TURISMO

El bogotano enamorado del Inírida que se convirtió en uno de sus guías más conocidos

A Camilo Puentes un castigo de sus padres le abrió el camino de una vida impensada: ser una de las personas que más conoce los tesoros naturales que esconde esta ciudad amazónica.

John Barros
20 de junio de 2018

Pocas personas conocen los tesoros ambientales del Inírida con tal lujo de detalle como Camilo Puentes. Todas las semanas, este hombre de 50 años, que vive con su papá y con dos perros criollos, guía a los turistas por los majestuosos cerros de Mavecure y los cuatro ríos que conforman la Estrella Fluvial, los cuales describe como si fueran las líneas de las palmas de sus manos.

Cuando cursaba octavo de bachillerato en Bogotá y apenas tenía 15 años, Camilo Puentes recibió por parte de sus padres un castigo que le cambiaría la vida para siempre. Por haber hecho una fiesta desbocada, bullosa y sin control en la casa de la familia, fue enviado al selvático y recóndito municipio de Inírida para que recapacitara y se alejara de todos los vicios juveniles presentes en la capital del país.

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“En esa época, mi hermano mayor trabajaba como registrador de Inírida, así que mi papá no lo pensó dos veces para enviarme a la selva para que me calmara y dejara atrás las rumbas. Pero lo que para mis padres fue un correctivo fulminante, para mí fue un abrir de ojos y una conexión casi que inmediata con la naturaleza y la hermosura del municipio. Mientras terminaba el bachillerato, vi que llegaban muchos turistas, y entendí que quería ser un guía ambiental”.

Ya graduado como bachiller, Camilo, quien hoy tiene 50 años, convenció a su papá para que le levantara la sanción y le permitiera estudiar una carrera en Bogotá, y así adquirir conocimiento para aplicarlo en la capital del departamento de Guainía. “Como ya estaba más juicioso me premiaron. Me matriculé en la Universidad Externado de Colombia para estudiar administración turística, pero siempre tuve la certeza de que regresaría a Inírida a vivir del todo”.

A los pocos días de recibir el cartón como administrador turístico, con 24 años de edad, Camilo volvió a armar maletas y regresó a la tierra que lo enamoró de adolescente. “En la época del colegio tuve el privilegio de recorrer gran parte de las más de 1,7 millones de hectáreas del municipio y sus 14 resguardos indígenas, además de mágicos lugares como la Estrella Fluvial, los cerros de Mavecure, la laguna de las Brujas, el parque rupestre de Coco Viejo y los campos de la flor de Inírida. Así que con unos amigos decidí montar una empresa de turismo”.

Pero la idea no tuvo mucha acogida, ya que el país atravesaba por una fuerte situación de orden público. “Nos quebramos porque la gente tenía miedo de venir. La mayoría confundía a Guainía con otros departamentos como Vaupés y Guaviare, los cuales sí se vieron afectados por la guerrilla y los paramilitares. Pero eso nunca se vio acá. Esta región siempre ha sido un sitio de mucha paz. A veces dejamos las puertas de las casas de par en par y las llaves de los carros pegadas”.

Esa piedra en el camino no desmotivó a Camilo. Encontró trabajo en varias entidades gubernamentales, como la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente Amazónico, y continúo explorando tanto los tesoros ambientales de las zonas rurales de Inírida como la historia del casco urbano, lo que lo convirtió en uno de los habitantes del municipio que más conoce el territorio.

“Cuando llegaba uno que otro turista, la gente me buscaba para que les mostrara los sitios más representativos. Entre tanto, empecé a indagar sobre la historia del pueblo. Descubrí que el casco urbano se fue poblando por invasiones de bandoleros y prostitutas, los cuales se convirtieron en comerciantes y damas rosadas, mujeres que ayudaban a los niños y a los más pobres. Cuando llegaron las regalías empezó el desarrollo: se pavimentaron las calles, se hicieron colegios, el hospital, los puestos de salud, los puntos deportivos y se arregló el aeropuerto”.

