Las heridas y traumas causadas por el cautiverio evitan que los animales vuelvan al hábitat natural. Fotos: reserva La Ñupana y Jhon Barros. | Foto: Animales WCS

TRÁFICO DE FAUNA

¿Por qué no siempre los animales traficados vuelven a su hábitat?

WCS revela las principales razones por las que muchos animales silvestres víctimas del tráfico no tienen otra opción que habitar en centros de rehabilitación. En la Amazonia, sólo 40 por ciento del total de la fauna recuperada vuelve a la libertad.

4 de agosto de 2020

Un mico churuco fue capturado en la selva y lo condenaron a convertirse en mascota. Duró tres años en cautiverio, 36 meses de tratos inusuales dentro de una vivienda. A veces era maltratado y en otras ocasiones mimado, pero siempre dentro de un contexto humano ajeno a su condición de primate.

Un día su suerte cambió, o eso alcanzaron a pensar algunas personas. Fue rescatado por las autoridades ambientales y llevado a la reserva La Ñupana, ubicada en el departamento amazónico Guaviare, donde intentarían rehabilitarlo para que regresara a su hogar: la selva.

Dora María Sánchez, dueña de la reserva cuyo nombre significa remanso de paz, un lugar rodeado de bosques y situado en Agua Bonita, vereda del municipio El Retorno, no olvida que durante muchas semanas atendió con dedicación a ese mico


El mico churuco es uno de los mamíferos más traficados en la Amazonia colombiana. Foto: Ruby Marcela Pérez.

Dora lo mantenía en contacto con los árboles, cambiaba su alimentación para que no perdiera peso, vigiló su salud como si fuera una veterinaria experta, todo con tal de regresarlo a su hábitat. Llevarlo de nuevo a la selva se transformó en su máximo empeño”, aseguró la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS - Wildlife Conservation Society) en Colombia. 

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Sin embargo, con el paso de los días, el churuco dejó de comer, casi no se movía, no emitía ningún sonido y finalmente murió. “Hay que decir que cuando un animal silvestre hace nexos con los humanos, es poco lo que se puede hacer si uno quiere que vuelva a la libertad”, dice Dora.

Para WCS Colombia, el caso de este churuco revela las nefastas consecuencias del tráfico ilegal de fauna silvestre, un problema que muestra dos caras siniestras: primero saca violentamente a los animales de la naturaleza. Y luego, condena a muchos de los que sobreviven porque son miles los que no pueden retornar a sus hogares naturales; si logran hacerlo, nunca se adaptan sin esfuerzo a esa condición y mueren.

Algunas aves pierden sus instintos silvestres y no pueden regresar al bosque. Fotos: CAR.

“Muchos animales silvestres sufren heridas al ser extraídos de selvas,  bosques o humedales, lo que les impide volver a sus territorios. Y otros, al tener contacto con los humanos, pierden su condición de animales silvestres, por eso mueren o quedan condenados a vivir en cautiverio”, anota la organización ambiental.

Olvidan cazar

Para unos animales como el churuco, el problema está en que suelen vivir en grupos o familias, y cuando alguno es separado de su prole, no puede readaptarse a sobrevivir en un lugar diferente a su territorio y sin compañía.

“Para otros el retorno es imposible, porque cuando son cazados reciben heridas que muchas veces los incapacitan. En ocasiones, tortugas o anfibios enfrentan lesiones que los condenan a vivir en cautiverio para siempre, ante la imposibilidad de defenderse en el medio natural”, menciona WCS.


El cautiverio causa profundas heridas en los animales silvestres, que impiden su retorno al hábitat natural. Foto: reserva La Ñupana.

Algunas águilas y loros cambian por completo sus hábitos depredatorios y olvidan cazar, porque los traficantes o quienes los compran los confinan, les dan alimentos y con esto los acostumbran a depender de ellos. Esto lo confirma Dora, una paisa que con sus dos hijos y su esposo han acogido en su reserva aquella fauna que ha sido víctima de tráfico ilegal desde el año 2013.

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Desde hace siete años, en la reserva que tiene en Guaviare, Dora y su familia han tratado de rehabilitar más de 160 animales entre aves, reptiles y mamíferos, de los cuales cerca de 80 han muerto por las condiciones en que se dieron sus capturas. 

