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El país de las aves no tiene pajareros

Mientras repetimos que Colombia es el país más diverso en especies de aves, permanecemos fieles al refrán popular que dicta “dios le da pan al que no tiene dientes”.

9 de abril de 2015

La pajarería o la observación lúdica de las aves silvestres, es en la actualidad la actividad al aire libre que más adeptos tiene en el mundo, y más que una afición pasajera esta se ha convertido con el tiempo en una pasión multitudinaria. Por lo general los pajareros hacen importantes aportes al conocimiento de las aves silvestres, contribuyen con el monitoreo de las condiciones ambientales del territorio y se enlistan en las filas de los más decididos conservacionistas. 

A medida que los pajareros desarrollan una sed insaciable de nuevos registros, también empiezan a demandar una gran cantidad de insumos y servicios. Así la observación de las aves es hoy en día un importante renglón de la economía del ocio. Según un reciente informe del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, solamente en el país norteamericano casi 50 millones de personas practican regularmente dicho pasatiempo e invierten en él unos 41.000 mil millones de dólares cada año. Alrededor de la pajarería, incontables personas y negocios se dedican a proveer instrumentos ópticos, literatura especializada, ropa de campo, alojamientos, transporte y, desde luego, servicios turísticos especializados.

Esto explica la actual peregrinación de hordas de pajareros hacia Colombia. Entidades del estado, organizaciones no gubernamentales y empresarios privados han entendido el potencial económico de esta singular faceta del ecoturismo y han hecho algunos avances importantes en el desarrollo de la infraestructura necesaria para aprovecharlo. Además de reservas naturales y rutas especializadas, ahora existen operadores y guías capacitados, tanto así que hace poco Cali fue la sede de la primera feria internacional de aviturismo que se lleva a cabo en Colombia.

Pero a pesar de tantos logros, es curioso todos estos esfuerzos estén enfocados primordialmente en los visitantes extranjeros. Pues si bien es entendible que ellos representan un público cautivo deseoso de visitar el país, conocer sus aves y pagar por ello, también es cierto que hay un turismo interno que podría hacer el negocio aún más sostenible. Cabe entonces preguntarse: ¿será que Colombia no tiene pajareros?

Desde hace años los colombianos repetimos, como un mantra patriotero, que nuestro país ostenta el récord mundial en diversidad de especies de aves. Y mientras nos esponjamos con este dato estadístico incuestionable, permanecemos fieles al refrán popular que señala que “mi dios le da pan al que no tiene dientes”. En el país de las aves, aún somos bichos raros quienes encontramos que la contemplación de estos animales no solamente es algo normal, sino también una actividad interesante y, por encima de todo, placentera. Si se suman los integrantes de las organizaciones ornitológicas existentes en Colombia, ¡apenas se logran contar unos pocos centenares de personas!  

Esta falta de interés en las aves silvestres es una faceta más de la apatía generalizada ante el patrimonio natural del país. Pues aunque los paseos rurales de fin de semana y las vacaciones son para nosotros una tradición profundamente arraigada, lo cierto es que por lo general demuestran una insensible manera de relacionamiento con la flora, la fauna y el paisaje. Además del estruendo con el que acostumbramos rodear nuestros ratos de esparcimiento, llevamos al campo los sentidos embotados y somos incapaces de percibir la más mínima parte de una biodiversidad que se desborda.

Teniendo en cuenta que en este país las aves, más que visibles, son casi impertinentes, es lamentable que su apreciación esté por fuera de la consideración de la mayoría de nuestros compatriotas. Pues aun admitiendo que la pajarería de alto vuelo requiere una afluencia económica por encima del promedio nacional, la observación de las aves está al alcance de cualquiera. Basta con estar alerta para descubrir que estamos rodeados de vecinos emplumados todo el tiempo y es raro un sitio en donde no se encuentren muchas especies. 

Si más personas se decidieran a incursionar en el mundo de la pajarería, sus visitas a diferentes sitios para descubrir nuevas aves podrían activar muchas economías locales y de paso, estarían contribuyendo a cerrar la brecha entre la sociedad y el resto de la naturaleza. Lo cual resulta invaluable en un mundo que se transforma cada vez más rápido, pues sólo a través del fortalecimiento de los vínculos afectivos con la biodiversidad podemos aspirar a un futuro en el que sus valores intangibles prevalezcan sobre una visión basada en el uso extractivo y la erosión del patrimonio natural.