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Felicidad y consumo sostenible

El sujeto económico del siglo XXI se presenta más humano y cargado de contradicciones, reconciliando su afán individual con sentimientos y acciones pro-sociales.

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21 de septiembre de 2015

Muchas veces el reto de lograr una sociedad que consuma de forma sostenible se presenta como una muralla de dimensiones colosales. El mundo parece en su mayoría escéptico, las necesidades de corto plazo son demasiado urgentes y los gobiernos parecen muy ocupados para dedicar suficientes recursos y esfuerzo para promover cambios masivos de comportamiento. De forma paralela, los movimientos ambientales y sociales tratan de gritar que vamos hacia un abismo apocalíptico donde terminaremos reducidos a unos pocos, viviendo en un mundo caliente, desigual y violento.

Sin embargo, desde varios frentes nos llega una perspectiva nueva del futuro del mundo. Por ejemplo, la gente del New Economics Foundation, de la mano de su creador y presidente, Nic Marks llevan ya algunos años desarrollando y reportando el Happy Planet Index. Ellos muestran que la felicidad y el bienestar no están relacionados de forma definitiva con la acumulación y la riqueza. Promueven que el bienestar está basado en 5 acciones principales: Conectarse con otros, llevar una vida activa, ser consciente del presente, no parar de aprender y dar. (Vea: Consumo responsable en Colombia: "Dime qué compras y te diré quién eres")

Para algunos esto puede sonar a coctel de autoayuda con religión pero este mensaje lleva consigo la idea de un mundo regido por valores diferentes. Puede seguir sonando a un cambio irrealizable, solo posible para algunos que están lejos de la pobreza y las necesidades, pero los datos del Happy Planet Index apuntan a América Latina como el modelo a seguir. Un modelo de la forma de vivir en esos 5 aspectos que ellos señalan, los cuales además están inversamente relacionados con la huella ambiental.

¿Podremos soñar con un mundo así?

Desde otra orilla, el ámbito a veces frio y pragmático de la economía lleva décadas utilizando el crecimiento económico y la acumulación como paradigma de progreso. Los modelos tradicionales económicos se basan en un supuesto de comportamiento fundamental de que el hombre piensa primero en su bienestar que en el del prójimo: el llamado Homo Economicus. Y es verdad que este hombre cuando tiene rienda suelta transforma su egoísmo en avaricia e individualismo, pero desde hace una veintena de años, desde las entrañas mismas de la economía, infectada ahora por psicólogos y sociólogos, las investigaciones sobre el comportamiento económico como tal, comenzaron a revelar que las predicciones de los modelos centrados en el Homo Economicus sucumben fácilmente ante el sentido de justicia, el altruismo, la reciprocidad y la empatía. Estos resultados se han replicado en todas partes del mundo y así, el sujeto económico del siglo XXI se presenta más humano y cargado de contradicciones, reconciliando su afán individual con sentimientos y acciones prosociales. Esto no es aprendido en la universidad. Está en nuestra naturaleza.

Parece entonces que el problema es que no hemos tocado con fuerza la puerta de esas fuerzas, tan humanas como el egoísmo. Retomando a Nic Marks, la idea de progreso y desarrollo promete un futuro mejor, mientras que los llamados a la conciencia social y ambiental dan prioridad al miedo.

Estamos equivocados. La esperanza está entonces en entender que ser consumidores sostenibles no es renunciar, es ganar. Es la posibilidad de vivir bajo una experiencia de humanidad completa donde el egoísta y el altruista se reconcilian porque ambos construyen bienestar. Al consumir sosteniblemente nos conectamos, damos y al tiempo vivimos. No podemos renunciar al progreso macroeconómico porque aún falta mucha pobreza y desigualdad por superar, pero no hay nada que impida que al mismo tiempo sembremos la promesa del bienestar basado en toda esa otra cara de ser humano.