Otros se han quedado con nosotros, como cuatro loros, un búho y una guacamaya, que nunca podrán regresar a sus hábitats por algunas lesiones. Liberarlos o recuperarlos no es fácil, pero lo intentamos porque es nuestro proyecto de vida, porque queremos aportar a la conservación”, declara esta mujer enamorada del Guaviare.

Rapaces como los búhos son atacadas y traficadas por el hombre. Foto: reserva La Ñupana.

Desde el momento en que recibe los animales, que generalmente le envía la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA), Dora debe encargarse de su alimentación, cuidados y medicamentos. Esto, sin saber si la recuperación y la liberación serán posibles.

La comunidad es fundamental

Sidaly Ortega, subdirectora de administración ambiental de Corpoamazonia, dice que hay casos de especímenes adultos para los que las liberaciones son relativamente factibles, porque han permanecido poco tiempo fuera de su entorno, en buenas condiciones de salud y sobre los que se conocen los lugares de su extracción.

Sin embargo, de acuerdo con WCS, en la mayoría de los casos los procesos exigen conocimientos profundos sobre el comportamiento de las especies, que tampoco garantizan procesos exitosos.  “Además, requieren que se establezca un diálogo con las comunidades para llegar a acuerdos que permitan la introducción del animal, que no siempre son posibles o que demandan costos elevados”. 

Las tortugas y aves lideran el ranking de los animales más traficados en Colombia. Foto:Germán Forero (WCS). 

Luz Dary Acevedo, encargada del programa de salud de vida silvestre y tráfico de especies que lidera WCS Colombia, los habitantes en el territorio deben saber cuándo se va a liberar un ejemplar, porque son el primer eslabón en la conservación. “Si esto no se da, si no hay conciencia, se corre el riesgo de entrar a un círculo vicioso donde ese animal que retorna puede ser nuevamente cazado; volvería entonces a ser una mascota o incluso capturado para el consumo”.

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A lo anterior se suma que es necesaria una evaluación del lugar al cual se llevará, que implica nuevas inversiones. “Porque, por ejemplo, si se va a liberar un jaguar, hay que buscar un sitio que ofrezca presas y espacio suficiente lejos del ser humano, de lo contrario un depredador como este podría optar por alimentarse de vacas u otros animales domésticos y ser cazado por las comunidades en un acto de retaliación; con esto se perdería todo esfuerzo logístico y científico”, agrega Acevedo.

La liberación de un animal como el jaguar, debe incuir varios aspectos técnicos y comunitarios. Foto: Jhon Barros.

Monitoreo comunitario

La funcionaria de Corpoamazonia considera que todo lo anterior debe ser cubierto por el acompañamiento de profesionales y técnicos. “Generalmente, nunca se conoce con claridad cómo la fauna va a responder a las condiciones del ambiente, incluso así los procesos previos a la liberación se realicen de la mejor manera posible. La incertidumbre en los resultados siempre estará presente”.

En promedio, la corporación, con jurisdicción en Amazonas, Caquetá y Putumayo, recibe cada año unos 700 ejemplares vivos, con potencial para volver al medio natural a partir de procesos de rehabilitación que pueden ser relativamente cortos. “Pese a ello, 40 por ciento de ese total lo logra, una cifra que puede variar dependiendo de la calidad de los monitoreos o seguimientos realizados, que no siempre son factibles”.

Los armadillos son capturados para volverse mascotas o consumir su carne. Foto: reserva La Ñupana.

Natalia Carrillo, bióloga del programa de fauna silvestre de la Corporación Autónoma Regional de Risaralda (Carder), insiste en que personas como Dora y su familia pueden ser observadores claves durante esos procesos de recuperación e incluso de liberación y así lograrían apoyar a las autoridades ambientales con información estratégica en el marco de un monitoreo comunitario.

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A pesar de las incertidumbres, Dora ha logrado liberar ejemplares que han terminado bien. Una vez, un ocelote completó más de tres años en la reserva y poco a poco fue recuperando sus instintos de caza. “A veces se alejaba con otros de su especie y, cuando volvía, quería comerse los loros y los guacamayos, así que debíamos vigilarlo. Un día decidió irse para siempre; nos dolió mucho, pero sabíamos que era lo que debía pasar. Nada se compara con haberlo visto coger su sendero”.