Hace tres años, Camilo revivió el sueño de montar su propia empresa turística. Con dos amigos creó la Fundación Antrópico Amazónico, la cual se encarga de hacer ecoturismo y educación ambiental con los turistas y colegios del municipio. “Contamos con el apoyo del Estado y nos enfocamos en mostrar la riqueza ambiental del departamento, en especial del tema hídrico. Hacemos por lo menos dos recorridos a la semana, ya sea a los cerros de Mavecure o al complejo de humedales de la Estrella Fluvial de Inírida”.

Al ver que Inírida era un “buen vividero”, sin inseguridad y mucha tranquilidad, el papá de Camilo le siguió los pasos y decidió abandonar Bogotá. “Como mis otros dos hermanos, quienes también viven en el pueblo, ya estaban casados, decidí comprar un terreno de 25 hectáreas ubicado a media hora del casco urbano para vivir con mi papá, ahora de 93 años. Nuestro hogar está repleto de flores de Inírida, las cuales en invierno son de color rojo y en verano se tornan blancas con amarillo, y solo nos acompañan Pepe y Pepa, dos perros criollos”.

Pocos no han oído hablar de su trabajo. Lo conocen en el aeropuerto, las tiendas del comercio administradas por ecuatorianos, los resguardos indígenas, las entidades oficiales, las plazas de mercado, las tiendas de los 18 barrios, los siete hoteles, los restaurantes y la única biblioteca, llamada Gabriel García Márquez.

“A donde llego me saludan, ya sea en el comercio del pueblo, en las entidades o en los resguardos. Aunque soy bogotano de nacimiento, mi corazón y mis raíces son de este territorio amazónico, al cual defiendo a capa y espada. A la capital del país espero no volver nunca. Hace como tres años tuve que ir, me hicieron el paseo millonario y me dieron una pela. Acá ni una aguja me han arrebatado”, asegura este hombre, cuya piel se ha ido tornado carmelita como la de los indígenas de la región.

La historia de amor entre el cerro y la princesa

Uno de los sitios por los que más preguntan los turistas que llegan a Inírida son los cerros de Mavecure, ubicados a más o menos una hora y media del casco urbano (50 kilómetros hacia el sur), y a los cuales solo se puede llegar en lancha por el río Inírida.

Está ubicado dentro de las 174.000 hectáreas del resguardo indígena Remanso-Venado, y lo conforman siete cerros del Escudo Guayanés con diversas dimensiones: Pajarito (el más alto, con más 700 metros de altura), Mono (500 metros), Mavecure (250 metros) y cuatro más pequeños.

En su vasta experiencia de más de 30 años como conocedor de la zona, Camilo ya perdió la cuenta de las veces que ha visitado este lugar cargado de magia y misticismo. “En promedio vengo dos meses al mes. Eso depende de la cantidad de turistas que lleguen”.

Cuando lo contratan, Camilo sale de su casa madrugado, hacia las cinco de la mañana, no sin antes prepararle el desayuno a su papá y pasear a sus dos perros. Luego se monta en una minivan blanca sin puerta, para ir a recoger a los turistas y llevarlos hasta el muelle de Inírida, de donde parten las lanchas.

Armado solo con un sombrero de paja que lo protege del sol, en el trayecto por el río Inírida Camilo conversa con los turistas y les da pequeñas pistas sobre la maravilla que están a punto de conocer. Además, les da instrucciones a los lancheros para que no se vayan a topar con islas o rocas ocultas entre las aguas.

Al llegar al complejo de cerros, el silencio se apodera de la embarcación, ya que los visitantes quedan mudos al contemplar la majestuosidad de las montañas negras, marcadas por chorros de agua que bajan desde las partes más altas, como si estuvieran llorando.

