cual se atrae a cientos de turistas en el mundo.

Foto: Roy González.

La más rara

La marmosa guajira (Marmosa xerophila), también conocida como zarigüeya lanuda, es un marsupial que es pariente de las chuchas o los runchos. Los marsupiales son un grupo de mamíferos que tienen una bolsa en el abdomen, donde las crías, que nacen prematuramente, terminan de desarrollarse.

Este diminuto animal se caracteriza por tener unas enormes orejas membranosas y unos ojos prominentes que parecieran salirse de sus órbitas. Su pelaje dorsal oscila entre el amarillo pálido y el café grisáceo, la cara está adornada por una máscara negra alrededor de los ojos, igual de negros como la noche.

Aunque esta especie es uno de los mamíferos mejores adaptados a los ecosistemas secos gracias a su dieta omnívora y oportunista, es vulnerable a la extinción dado su restringido rango de distribución, ubicado únicamente en el golfo de Venezuela y en el departamento de La Guajira. La pérdida y la fragmentación de su hábitat semidesértico auguran un negro futuro para esta rara especie.

Textos: Natalia Norden, investigadora Programa Ciencias de la Biodiversidad; Alma Hernández, Edgar Andrés Avella y Roy González, investigadores Bosques y Biodiversidad, Instituto Humboldt.