El año pasado 18,8 millones de personas tuvieron que desplazarse como consecuencia de los fenómenos naturales. Esta imagen corresponde a Baidoa, Somalia en abril de 2017. Foto: NRC/Adam Nur Omar. | Foto: NRC/Adam Nur Omar

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Víctimas del clima

El año pasado, cerca de 19 millones de personas perdieron sus hogares por cuenta de fenómenos extremos como sequías, incendios e inundaciones. Son los damnificados de los desastres de origen natural, una masa creciente de seres humanos para los que el mundo no parece tener respuestas.

5 de octubre de 2018

La gente huye más del clima que de la violencia. Contrario a lo que podría suponerse, tormentas, sequías e inundaciones expulsan a muchas más personas de sus tierras que los conflictos armados y la delincuencia organizada.

En un mundo acostumbrado a que las grandes crisis humanitarias se produzcan a la par de guerras que se prenden y se apagan, los desajustes de la naturaleza están causando una catástrofe silenciosa que altera la vida de millones y transforma la geografía del mundo conocido.

El año pasado, por ejemplo, 30,6 millones de personas abandonaron sus hogares por causas ajenas a su voluntad, según el Reporte Global sobre Desplazamiento Interno (GRID, por sus siglas en inglés).

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Aunque en países como Siria, Irak y el Congo la violencia se recrudeció y generó una mayor cantidad de víctimas, el número de desplazados internos por este tipo de conflictos sumó 11,8 millones. Los 18,8 millones de personas restantes huyeron para salvarse de la furia de la naturaleza.

Así lo hicieron los 4,3 millones de chinos que se vieron sorprendidos por unas inundaciones sin precedentes en el sur del país, los 2,5 millones de filipinos que en menos de un mes perdieron sus hogares por dos tormentas tropicales consecutivas y los 1,7 millones de cubanos que escaparon de la fuerza destructiva del huracán Irma.

Estados Unidos tuvo esa misma cifra de damnificados por cuenta del huracán Harvey, y entre Perú, que sufrió las peores inundaciones en 20 años, y México, que enfrentó un terremoto en septiembre, sumaron otros 500.000 afectados. 

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Pero no es que 2017 haya sido un año atípico en cuanto a desplazados por desastres de origen natural. De hecho, según el mismo reporte, ese año hubo un descenso frente a los 24,2 millones que se registraron en 2016, cuando representaron el 77 por ciento del total.

Las migraciones climáticas se han convertido en un fenómeno creciente cuyas dimensiones y consecuencias aún estamos lejos de calcular.

Como explica Vicente Anzellini, el colombiano que coordina la elaboración del GRID, “la variable de desplazamientos por desastres de origen natural se incorporó en 2008 porque nos dimos cuenta de que cobraba cada vez más relevancia a la hora de medir estas dinámicas. Desde entonces, más de 225 millones de personas han tenido que migrar por esas razones. Hoy es uno de los factores principales para explicar los movimientos masivos de población en los países”. 

¿Culpa del cambio climático?

A estas alturas ya parece haber un consenso sobre la existencia del cambio climático y la manifestación cada vez más evidente de sus efectos sobre la vida cotidiana.

Y en caso de que surgieran dudas, bastaría con apreciar la existencia cada vez más repetitiva de informaciones sobre fenómenos climáticos extremos que ocurren en los más diversos lugares del planeta y que afectan a millones de seres humanos.

La más reciente: las inundaciones en el distrito de Kerala, en India, que desplazaron a más de un millón de personas hacia albergues de emergencia.

Como muestra un artículo del periodista Nathaniel Rich en The New York Times, desde hace 40 años científicos y políticos estadounidenses sabían que la emisión de gases provenientes de la combustión de petróleo y carbón genera el calentamiento progresivo del planeta. También que este proceso podría desencadenar graves catástrofes naturales por el desajuste que se produce en los ciclos climáticos.

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Según ese reportaje, la temperatura del planeta ya aumentó un grado centígrado desde 1880, y aunque parece poco, los efectos se están viendo en la actualidad. Y se verán en el futuro, incluso suponiendo que las emisiones contaminantes dejaran de producirse hoy mismo.

Pero eso está lejos de ocurrir: el año pasado la humanidad rompió su propio récord al lanzar a la atmósfera 32.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono al tiempo que alcanzaba la temperatura más alta desde que se tienen registros.

En un reporte de 2012, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) afirmó que en este contexto se altera la frecuencia, intensidad, duración, tiempo y ubicación de riesgos climáticos lentos y repentinos.

Hace un par de semanas, un estudio del World Weather Attribution de la Universidad de Oxford encontró que la ocurrencia de un evento extremo es hoy dos veces más probable que en la era preindustrial, y la cifra va a seguir aumentando a medida que se eleven las temperaturas en la tierra.

Desde hace 40 años científicos y políticos estadounidenses sabían que la emisión de gases provenientes de la combustión de petróleo y carbón genera el calentamiento progresivo del planeta. Foto: Luca Sola/MSF.

Sin embargo, la investigadora Sarah Opitz, del Overseas Development Institute, afirma que no todos los eventos relacionados con el clima pueden ser atribuidos al calentamiento global.

“Tormentas, inundaciones y sequías han ocurrido por milenios, y si bien el cambio climático ha alterado de forma demostrable la naturaleza y los riesgos de ocurrencia de estos fenómenos, diferenciar correctamente sus efectos puede ayudar a que el tratamiento del problema de los desplazados por desastres naturales sea el adecuado”.

Opitz se refiere a la poca confiabilidad que se les puede otorgar a los diversos cálculos que se hacen respecto al impacto del calentamiento global en los movimientos masivos de población.

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“Tanto para atender las migraciones actuales como para determinar los riesgos de que ocurran en el futuro hay que tener en cuenta factores económicos, sociales y hasta culturales. En ese sentido, la pobreza juega un papel determinante porque está demostrado que las regiones de menores ingresos son mucho más vulnerables frente a los fenómenos climáticos extremos”, indica.

Un reciente estudio publicado por la revista International Journal of Environmental Research and Public Health refuerza esta idea: a mayor desarrollo socioeconómico, menor vulnerabilidad a los desastres naturales.

Como explica Gustavo Nagy, profesor uruguayo que participó en la investigación, “la inequidad y la falta de inversión en salud pública, sumada a la carencia de mecanismos de alerta, preparación y respuesta, causan tanto o más impacto en el bienestar y la salud humanas que los eventos en sí mismos”.

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Justamente, una de las secciones del GRID está dedicada a discutir las medidas necesarias para enfrentar los desplazamientos internos por desastres. En ella se afirma que los países deben dejar de verlos como un “shock imprevisible y externo, y en cambio reconocerlos como una responsabilidad inherente y contingente, que requieren inversiones nacionales e internacionales en mitigación del riesgo y adaptación al cambio climático”.

Es decir, hay que entender que estas variables son determinantes a la hora de planear un verdadero desarrollo sostenible.

En palabras de Anzellini, “tenemos que pensar esas cifras del desplazamiento interno como el resultado de procesos sociales, económicos y ecológicos complejos. Aunque es un hecho que han aumentado los impactos de ciertos eventos naturales por cuenta del cambio climático, para enfrentar los desplazamientos por este tipo de desastres no basta con mejorar la respuesta humanitaria, hay que pensar en cómo se están construyendo las ciudades y usando los recursos naturales. Esto lo que propone es una discusión sobre el modelo de vida que queremos hacia el futuro como humanidad”.