Camilo presenta primero al cerro Mavecure, el único de los siete que permite escalarlo. “Vamos a subir por este mágico cerro, desde donde podremos observar el fin de las llanuras de la Orinoquia, el inicio de la espesa selva y los meandros y playas del río Inírida. Hay que tener cuidado con las serpientes amarillas de cuatro narices, que son venenosas”.

Luego de una caminata empinada de más de una hora a través de recovecos repletos de orquídeas, bromelias y árboles nativos, no apta para los que sufren de las rodillas o de vértigo, se llega a la punta del cerro Mavecure, un paisaje que se podría describir como el amor a primera vista. Camilo deja pasar unos minutos para que los turistas se conecten con la naturaleza antes de contar la historia del lugar.

“Cuenta la leyenda que este territorio era compartido entre Vaupés y Guainía. Acá vivían los caciques Yurupary y Mavecure, quienes para unir a ambas tribus decidieron casar a sus dos hijos. Antes del casorio, la princesa Inírida, hija de Mavecure, y quien desde pequeña subía constantemente al cerro Pajarito para conversar con él, fue a pedirle permiso. Pero le confesó que estaba enamorada de la montaña, y no del humano”, relata Camilo.

Según el guía turístico, el cerro Pajarito también le confesó su amor a la princesa, pero le advirtió que no era un ser humano, y por lo cual no podía darle hijos. “Ella le contestó que su amor era por la naturaleza y que no estaba hecha para un hombre. El cerro abrió sus entrañas para que Inírida ingresara en su interior. Desde ese momento se unieron el hombre con la madre tierra. Cuando llueve, salen dos cascadas entre la montaña, lo cual es interpretado como las lágrimas de la princesa”.

En Pajarito hay una cueva en donde yace un musgo llamado puzana o hierva del amor, que es la muestra de la unión entre el cerro y la princesa. “Los indígenas la obtienen por medio de cerbatanas, cuyos dardos aflojan el musgo de las alturas. Pero los pájaros lo defienden, ya que al caer vuelan para atraparlo y devolverlo a la cueva. Lo poco que logra llegar a tierra es lo que utilizan los nativos para sus pócimas de amor”.

En el cerro de Mavecure crece la flor de la eterna juventud. “Es una flor blanca que trajeron los indígenas del Vaupés. Una vez un investigador subió a buscarla. Pero los indígenas le dieron yopo, una corteza de un árbol que al mezclarla con el veneno de unas ranas, se convierte en un alucinógeno. Este brebaje aún es utilizado en ceremonias indígenas para liberar el alma de todas las maldades”.

La vegetación de los siete cerros está conformada por catingas de porte bajo, una especie de arbusto que les sirve de hogar a venados, tigres, pumas y cientos de aves. Y en el río habitan tortugas, toninas y millones de peces ornamentales y de consumo como cachama, palometa, cucha, bocón, pavón, payara y bagre.

Tierra de muchas aguas

Guainía es un nombre indígena que significa “tierra de muchas aguas”. La razón de su bautizo es que las más de 7,14 millones de hectáreas que lo conforman están bañadas por 10 torrenciales ríos y un sinfín de caños, los cuales son utilizados como el principal medio de transporte para los cerca de 45.000 habitantes del departamento.

En Inírida está una de las principales riquezas hídricas del departamento y del país: la Estrella Fluvial, uno de los sitios predilectos de Camilo para hacer sus recorridos turísticos y la cual visita mínimo dos veces por semana.

“Esta estrella está conformada por el encuentro de cuatro ríos: Inírida, Guaviare, Atabapo y Orinoco. Fue descubierta por Alexander von Humboldt hace 218 años, cuando realizó la primera investigación grande de flora y fauna en América. En este sitio nace toda el agua de la Orinoquia”.

El trayecto hacia la estrella también inicia en el muelle del pueblo, donde toca coger una lancha para navegar aproximadamente 40 minutos por el río Inírida, frontera entre Guainía y Vichada.

