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¿Tránsito lento pero inexorable hacia la catástrofe?

El dilema al que estamos sometidos puede verse reflejado como una metáfora de la tragedia del RSM Titanic: el iceberg que la generó en 1912 había sido avizorado con suficiente antelación, pero no fue considerado como amenaza real, sino ya muy cerca de su fatal destino.

Angélica Raigoso Rubio
2 de diciembre de 2019

Suficientes evidencias existen ya no solo en la literatura científica, sino cada vez más en los medios de masas, sobre el cambio global. Y, sin embargo, la respuesta de las sociedades y los gobiernos son incipientes y aisladas. Insuficientes, para contener las transformaciones a las que podemos estar sometidos, en plazos relativamente cortos, ya no en contextos geológicos sino en los de las generaciones humanas.

La pregunta central actual es qué tanto margen de maniobra tenemos aún como civilización predominante, para encauzar aun futuros deseables, o al menos aceptables, o de modo contrario qué tanta plasticidad tiene nuestra civilización para someterse a las condiciones que el futuro nos deparara.

El dilema al que estamos sometidos puede verse reflejado como una metáfora de la tragedia del RSM Titanic: el iceberg que la generó en 1912 había sido avizorado con suficiente antelación, pero no fue considerado como amenaza real, sino ya muy cerca de su fatal destino. 

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Varias lecciones y coincidencias deben ser consideradas.  El Titanic había sido lanzado como uno de los trasatlánticos que ni dios habría podido hundir, de allí su nombre mitológico, que supone la descendencia entre dioses y hombres, pleno de comodidades  y confort, con los mayores avances en seguridad náutica, en tanto contaba con mamparos en el casco y compuertas activadas a distancia.

Los mayores avances de la tecnología náutica disponible a principios del siglo XX. Y sin embargo, con obsoletas normas de seguridad, pues la disponibilidad de cupos en los botes salvavidas era para cerca de 1.200 pasajeros, a pesar de que viajaban más de 2.200 personas en su viaje inaugural. De ellas perecieron más de 1.500.

Visto el contexto de la metáfora, después de 100 años, estamos en la misma condición pero ahora planetaria. Nos consideramos el culmen de la evolución, nos cuesta abandonar las comodidades que nos han sido propuestas, no nos creemos los signos de la amenaza, somos la población biológica predominante planetaria, confiamos plenamente en nuestra tecnología, creemos en nuestras políticas y normas de seguridad. Pero ¿estamos aún a tiempo de evitar la tragedia?

En el hundimiento del Titanic hubo sobrevivientes, casi una tercera parte, los que accedieron a los botes salvavidas, por ricos, por vivos, por conocedores, por egoístas, por ser buenos competidores.

Pero ya no se trata de sobrevivencias individuales, y ahora la metáfora es insuficiente. El humanismo como ideología predominante prioriza el bien común sobre el individual, lo que también significa pensar global y actuar local, el lema que nos dejó la cumbre de la tierra en Rio de Janeiro en 1992, hace ya más de 25 años.

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El tránsito hacia la adaptación y mitigación efectiva del cambio climático global no es suficientemente vislumbrado. Aunque la alarma está prendida, no hay mecanismos de salvaguarda inmediata. Los acuerdos de política global, son insuficientes.  Es este el momento metafórico: la noche del 14 de abril, o la madrugada del 15 de abril de 1912. Podemos encauzar aún el rumbo de la nave, o apenas nos queda el sálvese quien pueda, como pueda.