La primera parada es en la unión de los ríos Inírida y Guaviare, un sitio donde se funden aguas de colores negros y carmelitos. “Inírida es un río amazónico de 1.300 kilómetros de longitud, con taninos oscuros típicos de la selva. Por su parte, Guaviare es un río de 947 kilómetros que nace en la cordillera Oriental, con muchos sedimentos. Ambos se unen en un lugar llamado Coco Viejo, una fusión en la cual se imponen los matices color chocolate”.

Unos kilómetros después, la mezcla del Inírida y Guaviare recibe al Atabapo, un río pequeño de 280 kilómetros con taninos fuertes y rojos, decorado con playas blancas y piedras de colores. “Ha sido denominado como el río más bonito de Colombia. Nace en Venezuela y su recorrido solo dura cinco horas”.

Los tres ríos llegan a la frontera entre los municipios de Inírida y San Fernando de Atabapo (Venezuela) para convertirse en el gran Orinoco, un cuerpo de agua cargado de piedras. “En la estrella, el Orinoco se vuelve el tercer río más caudaloso del mundo. Luego pasa por Maipures y Atures, los dos raudales más grandes del mundo, que le dan más fuerza para atravesar el Vichada y continuar hacia el país vecino, donde sale al océano”.

En julio de 2014, el gobierno nacional declaró 253.000, de las 400.000 de la Estrella Fluvial de Inírida, como un sitio Ramsar de importancia internacional, que le dio reconocimiento como un humedal de valor ecológico que debe ser conservado.

Según el libro Biodiversidad de la Estrella Fluvial Inírida, en la zona hay 470 especies de peces; 44 de anfibios (sapos, ranas venenosas); 86 de reptiles (babillas, tortugas, serpientes, cocodrilos); 253 de aves (tijereta sabanera, pato aguja, caracara, espátula rosada, pava amazónica, pellar común); y 101 de mamíferos (monos capuchino y aullador, delfines rosados o toninas, murciélagos, danta, oso hormiguero, jaguar y tigrillo).

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Cuando Camilo termina de contar las bondades ambientales de la estrella, casi siempre lleva a los turistas a una de las playas de arenas blancas del río Atabapo, en especial a donde quedaba un antiguo puesto de control de la Armada, hoy en ruinas. “La gente sale maravillada de este lugar. El agua de la orilla tiene tonos rojizos y naranjas por las piedras. Hay pequeños peces que masajean las plantas de los pies”.

La minería de oro y coltán es un problema que le ha quitado el sueño, o mejor, que ya le respira en la nuca. “Cerca a la estrella fluvial, en territorio venezolano, hay un cerro en donde trabajan 9 mil personas de Colombia, Brasil y Venezuela sacando minerales”.

Un día normal

Cuando no está entre las selvas o los ríos de Inírida, la vida de Camilo transcurre en total calma. Se levanta a las 7 de la mañana y se va con sus dos perros, Pepe y Pepa, a recorrer los campos llenos de flores de Inírida de su finca.

Al regresar, atiende a su papá y prende la estufa de leña para hacer el almuerzo. Mientras tanto, a veces se mete en su biblioteca para revisar los nuevos libros sobre medio ambiente que ha adquirido, o se pone a arreglar las nuevas construcciones de su casa.

“Quiero montar un tipo de hostal para los expertos científicos o los turistas internacionales, a los cuales no les gusta venir a la selva y meterse en uno de los siete hoteles que hay en el casco urbano. Ellos quieren sentir ese contacto con la naturaleza, lo cual pueden hacer en mi finca”.

En las noches, cuando deja dormido a su papá, y casi siempre los días sábados, Camilo se reúne con su grupo de amigos para tomarse algunos tragos.

“Con mi combo vamos a un rumbiadero que se llama Parature, que es de un antropólogo amigo de la gente de Parques Nacionales. Todos me preguntan por qué no me he casado y organizado con alguna de las novias que he tenido, a lo cual les respondo: mi gran amor es Inírida. No me gusta rendirle cuentas a nadie, así que vivo feliz en medio de la naturaleza”.